Henry Kissinger, el secretario de Estado de EE UU más poderoso de la Guerra Fría, escribió una vez que Israel no tiene política exterior, solo política interior. Pocas veces la frase se ha revelado tan cierta como este martes, cuando el primer ministro Benjamín Netanyahu pulverizó por sorpresa el alto el fuego en Gaza, antes de que cumpliese su segundo mes, con una oleada masiva de bombardeos que causó más de 400 muertos, entre ellos numerosos menores y mujeres. De hecho, dos palabras explican lo sucedido mejor que todas las justificaciones presentadas durante la jornada por Netanyahu o por sus ministros de Defensa y Exteriores, Israel Katz y Gideon Saar. Son “como prometimos”, y las pronunció Bezalel Smotrich —el ultraderechista titular de Finanzas partidario de mantener permanentemente tropas en Gaza y recolonizarla— al celebrar la reanudación de los ataques masivos. Dos meses antes, aseguró haber recibido “garantías” de Netanyahu, del gabinete “y de otras formas” de que la guerra no terminaría “en ningún modo” sin “la destrucción completa de Hamás”, a cambio de permanecer en el Gobierno, pese a su oposición al alto el fuego con Hamás. Por si no estaba claro, Smotrich recurrió entonces a los medios para advertir a Netanyahu (en una grabación filtrada en 2022 se le oye definirlo como un “mentiroso total”) de que podía vivir con la primera fase del alto el fuego, porque implicaba el regreso de 33 rehenes israelíes, pero no con la segunda, la verdaderamente importante por implicar el fin de la guerra. Y que, si incumplía su promesa, no solo sacaría de la coalición a su partido, Sionismo Religioso, sino que también se “aseguraría” de tumbarla. Netanyahu compareció entonces para repetir la palabra “temporal” al hablar del alto el fuego y subrayar que contaba con el “pleno apoyo” del entonces presidente de EE UU, Joe Biden, y de su enseguida sucesor, Donald Trump, “para reanudar los combates” si Israel concluía unilateralmente que las negociaciones de la segunda fase no iban “a ningún lado”. Como Netanyahu impide su inicio desde hace mes y medio, no han ido a ningún lado. O, como ha dicho orgulloso Smotrich este martes: “Es para este momento por lo que nos quedamos en el Gobierno”. Un tanque israelí, en el lado israelí de la frontera con Gaza, este martes.Amir Cohen (REUTERS) Todo lo que ha pasado desde enero apunta a que Netanyahu nunca pretendió llegar a la segunda fase de la tregua, pese a firmarlo en enero. “No hay otra manera de explicarlo”, resumía este martes Amos Harel, comentarista de asuntos militares del diario Haaretz. “Israel violó a sabiendas el acuerdo de alto el fuego con Hamás —con la aprobación de EE UU— porque no quería cumplir plenamente los términos a los que se había comprometido dos meses antes”. El “verdadero objetivo” de la ofensiva, añadía, es “una guerra perpetua en múltiples frentes” que le permita asegurar “un deslizamiento gradual hacia un régimen de estilo autoritario”. Cada vez más presión Es el hecho que emerge entre el ruido de las acusaciones cruzadas. Netanyahu viene boicoteando la continuidad del mismo acuerdo de tregua que rubricó, aparentemente, como regalo a un imprevisible Trump para que regresase al poder con el conflicto al menos con sordina. Ha efectuado graves incumplimientos y apretado cada vez más a Hamás (que ha respetado casi completamente los términos del pacto), en una muestra de la fortaleza estratégica del primero (la Casa Blanca ha responsabilizado “plenamente” al grupo islamista de la reanudación de los bombardeos) y la debilidad del segundo. En contravención de lo acordado, Israel no retiró las tropas de la frontera entre Gaza y Egipto; no permitió la entrada de caravanas para proveer una alternativa habitacional a los numerosos gazatíes que han perdido sus casas, ni de excavadoras para retirar los escombros; y mató a más de cien personas en bombardeos puntuales que fue incrementando como medida de presión negociadora. Hace dos semanas, acabó bloqueando la entrada de ayuda humanitaria y cortando la electricidad a la desalinizadora de agua, la única línea de que mantenía desde el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023. Pero, sobre todo, nunca inició las negociaciones para pasar a la segunda fase, que el acuerdo estipulaba para el 6 de febrero. Así que, hace dos semanas y media, acabó la primera fase, sin transitar a la segunda, ni incluir intercambios de rehenes y presos. Palestinos inspeccionan el lugar de un bombardeo israelí en Yabalia, en el norte de Gaza, este martes.Mahmoud Issa (REUTERS) Su ministro de Exteriores ha justificado justo los nuevos bombardeos masivos precisamente en que las negociaciones habían alcanzado un “punto muerto” que no podía aceptar. “Si hubiésemos seguido a la espera, habríamos seguido sin movernos y me recuerda mucho a los primeros 20 días, entre el 7 de octubre y la entrada terrestre de que había una voluntad o esperanza de que a lo mejor Hamás entraba en razón y llegaba a un acuerdo antes de eso. Hasta que no sucedió, no pasó nada […] Hamás tiene que aprender por las malas que no puede poner a Israel de rodillas”, señaló en una entrevista en una conferencia en la ciudad de Dimona. “Una decisión política” Para Andreas Krieg, analista de riesgos geopolíticos en Oriente Próximo y Norte de África y profesor asociado en la Escuela de Estudios de Seguridad del King’s College de Londres, la reanudación de la guerra es “principalmente una decisión política” del Gobierno de Netanyahu, más que militar, tras dos meses “haciendo todo lo posible para torpedear” el acuerdo. Viene “presionando a Hamás para que liberase a los soldados sin hacer concesiones” o tratando de arrinconarlo a una posición en la que se viese forzado a lanzar una respuesta que le sirviese como “pretexto para la escalada”. Los islamistas lanzaron un pulso en febrero, anunciando que no liberarían rehenes esa semana, en protesta por la acumulación de vulneraciones israelíes previas, y acabaron dando marcha atrás, entre amenazas de Trump de abrir las “puertas del infierno” si no liberaba a