En el aire del Teatro Marsano hay algo más que polvo de luces y resonancias de aplausos. Hay una voz que no se ha ido. Un aplauso que aún perdura aunque las manos ya no estén. Una butaca vacía que se siente llena. Osvaldo Cattone, el alma que convirtió este espacio en su casa y templo, sigue ahí. Lo sienten Sonia Oquendo, Pilar Brescia y Camucha Negrete cada vez que pisan el escenario para interpretar “Monólogos de la vagina”. Hoy, bajo la dirección de Sergio Galliani y la producción general de Makhy Arana, esta nueva versión renueva la fuerza de una obra que ha hecho temblar prejuicios y abrir conciencias en el mundo. Sonia Oquendo, Camucha Negrete y Pilar Brescia, protagonistas de la obra Monólogos de la vagina, una nueva versión dirigida por Sergio Galliani. (Fotos: Fernando Sangama / @photo.gec) / Fernando Sangama “Yo siento a Osvaldo ahí, observándonos, como si nos recordara que el teatro es un acto sagrado”, comenta Sonia Oquendo. “Cuando empieza la obra, escuchas su voz, sientes que te está mirando. Y sabes que tienes que hacerlo bien. Su alma está aquí”. Esa presencia que Sonia percibe también ha marcado el trabajo del equipo actual. Sergio Galliani, desde la dirección, inyectó ritmo, humor y una mirada contemporánea a la puesta; mientras que Makhy Arana, al frente de la producción, ha sostenido con firmeza el legado de Cattone, cuidando cada detalle con respeto y visión. Juntos han construido una versión que rinde homenaje al pasado, pero que respira en tiempo presente. Makhy Arana, productora general de «Monólogos de la vagina». / EDUARDO CAVERO “No quiero que el público solo se ría”, dice Galliani. “Quiero que se cuestione, que piense cómo entró y cómo salió en relación con la sexualidad, con su cuerpo, con sus prejuicios. El reto fue hacer una versión viva, enérgica, visual”. La vida en escena “Este proyecto llegó como un regalo del universo”, confiesa Camucha. “Nunca imaginé que a esta altura de la vida tendría la oportunidad de decir estas palabras. Es una obra que te enfrenta contigo misma”. Pilar agrega: “Yo hice esta obra por primera vez en el 2001, y hacerla ahora, tantos años después, con mis nietos grandes, me hace pensar distinto”. Sonia recuerda que, en algún momento de su carrera, se prometió no volver a hacer un monólogo. “Una vez me quedé en blanco. Estaba sola en escena, el público atento, y no se me ocurrió otra cosa que decir: ‘Ivonne (Frayssinet), ¿qué quiere mi vagina?’. Ella, desde otro lugar del escenario, respondió como pudo. Sentí que el corazón se me salía por la boca. Ese día juré que no volvería a pasar por eso… y mírame ahora”, dice entre risas. “Pero supongo que hay obras que no se eligen, te eligen ellas a ti”. Pilar lo dice sin titubeos: “Esta obra transforma. Lo hizo en el 2001, cuando la estrenamos por primera vez en Perú, y lo sigue haciendo hoy, con cada función. Cambia a quienes la ven y también a quienes la interpretamos. Porque, al final, te obliga a mirar tu historia, tus silencios, tus deseos… y a convertirlos en palabras”. Camucha asiente con una sonrisa que mezcla pudor y libertad recién conquistada. “A mí al principio me costaba horrores decir la palabra ‘vagina’”, confiesa. “En mi época, en el colegio no se hablaba de sexo ni de nada. Nuestros padres decían ‘la parte de abajo’ y punto. Me moría de vergüenza al ensayar. Ahora la digo sin problema. Porque es su nombre, y no hay por qué ocultarlo. Vagina, vagina, vagina”, repite entre risas, como si con cada repetición borrara años de silencios impuestos. Sonia Oquendo, Camucha Negrete, Pilar Brescia, protagonistas de «Monólogos de la vagina», obra que actualmente se encuentra en cartelera.. (Fotos: Fernando Sangama / @photo.gec) / Fernando Sangama El legado de Osvaldo Makhy Arana, productora del Marsano y una de las personas más cercanas a Cattone, asegura que esta temporada de “Monólogos de la vagina” es, ante todo, un homenaje. “Este teatro lo sacó adelante con amor, rigor y visión. Nos enseñó que una obra puede ser divertida, provocadora y también conmovedora. Monólogos es todo eso y más”. Camucha lo siente igual. Para ella, Arana ha sabido mantener viva la esencia de Cattone, no solo en la producción, sino en el espíritu que se respira en cada rincón del teatro. “Estoy segura de que Osvaldo estaría orgulloso. A veces siento que baja del cielo a darnos una palmadita… y también a tentarse de la risa, porque era así, un hombre muy tentado”, asiente. Hace 50 años, Osvaldo Cattone asumió la dirección del Teatro Marsano, un recinto en el que se han desarrollado decenas de puestas en escena con rotundo éxito. (Fotos: Fernando Sangama / @photo.gec) / Fernando Sangama Sonia, entre carcajadas, recuerda una de esas funciones inolvidables: durante una obra, Osvaldo se hizo un corte profundo en el dedo al abrir una botella en escena, pero siguió actuando como si nada hubiese pasado, hasta que finalmente se bajó el telón para que pudieran curarlo. “Esa entrega es lo que nunca olvidaremos”, dice con admiración. Pilar también se emociona al evocar sus inicios con él. “Yo comencé hace 50 años con ‘Aleluya, Aleluya’, fue mi primera obra profesional. Estar hoy aquí, con esta puesta, en este mismo teatro, es como cerrar un ciclo… y a la vez, abrir uno nuevo. Porque el teatro —como la vida— siempre se reinventa”. El arte como renacimiento Cada actriz encuentra en esta obra un espejo distinto. Para Camucha, “Monólogos de la vagina” es también un acto de reparación personal. “Empecé a trabajar a los 17 años, quedé viuda muy joven, con dos hijos pequeños, y trabajé sin parar”, confiesa. “Hoy, con mis nietas, estoy sanando lo que no viví. Esta obra me permite mirarme con otros ojos, con ternura, con verdad”. Pilar, por su parte, dice que si tuviera que escribir un monólogo, lo haría desde su experiencia como abuela. “Cuando los nietos no están cerca, los extrañas