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14 de octubre de 2024

El vínculo artístico entre España y el Perú: de la Escuela Cusqueña a Sandra Gamarra | LUCES

Cinco siglos tuvieron que pasar desde la conquista para que, recién en el 2019, el Museo del Prado de Madrid expusiera por primera vez un cuadro de la Escuela Cusqueña, el movimiento pictórico más importante surgido en tierras peruanas durante la época virreinal o colonial, según como quiera mirarse. La obra fue el imponente “Matrimonios de Martín de Loyola con Beatriz Ñusta y de Juan de Borja con Lorenza Ñusta de Loyola”, anónimo cusqueño del siglo XVIII que, justamente, retrata el enlace entre la dinastía inca y la jesuita, significativa unión entre dos mundos. “Matrimonios de Martín de Loyola con Beatriz Ñusta y de Juan de Borja con Lorenza Ñusta de Loyola”, pintura anónima que, en el 2019, se convirtió en la primera obra de la Escuela Cusqueña en exhibirse en el Museo del Prado. (Foto: Museo Pedro de Osma) La exhibición de dicha pintura, ocurrida en el marco de la feria ARCOmadrid en la que el Perú fue el país invitado, rompía de alguna manera –aunque fuera solo un primer y cauteloso paso– una visión arcaica que, desde Europa, se ha tenido de la Escuela Cusqueña como un arte meramente derivativo, como una copia artesanal de los grandes maestros. Nada más equivocado, desde luego. ¿Cómo negarles valía a los fascinantes cuadros de la serie del Corpus Christi atribuidos al gran Diego Quispe Tito? ¿O de qué manera se puede explicar la aparición de esos arcángeles arcabuceros –o “ángeles apócrifos”, en palabras del historiador Ramón Mujica– que son una extraordinaria muestra de sincretismo religioso y antropológico? La influencia española en el desarrollo artístico de nuestro país se puede rastrear también en la figura clave del obispo Manuel de Mollinedo y Angulo (1626-1699), apasionado coleccionista que trajo un importante grupo de pinturas desde Europa que sirvieron como referencia para diversos artistas locales. LOS TRAZOS DE UN PAÍS Para el curador Jorge Villacorta, el impacto del arte español en el Perú se percibe incluso con más notoriedad a través de la arquitectura. “Esa estructura de las plazas de armas y los poderes simbólicos en torno a ellas es un urbanismo desarrollado para el llamado Nuevo Mundo”, explica el especialista. “El barroco también se exporta completamente. La iglesia de San Francisco con su cúpula mudéjar y la esbeltez de la basílica de San Pedro son muy hermosas, y ni qué decir de las iglesias arequipeñas hechas en sillar o la Catedral del Cusco hecha toda en piedra”, agrega. En la misma línea arquitectónica, Villacorta da un salto hasta el siglo XX para destacar la figura del escultor, arquitecto y urbanista español Manuel Piqueras Cotolí (1885-1937), quien llegó al Perú contratado como profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Formado entre España e Italia, Piqueras tuvo contacto desde sus orígenes en Europa con piezas prehispánicas pertenecientes a colecciones de algunos de sus maestros. Es así que, cuando llega a nuestro país, comienza a trabajar en un entorno que ya era de su predilección. Piqueras Cotolí fue el responsable de lo que se denominó estilo neoperuano, y entre sus obras más resaltantes están el diseño de la plaza San Martín, el malecón de Ancón o la urbanización San Isidro –que ocupa buena parte de lo que hoy es El Olivar–, proyectos que tuvieron gran influencia en urbanistas de generaciones posteriores. El español Manuel Piqueras Cotolí (Lucena, 1885-Lima, 1937) fue una figura clave en el desarrollo arquitectónico y urbanístico en el Perú del siglo XX. (Foto: MALI) NUEVAS REIVINDICACIONES Pero tampoco es posible entender la relación hispano-peruana sin reflexionar en torno a sus respuestas más rebeldes. Pongamos el caso de José Sabogal (1888-1956), quien recogió influencias trascendentales de su temprano paso por España para, con los años, convertirse en el principal impulsor del indigenismo, movimiento que buscaba romper con la verticalidad del vínculo europeo-americano para reivindicar las culturas originarias del Perú. Y es también imposible dejar de mencionar en este breve recuento del arte entre dos países el caso de Sandra Gamarra (Lima, 1972), artista peruana quien este año se convirtió en la representante del pabellón español en la Bienal de Arte de Venecia: primera vez en 60 ediciones del encuentro que una artista no nacida en España lo consigue. “Ella se asume como una artista feminista y alineada con un arte de sesgo descolonizador, lo cual también ha incomodado a algunos sectores en España”, explica Villacorta sobre la potente propuesta de Gamarra Heshiki que, pese a cualquier controversia, marca un hito fundamental para lo que nos espera de cara al futuro en esta relación pluricultural compleja, tensa, a veces contradictoria, pero inmensamente rica al fin y al cabo. En abril de este año, la peruana Sandra Gamarra (Lima, 1972) se convirtió en la primera artista no nacida en España en representar a dicho país en la Bienal de Arte de Venecia. (Foto: AFP) / GABRIEL BOUYS Source link

