Ser padre o madre es vivir como en una especie de guardia permanente: velar por el bienestar del hijo, intentar entender sus cambios de humor y sostener los límites sin romper el vínculo. En ese intento diario por acompañar, la rebeldía —esa mezcla de independencia, oposición y búsqueda de identidad —puede sentirse como una tormenta que llega sin previo aviso: respuestas cortantes, silencios eternos, portazos y miradas desafiantes. Y en medio de todo eso, surge una preocupación inevitable: ¿es solo una etapa o algo más profundo está ocurriendo? Sin duda, la confusión es comprensible. Como explicó Grace Borckardt, psicóloga infantil a Hogar y Familia, “es muy fácil confundir ambos conceptos porque pueden presentar comportamientos desafiantes, desadaptados, rabia o irritabilidad”. Sin embargo, el error es asumir que toda conducta desafiante es una patología sin considerar la etapa de desarrollo, el contexto o el aspecto emocional. “Hay factores que pueden ayudar a discernir entre rebeldía y un problema de salud mental, ya que por la severidad de sus síntomas puede interferir en el área académica, social o familiar”. No obstante, como advirtió la psicoterapeuta Liliana Tuñoque, de Clínica Internacional, a veces la conducta desafiante es solo la punta del iceberg. “La rebeldía puede parecer mala conducta, pero detrás puede haber ansiedad, tristeza o frustración que el niño no sabe expresar, entonces se defiende con lo único que tiene, que es su comportamiento”. Por eso, antes de etiquetar a un niño o adolescente, es necesario detenerse y mirar qué está queriendo comunicar con eso. ¿Y si la rebeldía fuera una etapa necesaria para crecer? La rebeldía no siempre es un problema; muchas veces es una señal de crecimiento. De hecho, como destacó la psicóloga Karin Domínguez, directora de Modo USIL de la Universidad San Ignacio de Loyola, forma parte del proceso evolutivo de la persona y refleja la necesidad de autonomía y de construir una identidad propia. Cuando un niño o adolescente se opone, discute o busca hacer las cosas a su manera, está aprendiendo a pensar por sí mismo, a diferenciar sus emociones, deseos y valores, y a definir quién es. En la infancia, esta actitud suele estar ligada al desarrollo de la autonomía. “Los niños pueden mostrar rebeldía cuando empiezan a afirmar su independencia o cuando no saben cómo expresar lo que sienten”.. Oponerse, cuestionar o decir “no” puede ser saludable: los hijos aprenden a pensar por sí mismos y a construir su identidad. En cambio, en la adolescencia, la rebeldía cumple otra función: permite diferenciarse del entorno y definir una voz propia. De acuerdo con la especialista, el cerebro y las emociones están en plena transformación, por lo que los jóvenes necesitan probar, decidir y equivocarse para madurar. Por eso, cuestionar las normas no siempre equivale a falta de respeto, sino a una búsqueda de coherencia y sentido. “En definitiva, las conductas desafiantes pueden tener un papel adaptativo, pues permiten liberar emociones y expresar lo que no se logra decir con palabras. La rebeldía, por lo tanto, puede ser una aliada del desarrollo emocional, siempre y cuando se aborde con empatía, escucha y límites firmes. Es saludable que un niño cuestione o diga “no”, siempre que esta actitud sea temporal, surja ante situaciones específicas y no cause daño a otros”, agregó Janet León, psicóloga ocupacional de MAPFRE. ¿Cuándo lo desafiante deja de ser solo una etapa? Sin embargo, no toda rebeldía cumple un rol adaptativo. Hay momentos en que lo desafiante deja de ser una etapa pasajera y empieza a reflejar un malestar emocional más profundo. Para Liliana Tuñoque, hay tres aspectos clave que permiten diferenciarlo: Duración: Si una conducta desafiante persiste durante más de tres o seis meses. Intensidad: Si esta aumenta en frecuencia o agresividad (gritos, insultos o agresiones). Consecuencias: Si afecta la vida cotidiana (bajo rendimiento escolar, problemas de sueño, aislamiento o conflictos constantes). “Cuando la situación escala, es momento de poner límites y buscar apoyo profesional”, advirtió la psicoterapeuta. Asimismo, Liseth Paulett, decana de la carrera de psicología de la Universidad Científica del Sur, recalcó la importancia de distinguir entre un niño con carácter fuerte y uno que reacciona desde el dolor o la ansiedad. “Un niño con carácter fuerte expresa con claridad sus gustos y desacuerdos, pero mantiene el control. En cambio, cuando hay un trasfondo emocional, se observan cambios bruscos de actitud, irritabilidad constante, imposición agresiva de sus deseos o dificultad para reconocer y gestionar lo que siente”. Por eso, lo que muchas veces se percibe como “rebeldía” puede ser la manifestación de trastornos como el déficit de atención e hiperactividad (TDAH) —donde la impulsividad se confunde con desobediencia—, la ansiedad o la depresión infantil, que no siempre se expresan con tristeza, sino con irritabilidad o mal humor, e incluso el trastorno negativista desafiante (TDN). ¿El contexto también influye? Los factores externos muchas veces juegan un papel determinante, pues pueden ser desencadenantes, mantenedores o amplificadores de las conductas desafiantes. Según León, situaciones como el exceso de pantallas, el acoso escolar o la tensión en casa generan un entorno de vulnerabilidad que puede aumentar la probabilidad de que el adolescente o niño responda con irritabilidad e impulsividad. Cuando la rebeldía se vuelve constante, agresiva o afecta su vida diaria, puede reflejar un malestar emocional que necesita atención profesional. “La rebeldía muchas veces es una forma de comunicación. Por eso, la importancia de considerar tanto la conducta como el contexto y la edad, ya que un niño pequeño no cuenta con los mismos recursos emocionales ni comunicativos que un adolescente. Muchos niños “actúan” lo que sienten, y su comportamiento puede reflejar dolor emocional, necesidad de atención o búsqueda de validación. Observar cómo responden a la contención o al acompañamiento cálido puede ofrecer claves valiosas sobre lo que realmente están intentando decir”, resaltó la psicóloga infantil. De igual manera, como señaló Tuñoque, un “no te soporto” puede traducirse en un “me siento inseguro” o “quiero que me escuches”. Por ello, en lugar de reaccionar únicamente al comportamiento, es clave que los padres se pregunten: ¿qué me