“Hola, buenos días, tengo a mi hermano desaparecido, vi ahí una mochila como la que llevaba el día que se fue”. “Sudadera gris, con la leyenda océano, es mi hijo, desapareció en Veracruz”. “¿Habrá una bota ortopédica entre esas cosas talla cinco de mujer?”. “¿Me pueden ayudar? Ese llavero lo traía mi familiar desaparecido”. “¿Alguien ve si hay zapatos escolares de mujer? Mi hija desapareció hace cinco años”. El dolor recorre unos comentarios en Facebook convertidos en súplica, en tragedia compartida. El colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco lleva una semana publicando imágenes y videos de los 493 objetos que encontraron en el rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco. Desde entonces, son cientos las personas que rastrean entre las imágenes buscando alguna pista. Teuchitlán era un centro de reclutamiento y exterminio del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG) donde los testimonios que han recibido las buscadoras indican que hubo violaciones, torturas y asesinatos en masa. Aun así, en este país que lleva a cuestas el dolor de 124.000 desaparecidos, una madre ve las fotos y escribe: “Ojalá y mi hijo estuviera ahí. 14 años hace que me lo desaparecieron”.
La inmensidad del horror ha vuelto a clavarse en México. Se ha concretado en una parcela de algo más de media hectárea y situada a una hora escasa de Guadalajara, la capital de Jalisco. En este lugar, en el centro del Estado con mayor número de desaparecidos del país (15.000 personas sin localizar), un colectivo de buscadores encontró cientos de restos óseos, hornos crematorios, fosas y multitud de objetos personales. Algunos de ellos, como las tantísimas zapatillas apiladas, polvorientas y sin dueño, recuerdan a las de los centros de exterminio del holocausto. Teuchitlán, como antes fueron otros, es el nuevo símbolo de un terror nacional.

En una playera blanca, del equipo de los Texas Rangers, ahora empolvada, Danny reconoció a su hermano. Carlos Jonathan Alejandro Zúñiga desapareció en Tonalá, un municipio muy cerca de Guadalajara, en febrero de 2021. “Llegó un carro rojo y lo secuestró”, es lo único que le dijeron a Danny los vecinos: “Y que iba desmayado cuando se lo llevaron”. Tenía 30 años y trabajaba de fierrero en empresas de construcción. En estos cuatro años Danny ha encontrado algo de información, como que el coche que lo levantó pertenecía al CJNG. Ahora, además de la camisa beisbolista, ha localizado el apodo de su hermano, Guasón, en una de las libretas que las buscadoras han encontrado dentro del rancho. En estos cuadernos, el cartel hacía grupos con sobrenombres. Danny los llama “pelotones”; su hermano aparece en el décimo: “Cuando lo vi, se me enchinó la piel, pensé: ¿estará vivo o estará muerto?”. Las autoridades les han dicho que en los próximos días tomarán más muestras de ADN y de prendas para hacer las comparaciones, pero que “va para largo”: “Dicen que pueden tardar años. En Guadalajara hay miles de desaparecidos”.
Aunque se ha convertido en el epicentro del horror, esta no es una historia sobre Jalisco. Podrían haber sido Tamaulipas, Guerrero o Guanajuato: Teuchitlán es la boca de una cueva con miles de caminos subterráneos. Algunos desembocan en los Estados fronterizos, como Nayarit, donde la mamá de Pablo Joaquín Gómez Orozco (17 años cuando se lo llevaron), ya prepara su viaje al vecino del sur. Entre los objetos catalogados por las autoridades, Alejandrina Romano localizó unos tenis que podrían haber pertenecido a su hijo, desaparecido el 30 de marzo de 2023. Estaban desenfocados, dice, por eso está pendiente de tener acceso directo a las prendas la semana que viene.
Lo que a ella le hace pensar que su hijo puede estar ahí, no obstante, no son los tenis, o no solo. A Pablo Joaquín se lo llevó de Tepic, reclutado a la fuerza, el Cártel Jalisco Nueva Generación. Alejandrina lo sabe porque un joven reconoció a su hijo mientras pegaba uno de los 1.000 afiches con su foto que colocó por la capital de Nayarit. “Cuando él me dice eso, yo me quedo helada”, recuerda. De ahí sabe que se lo llevaron a Tala, en Jalisco, porque otro conocido lo vio: “Me dijo que lo iban a reclutar, a adiestrar, y que él se comunicaría conmigo en algún momento”. Lo hizo el 7 de abril, a escondidas. Pero entonces ya estaba en Obraje, en Zacatecas. “Yo le pregunto: ‘Pablo, ¿qué estás haciendo allá?, ‘Ma, me tiene el Cartel Jalisco”. Lo tenía, junto con otros reclutas, vendiendo droga en una plaza, y luego atrapados en “un lugar muy pequeño”. “Me dijeron que me metiera a una casa que está abandonada en las noches, pero nos están vigilando”, cuenta que le dijo él, y ella reconstruye: “Tenía la voz angustiante, como queriendo llorar”. Fue la última vez que hablaron, y de eso hace casi un año: “Ahora me arrepiento de no hacerle muchas más preguntas. En ese momento no sabía cómo actuar, qué hacer”.

