A principios del nuevo siglo, cuando Internet aún no era lo que es hoy, cinco jóvenes músicos recorrían los distritos de la ciudad cada noche. Llevaban pegamento en una mano y una botella de ron con Coca-Cola en la otra. Su misión era simple: llenar las paredes con afiches que anunciaban sus conciertos. “Diazepunk en concierto”, se leía en letras grandes, convocando a cualquiera que se cruzara con esos carteles a ir al Florentino, Barlovento, Free, Bunker, Ambassador o Rajatabla, donde solían tocar. Antes del pogo y del descontrol de sus presentaciones, la banda pedía a los asistentes que escribieran sus correos electrónicos en una hoja. Esa lista, que luego pasaban con paciencia a un archivo Excel, fue su primera base de datos: los primeros seguidores que empezaron a recibir invitaciones personalizadas por email, algo que, aunque hoy suena arcaico, entonces parecía casi revolucionario. Charly (guitarra y voz), Gustavo Makino (guitarra y coros), Felipe Salmón (batería) y Jan Lederhausen (bajo) en una presentación en el local El Florentino a principios de los 2000. (Foto: Punkekeperu) Con el tiempo, la lista creció. Y con ella, la banda también. Diazepunk, que nació en 1999, empezó a convertirse en uno de los nombres más importantes del punk melódico limeño, una banda clave del llamado movimiento chikipunk, denominado así por estar integrado por jóvenes entre los 15 y 18 años de edad. Su público era también joven, y se identificaron con sus letras pegaban y los álbumes “Bajo en serotonina” (2004) y “Ciudad indiferente” (2007), los cuales marcaron una época junto a bandas como Dalevuelta (1998), La Forma (1998), 6 Voltios (1998), Rezaka (1999), Terreviento (1999), Inyectores (2000), Tragokorto (2000), TiempoFuera (2000), De la nada (2000), 40 Gramos (2001), Santa Cachucha (2001), Atómica (2002), Play Attenchon (2002), entre otros. “Pasaron muchas cosas. Llegamos a repartir cerveza gratis en algunos conciertos para que nos fueran a ver. Una vez, nuestro baterista casi termina herido porque un pedazo del techo del estudio donde grabábamos se desprendió. Cuando reclamó, el dueño solo atinó a decirle: ‘Lo que pasa es que tocas muy duro, amigo’”, nos cuenta Carlos García, vocalista de la banda, quien entre anécdotas, pequeños triunfos y noches interminables, fue armando su camino junto a Diazepunk. En 2014, Diazepunk anunció su separación por mutuo acuerdo entre sus integrantes. Sin embargo, en 2016 regresaron oficialmente con un concierto en el Centro de Convenciones Festiva. (Foto: Monica Ygnacio) Esa actitud contestataria que los caracterizó —y que los mantuvo alejados de los patrocinadores comerciales— es también el principal motivo de su actual separación. Con 25 años de trayectoria artística, la agrupación ahora conformada por Carlos García, Takeshi Nakankari, Javier Landa, Gustavo Makino y Mauricio Llona prefiere ser recordada como una de las pocas bandas verdaderamente rebeldes, antes de que esa esencia se diluyera con el tiempo. El final no llegó de un día para otro. Fue más bien una serie de conversaciones, miradas silenciosas y una idea que todos sentían pero que nadie se atrevía a decir en voz alta: “Ya no somos los mismos”, pues para la agrupación el punk melódico no es solo música; era una forma de vivir y de enfrentar el mundo. “Muchos viejos rebeldes han terminado siendo igualitos a sus padres. Lo que antes era rebeldía, ahora ya no lo es; es música vieja y obsoleta. Por eso nosotros nos retiramos: ‘Mueres como un punk o vives lo suficiente para convertirte en lo que juraste destruir’”, señala García. Contra todos Consecuentes con su pensamiento contestatario, la agrupación siempre puso la mira no solo en los clásicos —el sistema, el conformismo, la autenticidad—, sino también en el público, la escena musical peruana y los contratos restrictivos. “Una vez tuvimos un contrato que duró un solo día. Estábamos tocando en un concierto, nos auspiciaron, pero en medio del show nos dicen que le bajemos el volumen porque la gente estaba pogueando. Terminamos peleándonos con ellos en la presentación, creo que no entendieron nuestro concepto”, recuerda García entre risas. Sin pelos en la lengua ni concesiones para quedar bien, la banda fue crítica con situaciones incómodas y también con otros artistas peruanos. Ni siquiera Pedro Suárez-Vértiz se libró de sus comentarios hace algunos años, cuando el mismo Carlos García cuestionó la idea del cantante de que su éxito se debió a ser “apolítico” en una época convulsionada. El diario El Comercio destacó «Ciudad Indiferente», penúltimo disco de estudio de la banda, como el mejor lanzamiento musical del año 2007. (Foto: Monica Ygnacio) / David Bob Garcia “Fui crítico en su momento, pero hasta ahora discrepo con lo que representa él [Pedro Suárez-Vértiz] como músico, más allá de sus canciones o el gran talento que tuvo. Todos podemos ser criticados por lo que decimos o hacemos, porque callarlo sería validar con el silencio. Y es saludable discrepar con grandes artistas, aunque ahora parezca que siempre debes estar de acuerdo para evitar grandes problemas”, menciona García. Sin olvidarse de “limpiar primero la casa”, hicieron autocrítica a lo largo de los años, revisando la letra de sus canciones y ajustando palabras con exactitud, no para evitar herir susceptibilidades, sino para mantenerse fieles a su filosofía punkera. “El punk no es sinónimo de quedarse callado ni de cerrarse a los cambios. Hay que cuestiona incluso lo que uno mismo hace”, añade García. Diazepunk mostró un cartel en el 2016 con la frase «Cipriani miserable» en el Festival Día de Rock Peruano, en rechazo a las polémicas declaraciones del excardenal sobre el abuso a la mujer, asegurando que ellas se ponen «como un escaparate, provocando». (Foto: Facebook Diazepunk) Pero Diazepunk no solo fue fiel a su espíritu crítico, también supo innovar en una escena que, muchas veces, se resistía al cambio. Fueron los primeros en incluir a artistas de otros géneros —como Wendy Sulca— en un concierto de rock punk melódico, rompiendo estereotipos y demostrando que las fronteras entre estilos musicales eran más frágiles de lo que parecían. Aunque el tiempo ha pasado y las aguas de la industria musical parecen