EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí. En América Latina, los tejidos y los textiles son seres vivos, entramados de las vidas de las personas, sujetos que cuidan con su abrigo y a los que les debemos cuidado. Para la tejedora y directora del Museo Nacional de Etnografía y Folklore de La Paz, Bolivia, Elvira Espejo, los textiles son ciencia, tecnología, identidad, lenguaje, economía, conocimiento. Los tejidos encarnan modos de existir, de vivir. También son resistencia. “Nuestros tejidos son los libros que la colonia no pudo quemar”, es el título de un libro publicado por el Movimiento de Tejedores Mayas de Guatemala. “Estiro y tuerzo, estiro y tuerzo”, se escucha repetir a Liliana Soto cuando enseña a hilar con huso o rueca durante el Encuentro de Tejedoras en Amaicha del Valle, en la zona rural en la región montañosa de Tucumán. El hilo se forma a partir del bellón en la acción de torsión y tensión. “El textil formó parte de mi vida desde chica. Mi madre y todas mis tías eran tejedoras. Ser hilandera me constituye como mujer. Es, también, una forma de resistencia en estos tiempos en donde todo es artificial, fabricado en la inmediatez”, cuenta durante este evento que se organiza en el noroeste argentino desde hace 14 años durante el último fin de semana de julio, antes de la celebración andina a la Pachamama. La idea de este encuentro empezó en 2009 entre la cooperativa La Pachamama y grupos de investigación de la Universidad Nacional de Tucumán. “El primer encuentro fue en el 2010, cuando llegaron 160 o 170 tejedoras de toda la zona”, cuenta Olga Sulca, hija y nieta de tejedores de barracán de la región puneña de Salta, y profesora de historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán. A él van mujeres como Liliana Soto que enseña en distintas escuelas de los Valles en Tucumán, por invitación de las maestras. “Me gusta enseñar a los chicos para que el saber no se pierda, para que puedan valorar lo que hacían sus abuelas o bisabuelas, porque parecería que el conocimiento se ha perdido en algunas generaciones. Sin embargo, cuando empiezo a hablar con los chicos, todos tienen en la casa una manta o algún textil que dejó una abuela. Muchos, en el cerro, tienen animales, como ovejas, y es importante poner en valor lo que hace su familia, que no es cosa de viejos, que no es cosa de antes”. Sin embargo, la historiadora Sulca explica que tras la hiperinflación de Argentina en los años 90, muchas personas migraron de sus lugares de origen para ir a los centros urbanos, como Buenos Aires, a trabajar y eso repercutió en un retroceso de esos saberes. “Con la crisis económica del 2001 y la reforma educativa de Carlos Menem [presidente de Argentina entre 1989 y 1999] que sacó la enseñanza del tejido de las escuelas, muchas personas que provenían de familias tejedoras dejaron de hacerlo. A algunas personas incluso les daba vergüenza. Eso fue lo que pudimos notar”, explica. El encuentro de Tejedoras inició el año 2009, entre la cooperativa La Pachamama y grupos de investigación de la Universidad Nacional de Tucumán.Camilo Figueroa González Para revitalizar la práctica Sulca, junto con las tres hermanas Balderrama —coordinadoras de la cooperativa La Pachamama e hijas de Felisa Arias—, decidieron crear el Encuentro para que fuese posible compartir con las otras tejedoras de la región. “Es una costumbre que viene de generación en generación porque nuestros antepasados tejían. Esa es la memoria textil, que no pudieron romper ni quemar”, afirma Ángela Balderrama, que organiza el encuentro desde sus orígenes. Catalina Guitian, tejedora que vive en El Arbolar en Colalao del Valle, también en Tucumán, cuenta su experiencia. “Cuido mis animales y me dedico a mis tejidos. Eso lo hago desde muy niña. Cuando iba a la escuela tenía mi trabajo manual y yo siempre llevaba tejido, hilado, esas cosas. Para el hilado pongo los dos hilos de uno y tuerzo y después hago las madejas. Las lavo, las tiño con vegetales, yuyos del campo, flores, raíces y, después, cuando están teñidas, las enjuago bien y las pongo a secar. Luego, voy tejiendo, urdiendo las telas y tejiendo”, comenta. Ella ha participado en todos los encuentros que se han hecho hasta ahora. “Yo quiero que Dios me sepa dar vida para seguir con esto, tejiendo o enseñando al que quiera aprender. Y que no se pierda y que la juventud también quiera aprender para que así ya quede con los demás”, agrega Guitián, que disfruta especialmente cuando enseña a tejer en las escuelas. Sobre los encuentros, Sulca también dice que “se logró revitalizar el tejido, que vuelve a tener protagonismo en la comunidad”. “También se revitalizan distintas técnicas, como las fajas con telar de cintura o las doble telas, los brocados, las distintas técnicas de tapiz, el tejido llano y los tintes naturales”, señala respecto a los cambios que se han generado durante estos 14 años. Las tejedoras enfrentan distintas dificultades que repercuten en sus prácticas, pues los textiles no son objetos independientes, sino entramados que les dan vida. En las zonas rurales de Argentina, el acceso a distintos servicios, como la salud, es escaso. A ello se suma que el tiempo que implica hacer un tejido, fuera de las estructuras de velocidad e inmediatez del mundo contemporáneo, es valorado. Se trata de un proceso largo que comienza desde la crianza del animal de cuya esquila se obtendrán las fibras textiles. “Son las raíces en el sentido de que nunca vas a dejar de hacer eso y nunca vas a dejar de conectarte con otras personas que hacen lo mismo, porque parte del tejido es una historia, tiene una historia a través de la persona que lo hizo”, dice Ángela Balderrama. Source link