En esos días en los que tenemos pendientes, reuniones y un sinfín de preocupaciones que rondan nuestra mente, es bastante común que busquemos consuelo en la comida, ya sea chocolates, frituras o cualquier otro antojo que nos dé un respiro. Sin duda, esa sensación de que el estrés nos empuja directo al refrigerador o a las aplicaciones de comida a domicilio no es una coincidencia, por lo que nos lleva a preguntarnos ¿el estrés realmente nos hace subir de peso? Para el doctor Carlos Guerreros, endocrinólogo de Clínica Internacional, la respuesta es clara: no es un mito. Como explicó a Bienestar, cuando una persona vive bajo un estrés constante, su cuerpo cambia. Aumenta el apetito, aparecen las ganas de comida más calórica y se vuelve mucho más difícil mantener el peso. Newsletter Sanar en Espiral Samanta Alva ofrece consejos prácticos y herramientas para tu bienestar, todos los jueves. Recíbelo La razón está en el cortisol, la llamada hormona del estrés, que cuando permanece elevada por mucho tiempo altera el metabolismo y favorece la acumulación de grasa, especialmente en la zona abdominal. Si bien hay quienes reaccionan de manera distinta —pierden peso porque la ansiedad les quita el hambre— lo más común es que el estrés sostenido termine sumando kilos. “El estrés no solo activa una serie de mecanismos de “escape”, como comer por ansiedad, lo que conocemos como hambre emocional, sino que también afecta la calidad del sueño. Básicamente, dormir mal puede desajustar los niveles de cortisol y aumentar la resistencia a la insulina, un cóctel que complica aún más la regulación del peso”, añadió Gretell Molina, endocrinóloga de SANNA Clínica San Borja. ¿Qué papel juega el cortisol en tu cuerpo cuando estás estresado? Cuando hablamos de estrés, hay un protagonista que pocas veces se nombra pero que lo regula todo: el cortisol. Según Whilliam Franco, médico endocrinólogo de Sanitas Consultorios Médicos, cuando enfrentamos una situación estresante, nuestro cerebro activa una alarma interna que llega hasta las glándulas suprarrenales, las cuales liberan esta hormona para ponernos en “modo supervivencia”, lo que se conoce como respuesta de lucha o huida. “Esto quiere decir que, el cuerpo libera glucosa al torrente sanguíneo, moviliza la grasa almacenada y ajusta diferentes procesos fisiológicos para darnos energía inmediata y enfrentar la amenaza, real o percibida”. Además de esta respuesta, el cortisol regula funciones clave: mantiene la presión arterial, modula la inflamación y sigue un ritmo diario —alto en la mañana para despertarnos y bajo en la noche para favorecer el sueño—. También influye en nuestras emociones y memoria, ya que durante un evento estresante ayuda a consolidar lo que vivimos. Sin embargo, cuando el estrés se vuelve crónico, los niveles de cortisol permanecen elevados y aparecen las consecuencias: debilitamiento del sistema inmune, cansancio, problemas de ánimo, resistencia a la insulina e incluso aumento de peso. “El cortisol altera directamente el metabolismo, ya que estimula al hígado para producir más glucosa, como si nos preparara para una emergencia. El problema surge cuando esa energía extra no se usa: el cuerpo libera más insulina y, con el tiempo, esa glucosa termina almacenada en forma de grasa. Además, el cortisol favorece que la grasa se acumule en la zona abdominal —donde tenemos más receptores sensibles a esta hormona— y promueve la multiplicación de las células adiposas. A esto se suma que el estrés crónico enlentece el metabolismo, reduce el gasto energético y, junto con el mal sueño, hace más difícil perder peso”, detalló el doctor Guerreros. Cuando vivimos bajo presión, el cuerpo busca alivio rápido y suele empujarnos hacia alimentos altos en azúcar, sal o grasa. Esto no es casualidad: el cortisol altera la percepción del hambre y activa el “hambre emocional”. ¿Por qué el estrés hace que la grasa se acumule en tu abdomen? El estrés crónico tiene un efecto directo en cómo se distribuye la grasa en nuestro cuerpo. De acuerdo con el endocrinólogo de Clínica Internacional, el tejido graso abdominal es especialmente sensible a esta hormona porque tiene más receptores que otras zonas. Por eso, cuando el cortisol se mantiene elevado, la grasa tiende a acumularse en la zona del vientre. Y no es solo una cuestión de apariencia: la grasa abdominal es la más peligrosa, ya que eleva el riesgo de diabetes, hipertensión y enfermedades cardiovasculares. “El exceso de cortisol no solo influye en dónde se deposita la grasa, sino también en cómo funciona el metabolismo. Esta hormona estimula la producción de glucosa y lípidos en el hígado, mientras bloquea la acción de la insulina y la síntesis de glucógeno. Esto genera resistencia a la insulina y síndrome metabólico, condiciones que favorecen aún más el almacenamiento de grasa abdominal. Además, este proceso está regulado por la interacción del cortisol con otras hormonas, como la testosterona, y por el aumento del flujo de ácidos grasos libres que provienen de la grasa visceral hacia el hígado”, indicó el doctor Franco. El cortisol también altera las hormonas del hambre. Como precisó Molina, cuando sus niveles suben, aumenta la grelina —la hormona que estimula el apetito— y disminuye la sensibilidad a la leptina, que es la que avisa al cerebro que ya hemos comido lo suficiente. El resultado es un mayor deseo de comer y una menor sensación de saciedad, lo que perpetúa la acumulación de grasa. A esto se suma la influencia de la genética, aunque no es determinante. Guerreros aclaró que la predisposición puede aumentar la probabilidad de acumular grasa abdominal, pero los hábitos siguen siendo claves: manejar el estrés, dormir bien y hacer ejercicio ayudan a mantener un peso saludable y proteger la salud metabólica Existen además diferencias entre hombres y mujeres. Según Molina, en ellas predominan estrógenos y progesterona, lo que favorece la acumulación en caderas. Sin embargo, el exceso de cortisol también promueve el depósito abdominal, sobre todo en etapas como embarazo o menopausia. En los hombres, en cambio, la testosterona se relaciona con una mayor tendencia a acumular grasa visceral y pérdida de masa muscular cuando el cortisol permanece alto. “En