Vivimos en tiempos acelerados. Todo ocurre con inmediatez: los mensajes llegan al instante, las respuestas se esperan de inmediato y las comparaciones no se detienen. En medio de esta velocidad, millones de personas sienten que su mente no descansa. La ansiedad, que antes parecía una afección ajena, se ha convertido en una experiencia compartida: esa sensación de tener el corazón acelerado, la mente inquieta y la necesidad constante de controlar lo que viene. La escritora y comunicadora Micaela Llosa, autora del libro Lo que me habita: ejercicios creativos para sacar lo que llevamos dentro y creadora del podcast VulnerHables, explica que entender la ansiedad es, ante todo, entender al cerebro. “Hablar de ansiedad es hablar de un cerebro ansioso”, dice. “Y hablar de cerebro es hablar de circuitos neuronales, de infancia, de experiencias que moldean cómo respondemos al mundo”. Newsletter Sanar en Espiral Samanta Alva ofrece consejos prácticos y herramientas para tu bienestar, todos los jueves. Recíbelo MIRA: ¿Cumples con tus responsabilidades, sonríes y aparentas estar bien? Así es vivir con depresión funcional Llosa explica que la ansiedad no es simplemente un estado emocional, sino una manera de operar del sistema nervioso. “Es un sistema que percibe amenazas donde ya no las hay, pero donde alguna vez sí las hubo. Es una sensación de miedo constante al futuro, un intento de controlar lo incierto para protegernos de algo que ya pasó”, explica. En otras palabras, la ansiedad no es un defecto: es una forma de protección que quedó activada. El cerebro no fue diseñado para la tensión constante Nuestro cerebro, dice Llosa, no está hecho para soportar la vida moderna. “Fue diseñado para reaccionar ante peligros concretos y puntuales —como el león de las cavernas— y luego regresar al equilibrio. Pero hoy vivimos como si el león nos persiguiera todo el tiempo”. La ansiedad es un sistema nervioso en alerta constante, intentando protegernos de un peligro que ya no existe, pero que el cuerpo aún recuerda. En lugar de descansar, el sistema nervioso se mantiene en modo defensa. Cualquier cosa —llegar tarde, no recibir una respuesta, sentir que decepcionamos— puede activar esa alarma interna. “Lo que alguna vez nos salvó, hoy nos enferma”, explica. “Y mientras más estímulos tenemos, más difícil se vuelve regresar al estado de calma”. Vivimos, además, en una cultura de la inmediatez y la comparación. Las redes sociales nos mantienen hipervigilantes, pendientes de lo que otros hacen o de cómo deberíamos ser. Detrás de esa urgencia por agradar o cumplir, muchas veces se esconde un miedo más profundo: el miedo a decepcionar, a ser rechazados, a quedarnos solos. Y esa sensación de amenaza constante se traduce en ansiedad. El cuerpo también habla Uno de los puntos más importantes que resalta Llosa es que “no hay emoción sin cuerpo”. Las emociones nacen en el cerebro, pero se manifiestan físicamente. Cuando una emoción no se expresa, se acumula en forma de tensión muscular, fatiga o insomnio. “El cuerpo recuerda y protege, incluso cuando la mente ya no sabe de qué”, dice. Por eso, aprender a escuchar al cuerpo es fundamental para regular la ansiedad. El primer paso es amistarse con el cuerpo: dejar de verlo como un enemigo y empezar a reconocerlo como un mensajero. “El cuerpo no sabe mentir. Cuando tiembla, cuando se acelera o se tensa, nos está diciendo algo. Escucharlo, respirarlo, moverlo, es parte de sanar”. Moverse —ya sea a través del yoga, el baile o el tai chi— ayuda a calmar las partes del cerebro que permanecen en alerta. “Cuando la mente se asusta, el cuerpo se pone rígido. Por eso moverlo es recordarle que el peligro ya pasó”, explica Llosa. Respirar lento, mover el cuerpo y crear son formas simples de recordarle al cerebro que el peligro ya pasó y que puede volver a la calma. El arte como vía de calma Además del movimiento, Llosa sostiene que la creatividad tiene un papel esencial en el manejo de la ansiedad. “Cuando activamos el hemisferio derecho del cerebro, donde habitan nuestras partes más creativas, la amígdala (la estructura que se enciende cuando percibimos peligro) se relaja”. Crear abre una vía de salida para todo aquello que el cuerpo ha retenido. “Pintar, escribir, cantar o simplemente jugar son formas de liberar tensión emocional”, dice. La creatividad permite que lo contenido se exprese de forma segura. “Durante esos minutos en los que estás completamente entregada a la expresión creativa, la ansiedad no tiene espacio para existir”, asegura. La autora propone ejercicios sencillos: dibujar sin buscar un resultado estético, escribir lo que se siente sin juzgar, o simplemente dejarse llevar por una melodía. “Somos seres creativos por naturaleza. Cada gesto, cada palabra o plato que cocinamos es una forma de creación. La creatividad es libertad, y la ansiedad, en el fondo, es una forma de miedo a perderla”. Respirar, sentir, pedir ayuda Entre las herramientas más efectivas para calmar el sistema nervioso, Llosa menciona la respiración consciente. “Respirar por la nariz y exhalar lentamente envía una señal clara a la amígdala: el peligro ya pasó”. Esa práctica, sumada al mindfulness, ayuda a entrenar al cerebro para regresar al presente y observar sin reaccionar. También recomienda oler aceites esenciales, una caminata diaria o simplemente llorar. “Llorar es profundamente regulador”, afirma. “Es la forma natural del cuerpo de liberar la tensión. Después de hacerlo, algo se acomoda”. Sin embargo, Llosa enfatiza que no existe una única práctica que funcione para todos. “Hay tantas maneras de calmar la ansiedad como personas en el mundo. Lo importante es conocerse lo suficiente para saber qué necesita tu cuerpo para volver al equilibrio”. Y sobre todo, pedir ayuda. “Decir ‘tengo miedo’ o ‘¿me puedes coger la mano?’ es un acto de enorme valentía”, dice. La ansiedad crece en la soledad, cuando creemos que debemos resolverlo todo sin mostrar fragilidad. “Pedir ayuda no es debilidad, es madurez emocional. La resiliencia nace de la vulnerabilidad”. La importancia de hablarlo Hablar de lo que sentimos es otro paso esencial para sanar. En su podcast VulnerHables,