Dos hombres que escaparon de Turkmenistán, uno de los estados más secretos y represivos del mundo, contaron a AFP cómo fueron torturados, golpeados y violados allí por el «crimen» de ser gais. Cuando esta república centroasiática rica en petróleo y gas aparece en las portadas, suele ser por las excentricidades de su «Líder Nacional» y «Héroe Protector», Gurbanguly Berdimukhamedov. Este dentista convertido en autócrata, que escribe poemas sobre su caballo y cuyo equipo de fútbol nunca ha perdido un partido en la liga local, es un fanático de la salud. Tanto que su hijo Serdar, el actual presidente, planea «erradicar el tabaquismo» en el país para finales de año. Pero detrás de las estatuas monumentales y la ciudad de mármol de Arkadag («Héroe Protector» en turcomano), construida en honor a Berdimukhamedov, los opositores y las minorías son perseguidos sin piedad, según Amnistía Internacional y Human Rights Watch. En particular las personas LGBTIQA+, quienes a menudo son encarceladas o enviadas a hospitales psiquiátricos. Arslan, quien ahora está escondido en el extranjero, contó a AFP cómo fue violado cinco veces en prisión, donde los reos enfermos de sida son condenados a una muerte lenta por falta de tratamiento. También David relató que fue violado y golpeado por sus torturadores, quienes llevaban guantes «para evitar tocar mi sangre». Sus testimonios poco frecuentes, respaldados por documentos oficiales y confirmados por oenegés, revelan un lado oculto de este régimen aislado, que no tolera medios independientes ni grupos de derechos humanos. Aunque las autoridades se niegan a comentar estas acusaciones, el año pasado en la sede de Naciones Unidas insistieron en que «toda discriminación» era ilegal en Turkmenistán. Sin embargo, precisaron que las relaciones homosexuales son un delito porque van en contra de los «valores tradicionales» del pueblo turcomano. – La historia de Arslan – Arslan -cuyo nombre cambió AFP para protegerlo- creció en la pobreza en Turkmenabat, la segunda ciudad del país, cercana a la frontera uzbeka. «No teníamos ni pan ni ropa básica», dijo el joven de 29 años, quien pertenece a la minoría uzbeka. Al mudarse a los 18 años a la capital, Asjabad, quedó sorprendido por la pompa de los edificios de mármol blanco construidos por el primer presidente postsoviético, Saparmurat Niyazov, y por su sucesor Berdimukhamedov (2006-2022). También descubrió una pequeña comunidad LGBTQ y mantuvo una relación secreta con un hombre, pero tres años después fue arrestado junto con otros 10 «sospechosos de homosexualidad». A su juicio, su novio fue obligado a denunciarlo. Arslan fue golpeado por la policía y condenado a dos años de cárcel por sodomía en enero de 2018 durante una audiencia a puerta cerrada. Pasó nueve meses en una colonia penal, antes de ser indultado. De los 72 hombres presentes en el pabellón carcelario, unos 40 estaban allí por su orientación sexual. Un día, el líder del calabozo -un asesino «que estaba acostándose con muchos de los prisioneros»- se fijó en él y lo violó repetidamente tras suministrarle sedantes. «Fue abominable», relató Arslan, quien intentó suicidarse tomando «un montón de pastillas». En el hospital, le contó al director de la prisión sobre las violaciones y este «se rió», diciendo que «estaba allí para eso». Después de su liberación, Arslan consiguió trabajo y trató de reconstruir su vida, pero el estigma era abrumador. La gente lo reconocía y lo amenazaba, «gritándome en la calle». Fue enviado dos veces a una unidad psiquiátrica, después de ser detenido nuevamente en 2021 y 2022. «Querían curarme porque para ellos tengo una enfermedad», explicó. Decidió abandonar el país, pero las autoridades -en su intento de frenar un éxodo masivo de turcomanos que huyen de las dificultades y la represión- le negaron un pasaporte. Finalmente, tras sortear los estrictos controles de internet, recibió ayuda de la ONG EQUAL PostOst, que asiste a personas LGBTIQA+ en el antiguo bloque comunista, y logró comprar un pasaporte. «Todo se arregla mediante la corrupción» en Turkmenistán, señaló. Transparency International ha declarado al país como uno de los 15 más corruptos del planeta. Así, pudo huir a uno de los pocos países que permiten la entrada de turcomanos sin visa. – Nadie te oye gritar – David Omarov, de 29 años, padece VIH desde la adolescencia, en un país prácticamente desprovisto de educación sexual y medios profilácticos. Su vida, en un entorno de clase media en la capital, dio un vuelco cuando los servicios de seguridad lo convocaron en 2019, durante una de las muchas campañas de represión de la comunidad LGBTIQA+. Estuvo detenido varios días y fue torturado para facilitar los nombres de otros hombres. «Sabían que era positivo por VIH», dice a AFP. «Me golpearon con guantes y me patearon para evitar tocar mi sangre. Pero empecé a sangrar mucho. Tal vez fue eso lo que me salvó». «Lo peor es que nadie te escucha gritar», dice Omarov, que afirma haber sido violado por sus torturadores y no soporta verbalizar lo que le hicieron. «Son heridas que no han cicatrizado». Cuenta Omarov que Turkmenistán justifica esta persecución en nombre de la defensa de los «valores tradicionales». «Son fascistas folclóricos», dice. Turkmenistán es un país predominantemente musulmán, pero su gobierno, laico, pone el énfasis en la tradición turca. Gurbanguly Berdimukhamedov, de 68 años, y su hijo Serdar, de 43, son presentados habitualmente como los guardianes de esta cultura de las estepas, y el culto a su personalidad tiene poco que envidiarle al de la dinastía Kim en Corea del Norte o al de Stalin en la extinta Unión Soviética. Bajo su mando, el caballo Akhal-Teke, conocido por su pelaje de tono metálico, y el perro pastor Alabai se han erigido en símbolos nacionales, y las estatuas que los representan abundan en todo el país. – Represalias contra la familia – La «crueldad» del régimen turcomano lo distingue de otros gobiernos autoritarios de