Tu hijo no quiere levantarse para ir al colegio y, al preguntarle por qué, apenas puede contener las lágrimas. Tu hija llega triste porque la dejaron fuera de un juego en el recreo. Tu hijo adolescente, tras una discusión con sus amigos, se encierra en su cuarto gritando: “¡Nadie me entiende!” antes de dar un portazo. El más pequeño, frustrado porque su dibujo no le salió como quería, estalla en una rabieta y se llama a sí mismo “un desastre”. Situaciones como estas suceden todos los días en muchos hogares; sin embargo, a veces nos toman por sorpresa y no sabemos cómo reaccionar. ¿Corregimos la conducta, intentamos distraerlo o le decimos que “no es para tanto”? Lo cierto es que, en esos momentos, lo que más necesitan nuestros hijos no es un consejo ni una solución rápida, sino sentirse acompañados, contenidos y emocionalmente sostenidos. Y es justamente ahí, cuando entran en juego los primeros auxilios emocionales. Como explicó Liliana Tuñoque, psicoterapeuta de Clínica Internacional a Hogar y Familia, tal como limpiamos y cubrimos una herida visible cuando nuestros hijos se caen, también necesitamos aprender a acompañarlos cuando lo que les duele no se ve. “Con el ritmo de vida acelerado, el estrés y la sobreexposición de los niños a estímulos, exigencias y cambios rápidos, hoy en día contar con herramientas prácticas para contenerlos emocionalmente se vuelve tan importante como saber qué hacer ante una herida física. Y aunque no todos los padres son psicólogos, sí pueden aprender a identificar señales de alerta, responder de forma empática y ayudar a calmar a sus hijos en los momentos más difíciles”, expresó Patricia Pinedo, psicóloga y especialista en educación familiar. ¿Qué son los primeros auxilios emocionales? Cuando una persona —ya sea un niño o un adulto— atraviesa por una crisis emocional, sus pensamientos, emociones y conductas pueden verse alterados, dando lugar a reacciones como tristeza profunda, ansiedad, frustración o pensamientos negativos. Según Paul Brocca, docente de psicología en la Universidad Científica del Sur, este estado dificulta tomar decisiones y adaptarse al entorno. En esas circunstancias, los primeros auxilios emocionales actúan como un “kit de contención” que ofrece apoyo inmediato y protección. “Básicamente, no buscan resolver el problema de fondo, sino brindar calma y alivio en el momento más crítico”, mencionó Pinedo. A veces, lo que los niños no dicen con palabras, lo expresan con su cuerpo o su conducta. La psicóloga Alexandra Sabal, de la Clínica Ricardo Palma, destacó que, en el entorno familiar, estos primeros auxilios permiten a los padres acompañar y contener emocionalmente a sus hijos ante situaciones como la sobrecarga escolar, la presión social o cambios en el hogar. Una intervención oportuna puede evitar que ese malestar se convierta en un problema más serio, como la ansiedad crónica. Por su parte, Emily Mudd, psicóloga pediátrica de Cleveland Clinic, refirió que brindar este tipo de apoyo implica estar presente con una actitud compasiva y sin juicios, validando las emociones del niño y escuchándolo activamente. “Al aplicar los primeros auxilios emocionales, los padres fortalecen el vínculo afectivo y crean un entorno seguro donde el niño aprende a reconocer y regular sus emociones. Esto no solo previene que una emoción intensa se agrave, sino que también fomenta la resiliencia y el bienestar emocional a largo plazo”. ¿Cómo saber si tu hijo atraviesa una crisis emocional? Muchas veces, los niños no dicen “me siento triste” o “algo me preocupa”, ya que su malestar, principalmente lo manifiestan a través de cambios en el comportamiento, el ánimo o incluso el cuerpo. Por eso, estar atentos a estas señales —aunque sean sutiles— es clave para brindarles apoyo a tiempo. En general, algunas de las señales más frecuentes son: Irritabilidad. Retraimiento. Llanto frecuente. Dificultades para dormir o pesadillas. Quejas físicas recurrentes, como dolor de cabeza o estómago. Sin embargo, como indicó Mudd, estos signos pueden variar según la edad: Niños pequeños: Es común que el estrés se exprese con conductas regresivas, como mojar la cama o pedir dormir con los padres. Escolares: Puede notarse que están más sensibles, distraídos o que se niegan a asistir al colegio. Adolescentes: Tienden a esconder su malestar, por lo que es clave prestar atención a señales indirectas como cansancio constante, irritabilidad o evasión de responsabilidades. Cuando el problema emocional es más profundo podemos observar cambios prolongados en el apetito, el sueño, la higiene, aislamiento social, agresividad o expresiones de desesperanza, por lo que es momento de buscar apoyo profesional. Comentarios sobre no querer vivir, autolesiones o consumo de sustancias también requieren intervención inmediata. “Si bien no todo cambio es motivo de alarma, sí es importante estar atentos si estas señales son persistentes en el tiempo, ocurren en diferentes entornos (en casa, en el colegio y con otros familiares) e interfieren con la rutina y las relaciones del niño”, advirtió Emily Mudd. ¿Qué errores debemos evitar al intentar ayudarlos? Cuando nuestros hijos se ven sobrepasados por una emoción, nuestro primer impulso como padres suele ser “calmarlos de inmediato”. Sin embargo, aunque la intención sea buena, muchas veces nuestras reacciones pueden invalidar y minimizar lo que sienten o incluso aumentar su malestar. Frases como “no llores” o “no es para tanto” pueden invalidar el sentir del niño. En su lugar, ofrece calma y escúchalo activamente. Según Liliana Tuñoque, frases como “no es para tanto” o “no llores” pueden parecer inofensivas, pero no ayudan. Por ejemplo, si un niño llora porque se rompió su juguete favorito y le decimos “es solo un juguete”, estamos pasando por alto el vínculo emocional que él tenía con ese objeto. En lugar de eso, la psicoterapeuta sugirió frases como: “Entiendo que estés triste, lo cuidabas mucho”. Sin duda, este comentario, aunque simple, ayuda a validar su emoción en lugar de ignorarla, generando así contención y confianza. Otro error frecuente, según la especialista en educación familiar, es intentar que el niño “razone” en pleno momento de desborde emocional. Cuando le decimos “¡Pero si no es para tanto!”, olvidamos que el cerebro no puede procesar ni pensar con claridad