Ambas son escritoras, chilenas, millennials y viven en Barcelona (España), pero ahí acaban las diferencias. Una es ficticia y quiere convertirse en asesina; la otra es real y tuvo que pensar como asesina, pero solo durante el tiempo que le tomó escribir un libro. Paulina Flores (Santiago, 1988) visitó el Perú en marco de la 29° Feria Internacional del Libro de Lima para hablar de su segunda novela, “La próxima vez que te vea, te mato” (Anagrama, 2025). En el libro Javiera, migrante precarizada, vive entre los celos y la cólera desde que conoció a su pareja, un peruano poliamoroso, cómo no. El trato no la convence y ella se fuerza a recorrer el camino del crimen en una ciudad que parece un paraíso para el latinoamericano habituado a caminar atento al peligro. El libro ha sido censurado en redes sociales por representar una frase “violenta”, pero que encaja con su propuesta narrativa. Autores censurados abundan en la historia de la literatura; autocensurados, no tantos y Flores es uno de ellos: al compartir en Instagram la portada de su propia obra tacha el final del título. “Es divertido porque también la gente que sube el libro [a redes] se precensura”, contó Paulina Flores a El Comercio en la terraza de su hotel. “La próxima vez…” llega cuatro años después de su novela debut “Isla decepción”, que no podría ser más distinta. Entonces escribió sobre un joven coreano, casi esclavo, que escapa de un buque factoría. El nuevo libro es en cambio sobre la ciudad que le abrió las puertas para estudiar un máster literario y donde se quedó tras la pandemia. A continuación, la entrevista con la autora. ―Esta nueva novela es diferente a la a la primera que hiciste. Para empezar la protagonista, Javiera, tiene algunas similitudes contigo; ambas migraron a la misma ciudad, son escritoras. Bueno, Javiera abandona la escritura y ahí decide convertirse en asesina. Tiene ahí como un desgarro del corazón. Se enamora también. ―Esta pregunta puede ser muy común, pero ¿Para ti fue complicado desligarte de ese personaje? O sea, todos los personajes tienen mucho de sus autores, pero en este caso sí tiene similitudes contigo. ¿Cómo fue esto? Es fácil porque siempre la veo a ella como distinta. Nunca es como yo. Además Javiera es mucho más entretenida y loca que yo, entonces me permite mucha diversión. Como yo construyo el personaje, siento que al principio hay un anecdotario o una parte que viene de uno. Le puse Javiera porque es el nombre chileno por antonomasia; nadie sabe eso excepto los chilenos [risas]. Trabajar con los personajes es como enseñar al niño a andar en bicicleta; tienes que llevarlo un tiempo por detrás, afirmarlo, y darle un poco tu peso, tus vivencias cercanas. Y luego el personaje agarra fuerza, aprende a andar en bicicleta, y se te va. Entonces viene un momento en que digo, “¿Qué estás haciendo, Javiera?” Y me pongo muy moralista, o muy “mamá”. Entonces me ponía muy aprensiva y luego fue bonito entender cómo funcionaba la mente de este personaje, darle aire y dejar que ella hiciera [lo que quisiera]. Portada del libro «La próxima vez que te vea, te mato». / Anagrama ―Es común que cuando los autores ya han escrito un tiempo al personaje, con todo aquello con lo cual lo han alimentado, terminan por impulsarlo. Y además que este personaje para mí es entretenido porque viene con harta “mancha”, con harto contraste, matiz, sombra, celos, harto nivel de inseguridad, monstruosidad, crueldad, mezquindad, inseguridad. Es un personaje muy humano que permite harto juego. Ella también es muy imaginativa; en eso sí que somos parecidas. Siempre digo que ella es esclava de sus ficciones; se hace una telenovela en la cabeza. Javiera es como una especie de figura quijotesca, media patética. El Quijote quiere ser un caballero andante y hacer el bien; ella quiere ser una femme fatale y hacer el mal, pero a los dos no les resulta tan bien. Hay una dificultad en esta gesta, en esta empresa que Javiera llama el “sueño de la maldad”. ―Imagino que escribir sobre el sitio donde vives permanentemente, en este caso Barcelona, tiene sus ventajas. Estás en contacto constante con el material. Sí, es genial porque es como enamorarse. Uno llega a un lugar donde todas las cosas funcionan distinto, hasta las formas de relacionarse. Una se siente como un extraterrestre curioseando, y al mismo tiempo [ve todo] con este filtro cuando uno se enamora, todo lo ve como nuevo, singular y único. Y también la ciudad es el objeto amoroso de Javiera, dice que Barcelona no la ama, y ella está enamorada, ve la ciudad desde una mirada muy aspiracional. Desde el tercer mundo ella ve Europa o el estado de bienestar en España como como todo perfecto, todo hermoso. ―“De verdad creía que me merecía Europa”, dice tu protagonista. Y yo pienso, cómo no sentirse así luego de vivir en América Latina, con todos sus problemas. ¿Te sentirse así al llegar a España? Claro, me sentí bien enamorada. Barcelona es cursimente preciosa. Entonces, sí por un lado y luego, claro, también está la realidad: la falta de papeles [documentos], los trabajos que en general están más ligados no a lo que se estudió, sino al turismo u hotelería. Esas cosas desestabilizan un poco la experiencia, pero la verdad es que en ese sentido solo trato de agradecer la experiencia. ― Tu novela también es un comentario a la culpa del migrante, de sentirse que se está incomodando a los demás. ¿Te pasa eso a ti? Sí. Y también hay una cosa media extraña de explicar, que es como síndrome de inferioridad. A mí me pasaba que no entendía… tenía amigos allá, ¿cómo me podían querer? [Me sentía] como si fuera yo una mancha o algo así. Una viene con una herida, también se viven ciertas discriminaciones, entonces siempre se está en estado de alarma, un poco desconfiada. Y con harto resentimiento también que permea todo esto, un