En los últimos años, la frase “diferencias irreconciliables” se ha vuelto casi un clásico cada vez que una pareja —famosa o no— anuncia su separación. Sin duda, es un término que suena bastante elegante y hasta algo diplomático; sin embargo, detrás de estas palabras hay algo mucho más profundo e incluso doloroso: dos personas que, a pesar de quererse, descubren que ya no pueden encontrarse en el mismo punto. Porque sí, el amor es un factor clave, pero no es suficiente para sostener una relación. Como señaló la psicóloga Aída Arakaki, de Clínica Internacional a Bienestar, una relación también necesita de comunicación, respeto, valores compartidos y estabilidad emocional. “Se puede querer a alguien y, al mismo tiempo, reconocer que la relación no es sana. El amor puede existir, pero si cada encuentro termina en dolor o ansiedad, no hay espacio para construir”. Newsletter Sanar en Espiral Samanta Alva ofrece consejos prácticos y herramientas para tu bienestar, todos los jueves. Recíbelo Y entonces, sin darnos cuenta, lo que empezó como un refugio se convierte en un campo minado de intentos. Amamos, pero ya no sabemos cómo hacerlo sin lastimarnos. Por eso, vale la pena detenernos y cuestionarnos ¿cuándo luchar por amor y cuándo es momento de aceptar el final? Diferencias de pareja: ¿problema cotidiano o punto sin retorno? En toda relación de pareja, existen diferencias: gustos distintos, maneras opuestas de hacer las cosas o simplemente perspectivas que no siempre coinciden. Sin embargo, no todas las discrepancias tienen el mismo peso ni las mismas consecuencias. De acuerdo con Iván La Rosa, docente de la carrera de psicología de la Universidad Científica del Sur, las llamadas diferencias irreconciliables son aquellas incompatibilidades profundas en valores, metas o formas de ver la vida que generan conflictos difíciles de resolver. Si bien no siempre significan el fin de la relación, ya que algunas pueden gestionarse si existe comunicación honesta, compromiso y apertura emocional, cuando estas diferencias afectan el bienestar, el respeto o la identidad de uno de los miembros, pueden volverse insostenibles. Por eso, es importante aprender a distinguir entre un desacuerdo que compromete o no el vínculo. Como explicó la psicoterapeuta Natacha Duke, de Cleveland Clinic, una diferencia cotidiana es algo puntual, negociable, y ambos pueden adaptarse. En cambio, aquel que obstaculiza la relación es algo que toca los valores fundamentales, los estilos de apego y los proyectos de vida distintos, ya que genera un malestar persistente. “Las diferencias más difíciles de reconciliar son aquellas que tocan aspectos profundos del vínculo, como la forma de manejar la intimidad, el conflicto, la confianza o el respeto. No se trata de simples preferencias, sino de patrones emocionales y valores esenciales que definen cómo nos relacionamos. Por ejemplo, no es lo mismo discutir quién lava los platos que descubrir que uno desea tener hijos y el otro no, o que uno prioriza la fidelidad y el otro no. Cuando las discrepancias alcanzan ese nivel, lamentablemente, el amor por sí solo puede no ser suficiente para sostener la relación”, destacó Arakaki. Soltar no siempre es rendirse. A veces es la forma más honesta de seguir amando, pero desde la distancia y el respeto propio. Por eso, aunque no existe una “escala de gravedad emocional” que determine qué tanto nos separa de nuestra pareja, la experta de Clínica Internacional nos propone una forma sencilla para evaluar el impacto de esas diferencias: preguntarnos del 1 al 10, ¿cuánto malestar me genera este tema? ¿cuánto afecta mi bienestar diario? Si la respuesta es alta y la convivencia nos deja la mayor parte del tiempo tristes, ansiosos o en tensión, probablemente no estemos ante un simple desacuerdo, sino ante una señal de que algo más profundo necesita ser atendido. La persistencia en vínculos que ya no funcionan Muchas personas permanecen en relaciones aun sabiendo que no son compatibles, ya sea porque el vínculo les da una identidad, seguridad emocional o miedo a la soledad. En estos casos, como indicó Duke, las huellas de los estilos de apego inseguros juegan un papel clave. Por ejemplo, el apego ansioso se relaciona con un temor intenso al abandono y la necesidad de validación constante, mientras que el apego evitativo puede llevar a evadir el conflicto o el distanciamiento emocional como defensa Además, cuando se ha invertido mucho emocional o económicamente en la relación, el cambio parece más costoso que el mantenimiento, aun cuando este también causa mucho sufrimiento. “Por lo general, las personas temen tomar la decisión de irse, incluso sabiendo que no son felices porque irse también duele: implica perder a la persona, olvidar los sueños o planes en pareja y, desde luego, da miedo empezar de cero. Sin embargo, quedarse en una relación que ya no funciona también duele, solo que más lentamente. Por eso, el mayor acto de amor propio es atreverse a cerrar el ciclo”, subrayó Arakaki. A parte, es muy común que en ese proceso aparezcan mecanismos de negación o justificación, como pensar que “no es tan grave”, “va a cambiar”, o idealizar el pasado “éramos felices antes”, pues el cerebro tiende a evitar el dolor. “A veces uno se aferra a la idea de lo que la relación podría ser y no de lo que realmente es.” ¿Cuáles son las señales que no debemos ignorar? Reconocer las señales de que una relación ha dejado de ser saludable puede ser difícil, sobre todo, cuando hay afecto o una historia compartida. Sin embargo, si las ignoramos podemos llegar a sufrir un desgaste emocional y físico que con el tiempo se va haciendo cada vez más profundo. Por eso, para la psicoterapeuta de Cleveland Clinic, una de las primeras alertas aparece cuando la comunicación se vuelve un terreno hostil o estancado: discusiones que se repiten sin solución, sensación de no ser escuchado o falta de respeto hacia los límites personales. También cuando uno de los miembros vive en un estado constante de ansiedad, culpa o miedo hacia el otro. Estas emociones no son “normales” en una relación, sino señales claras de apego