Su caso involucra a tres Estados, pero “la carpeta no la quiere ninguna Fiscalía, ninguna”. “Ni la de Nayarit, ni la de Jalisco, ni la de Zacatecas”, lamenta. Tampoco la Fiscalía General de la República, que le dijo que no tenían constancia de que su hijo estuviera diciendo la verdad. Retrato de un país con un 95% de impunidad. “Nadie está averiguando nada y yo estoy desesperada”, resume. Nadie, salvo ella, que sigue pateando el terreno cada día y agarrándose a cualquier indicio, como el de Teuchitlán. “Cuando me enteré de la existencia del centro fue algo frustrante, desesperante, muy doloroso sobre todo, porque no sé si entre esas personas está mi hijo”, relata.
Desde Nayarit se están organizando colectivamente para fletar un autobús con las familias que creen que entre los objetos se encuentra el de su ser querido. De momento son dos o tres, explica Claudia Laguna, que busca a su hermano Sergio, pero esperan juntar algunas más y contar con el apoyo económico de la Comisión Estatal de Víctimas para poder ir. Algo parecido a lo que están haciendo en Guanajuato, que comparte su frontera occidental con Jalisco. “Sabemos que muchos de nuestros desaparecidos son llevados ahí”, explica Viridiana Núñez, “porque les mandan supuestas ofertas de trabajo muy buenas”. Ellos salen en su búsqueda, y nunca más regresan.
A su hermano Pablo, empresario zapatero, se lo tragó la tierra el 21 de octubre de 2021 saliendo de un restaurante de San Francisco del Rincón, prácticamente en la línea que separa los dos territorios. Saben que su coche partió hacia Jalisco custodiado por otros dos vehículos, y después le pierden la pista. Ella ha visto una playera blanca lisa que podría ser suya, pero se estremece solo con pensarlo. “Sería totalmente desgarrador”, dice; luego matiza: “Por otra parte, mi familia y yo descansaríamos de este duelo constante que no se puede concluir”.

“Quiero seguir buscando”
No todos los que querrían pueden pagarse el desplazamiento hasta Guadalajara. No puede hacerlo Francia Nazarety Borrayo, que busca a sus hermanos Brandon Yosua y Jhonns Fransua, de 18 y 19 años. Tampoco María del Refugio Montoya Herrera, que todavía está pagando el préstamo que le permitió ir el año pasado a la capital de Jalisco y a Ciudad de México para insistir en que su hija sigue sin aparecer. “Ya son cuatro años, siete meses y tres días”, dice nada más contestar al teléfono desde Torreón, Coahuila. Su hija Elda Adriana Váldez Montoya trabajó como policía unos años, hasta que por una lesión en la pierna la obligaron a incapacitarse. Tenía cuatro hijos y a su madre de escudera, pero no era suficiente para mantenerlos. “Vendimos un refrigerador, dos celulares y algunas de nuestras cosas, pero no daba”, cuenta la mujer entre sollozos.
En el verano de 2020, Adriana aceptó la oferta de unas conocidas de irse a trabajar a Guadalajara. “Al principio no me dijo a dónde, pero cuando ya estaba allí me contó que la llevaron a trabajar a un table dance, El Galeón, en el centro, el peor de la ciudad”. La última vez que María del Refugio habló con su hija fue el 9 de agosto a las 17.08. “La oí triste, le dolía mucho su pierna. Yo le dije: ‘mi amor, ya, regrésate, yo te apoyo, encontramos la forma’. ‘Unos días más, mami, unos días más y ya lo tengo’. Ya no he vuelto a saber nada de mi hija”. Desde entonces, las pistas la han situado en una red de trata de mujeres en Guanajuato, después en Tijuana, luego en Tlaxcala, pero nunca de vuelta con su madre. El hallazgo de Teuchitlán la tiene ahora atada a los videos, los ha visto todos, rastreando: “Me resonó mucho la mochila azul, pero ningún zapato, ninguna blusa…”. Ya dejó su muestra de sangre para las comparaciones y antes de colgar el teléfono resume: “Tengo mucho miedo de que mi hija haya estado ahí y quiero seguir buscando, pero al mismo tiempo, sea como sea, yo necesito ya saber dónde está”.
