Nadar podría ser uno de los pasatiempos más antiguos de la humanidad. La piscina más antigua data del año 3000 a. C. y se encontró en el valle del Indo. Mucho más tarde, en la segunda mitad del siglo XIX, comenzaron a popularizarse en el mundo, primero en Europa y luego en el resto del planeta. Y con ellas surgió el reto de mantenerlas higiénicas. Incluso ahora, las piscinas públicas y privadas pueden convertirse en focos de infecciones si no se hace el mantenimiento adecuado. Newsletter Sanar en Espiral Samanta Alva ofrece consejos prácticos y herramientas para tu bienestar, todos los jueves. Recíbelo La natación se considera muy beneficiosa para la mayoría de las personas, ya que proporciona un entrenamiento completo y un refuerzo cardiovascular, a la vez que tiene un bajo impacto en los huesos y las articulaciones. Sin embargo, en raras ocasiones, las piscinas se han relacionado con brotes de enfermedades gastrointestinales y respiratorias. Entonces, justo a tiempo para la temporada de natación de verano (en el hemisferio norte, al menos), aquí está lo que podrías encontrar en el agua de la piscina. Las piscinas han sido el escenario más común de brotes de enfermedades intestinales infecciosas transmitidas por el agua en Inglaterra y Gales en los últimos 25 años. Y el principal culpable es el criptosporidio. Este parásito puede causar una infección estomacal que puede durar hasta dos semanas. Los infectados pueden sufrir diarrea, vómitos y dolor abdominal, y alrededor del 40% experimentará una recaída de los síntomas tras la resolución inicial de la enfermedad. Pero la mayoría de las veces, las enfermedades entéricas (las que causan diarrea y vómitos) en personas sanas se curan por sí solas, dice Jackie Knee, profesora adjunta del Grupo de Salud Ambiental de la Escuela de Medicina Tropical de Londres. Sin embargo, pueden ser una mayor preocupación para niños pequeños, ancianos y personas inmunodeprimidas, añade. Los bañistas pueden infectarse de criptosporidio cuando una persona infectada tiene un accidente fecal en la piscina o al ingerir materia fecal residual de su cuerpo, explica Knee. “E incluso podrían eliminar el parásito después, cuando ya no presenten síntomas”, afirma Ian Young, profesor asociado de la Facultad de Salud Pública y Ocupacional de la Universidad Metropolitana de Toronto, en Canadá. Puede que se hagan muchos esfuerzos para evitar tragar agua de la piscina, pero la evidencia sugiere que una parte de ella termina en nuestro cuerpo. Las primeras piscinas se mantenían limpias, en su mayoría, renovando el agua regularmente. Un estudio realizado en 2017 en piscinas públicas de Ohio, en EE.UU., analizó la sangre de 549 personas, incluyendo adultos y niños, después de nadar en el agua de la piscina durante una hora. En promedio, los adultos ingirieron alrededor de 21 mililitros de agua por hora, mientras que los niños ingirieron alrededor de 49 mililitros por hora. Al ingerir agua, la probabilidad de que uno se infecte varía según la concurrencia en la piscina. Un estudio descubrió que es más probable infectarse con criptosporidio al nadar en horas de mayor afluencia. Los investigadores analizaron el agua de seis piscinas una vez a la semana durante 10 semanas en el verano de 2017 y detectaron criptosporidio en el 20% de las muestras de las piscinas, y al menos una vez en cada piscina. Dos tercios de estas muestras de agua se obtuvieron durante las horas de mayor concurrencia en la piscina, en las vacaciones escolares. Pero el criptosporidio no es el único factor a tener en cuenta, asegura Stuart Khan, profesor y director de la Escuela de Ingeniería Civil de la Universidad de Sídney, en Australia, especializado en la calidad y tratamiento de aguas. Las bacterias oportunistas, como el estafilococo, pueden infectar la piel, sostiene Khan, y también existe la posibilidad de contraer infecciones fúngicas en los vestuarios de las piscinas, ya que estos patógenos sobreviven más tiempo en ambientes cálidos y húmedos. Otra infección bacteriana común que se puede contraer en las piscinas es el oído de nadador, señala Khan, que suele ser causada por la permanencia prolongada del agua en el conducto auditivo externo. Esta afección, sin embargo, no se transmite de persona a persona. Aunque es poco común, el grupo de parásitos acanthamoeba también vive en el agua y puede causar infecciones oculares muy graves, que pueden incluso provocar ceguera, relata Khan. También es posible contraer infecciones por inhalación. Por ejemplo, la bacteria legionela puede estar presente en las piscinas. Al inhalarse a través de gotitas de aire, puede causar la infección pulmonar conocida como enfermedad del legionario. Sin embargo, los brotes de la mayoría de las enfermedades infecciosas relacionadas con las piscinas son poco frecuentes. “No vemos muchos brotes de enfermedades transmitidas por el agua en piscinas públicas, lo que significa que la desinfección con cloro suele ser eficaz, aunque ocasionalmente se producen algunos brotes”, señala Young. Antes del siglo XX, las piscinas no contaban con un desinfectante químico. Algunas filtraban o cambiaban el agua con frecuencia, mientras que otras se construían en pendiente para facilitar el drenaje o contaban con algún tipo de canal para eliminar las impurezas visibles. “Tradicionalmente, los lugares públicos para bañarse se encontraban en el océano, donde el agua se regeneraba naturalmente, o en agua dulce, como la de un río, donde hay movimiento”, recuerda Khan. Si bien en ocasiones las piscinas se han asociado con brotes de enfermedades, nadar en aguas abiertas también conlleva riesgos. Se cree que el cloro se usó por primera vez en EE.UU. en 1903 en una piscina de la Universidad de Brown, en Rhode Island, después de que se desarrollara esta sustancia como desinfectante para beber. En raras ocasiones, es posible contraer infecciones bacterianas en las piscinas, como las causadas por patógenos como campylobacter, shigella y salmonela. En la mayoría de los casos, estas bacterias causan síntomas gastrointestinales como diarrea y calambres estomacales, además de fiebre. No obstante, también pueden provocar complicaciones graves. Afortunadamente, el cloro mitiga gran parte del riesgo, afirma Khan. El norovirus, que puede causar diarrea, náuseas,