¿Antojos sin culpa? Descubre el “mindful snacking” y transforma tu forma de comer hasta chocolate | BIENESTAR
Comer por ansiedad, comer sin darnos cuenta, comer mientras trabajamos, comemos con culpa o comemos a escondidas. Frente a estos patrones tan habituales, surge una práctica que busca devolvernos la conciencia y el placer de alimentarnos: el mindful snacking, también conocido como “piqueo” consciente. Silvia Sáenz, especialista en nutrición estratégica y vocera de Mondelez para la región, lo resume así: “el mindful snacking no es una dieta, es un comportamiento. Se deriva del mindfulness, que es poner atención plena en lo que hacemos. No distraerse, estar presente y agradecer”. Esta filosofía, aplicada a la alimentación, propone algo tan simple como poderoso: comer con todos los sentidos, estar atentos a lo que sentimos antes, durante y después de cada bocado. Newsletter Sanar en Espiral Samanta Alva ofrece consejos prácticos y herramientas para tu bienestar, todos los jueves. Recíbelo MIRA: Bajar de peso sin dejar los carbohidratos: ¿es mejor el arroz o la papa? Sáenz parte de una observación cotidiana. “Vamos tan agitados que no nos damos cuenta ni de qué comemos. Estoy en la oficina, por ejemplo, me pongo a comer unas nueces o unas galletas mientras trabajo. Y de repente… ya no hay nada. Y no me di cuenta”, relata. La escena puede parecer trivial, pero evidencia la desconexión con nuestro cuerpo y nuestras emociones. ¿Cómo practicar el mindful snacking? El primer paso del mindful snacking es identificar qué queremos realmente. “A veces por no escuchar al cuerpo comemos demás. Me quiero comer unas nueces caramelizadas, pero mejor agarro una fruta. Luego un yogur. Y sigo buscando porque no le hice caso al verdadero deseo”, explica. Saber si tenemos hambre real o hambre emocional también es clave. “Si me acabo de comer algo hace media hora y ya quiero snackear, probablemente no sea hambre física”, añade. Una vez reconocido el deseo real, el siguiente paso es elegir una porción adecuada. “Nada hacemos con identificar lo que queremos si nos servimos una porción gigantesca”, advierte. Luego viene lo sensorial: oler, sentir, saborear lentamente. “Con un chocolate, puedo sentir la suavidad; si tiene nueces, la crujencia; si es una galleta rellena, el contraste de la crema”. Sáenz comparte una anécdota de sus talleres: “Hicimos un ejercicio de degustación consciente con bombones. Una persona dijo: ‘Siempre me los como de un bocado, pero esta vez con la mitad fue suficiente’. Esa es la diferencia que hace comer con atención”. Y finaliza con un paso que solemos olvidar: agradecer. “No solemos agradecer por lo que comemos. Y es una bendición tener alimentos”. Ningún alimento es malo, indica Sáenz. Lo importante es saber medir las porciones de esos antojos que saciamos. ¿Todos pueden hacer mindful snacking? Sí. No hay alimentos prohibidos. Esa es una de las ideas más potentes que promueve Sáenz. “El mindful snacking busca eliminar la culpa. No hay alimentos buenos o malos. Hay alimentos indulgentes, otros energéticos, otros con buen perfil nutricional. Todos tienen su lugar”. Eso sí, se trata de elegir con criterio. “Si tengo un tubo de galletas grandes, saco una porción, no como desde el paquete. El empaque tiene la información. Aprender a leer las etiquetas es fundamental”, afirma. Porque la culpa, lejos de ayudar, puede generar conductas problemáticas. “Hay personas que se esconden para comer. Ni ellos mismos quieren verse. Comen rápido, con estrés. Eso no es sano”, advierte. Para Sáenz, disfrutar un alimento indulgente con conciencia y sin culpa no solo es posible: es necesario. Diferenciar el hambre física de la emocional Lejos de satanizar el hambre emocional, Sáenz invita a observarla con compasión. “Las emociones son válidas. A veces lo que necesito es una pausa, no un alimento. Entonces, me paro, camino, respiro, y ahí me doy cuenta: lo que quería era relajarme, no comer”, dice. Pero si después de esa pausa, sigue el deseo por algo dulce, también está bien. “Si lo que necesito es un chocolate caliente, me lo preparo, me alejo de la computadora, me siento a verlo por la ventana y lo disfruto. Eso también es mindful snacking”, aclara. La clave está en hacerlo consciente, no impulsivo. La educación empieza en casa ¿Cómo se enseña a comer conscientemente a los niños? No con sermones. Con ejemplo. “Comer en familia es clave. Y también dejar que los chicos jueguen con las texturas, que digan si les gusta o no. No hay que obligarlos ni presionarlos con frases como ‘tienes que comértelo todo’”, sugiere. También propone convertir el momento en una experiencia sensorial. “Si comen una fruta, preguntémosles: ‘¿a qué sabe?’, ‘¿cómo suena al morderla?’”, dice. Además, añade una recomendación útil: fuera celulares y pantallas de la mesa. “Es momento para conectar, no para distraerse”. Sáenz reconoce que la adolescencia es especialmente difícil. “Se alejan de los papás y sus referentes son los amigos. Pero si mantenemos hábitos en casa, como comer juntos, elegir porciones adecuadas, y evitar los comentarios culpabilizantes, podemos influir más de lo que parece”. En vez de decir “¿te vas a comer todo eso?”, sugiere un enfoque más respetuoso: “¿estás seguro de que quieres más? ¿quieres tomar agua y esperar un poco?”. También promueve el compartir. “Si quieren un chocolate, que lo compartan. El compartir también es parte del disfrute”, dice. Es necesario que hablar con niños y adolescentes sobre comida, se haga con un enfoque positivo y así evitar una mala relación con los alimentos. ¿Por dónde empezar? La propuesta de Sáenz es simple y empática. “Empiecen por hacerlo una vez al día, o una vez por semana. Los fines de semana pueden ser buenos momentos para comenzar en familia”. También propone crear rutinas: “En mi casa, los miércoles son día de postre. Todos elegimos uno y lo comemos juntos, sin pantallas. Lo saboreamos”. Recuerda que la indulgencia también tiene una dimensión emocional. “Yo tengo platillos que me recuerdan a mi abuela. Me generan felicidad. No todo es nutrición estricta: también comemos para disfrutar, para sentir, para compartir”. Finalmente, invita a los padres a confiar en el proceso: “Permitan que sus hijos digan ‘ya estoy lleno’. No les