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Alexander Malofeev: porque el teatro no hace al artista | Teatro Municipal | Piano | LUCES

Cuando la Unión Soviética surgió, entre sus medidas estuvo darle un impulso mayúsculo a las artes musicales. Esto se mantuvo tras la caída de la Cortina de Hierro, y uno de sus ejemplos más recientes es el pianista Alexander Malofeev, nacido en este siglo, en el 2001, pero que a sus cortos 22 años ya ha dejado huella en el mundo de la música clásica. A primera vista podría ser confundido con un adolescente, pero ya dejó esa edad; ha crecido, literalmente, sobre los escenarios, esto desde que ganó el Concurso Internacional Tchaikovsky en la categoría de músicos jóvenes. “Mis padres me llevaron a una pequeña escuela de música junto a mi casa. Tal vez solo querían librarse de mí por un par de horas, o darme una educación más ‘grande’”, dijo el artista a El Comercio en entrevista por Zoom, desde su casa en Alemania. “Cuando tenía 11 años empecé a ganar algunas competiciones y a hacer bastantes interpretaciones frente a otros, era bastante obvio de que debería continuar en este camino”, dijo, sabiéndose afortunado de haber encontrado su vocación tan joven. Desde entonces todo ha sido cuesta arriba para él. Si las redes sociales son un indicador de su fama, allí están las millones de reproducciones que tiene su interpretación del Concierto para Piano N° 2 de su compatriota Sergei Rachmaninoff, o el solo de piano “La campanella” del húngaro Franz Liszt. No es que esté concentrado al cien por ciento cuanto toca, nos dijo. “No puedo decir que estoy concentrado, puede ser cualquier cosa que pase por mi mente, mayormente imágenes abstractas, colores, alguna arquitectura. Estoy intentando sentir el instrumento”, contó. En la entrevista usa lentes, lo cual es un cambio total a la imagen que brinda en sus conciertos. ¿Puede un músico hacerse famoso por no tocar? Eso le pasó a Malofeev, que en 2022 se suponía que mostraría su repertorio en Montreal y Vancouver (Canadá), shows cancelados por los organizadores por motivos políticos: juzgaron que no sería correcto que toque un pianista ruso cuando dicho país recién le había declarado la guerra a Ucrania. “Ningún problema puede ser resuelto por la guerra, la gente no puede ser juzgada por su nacionalidad. ¿Pero por qué, en pocos días, el mundo entero ha retrocedido a un estado en el que cada persona tiene una elección entre el miedo y el odio?”, dijo entonces el artista, en clara oposición al conflicto bélico. Pero eso no evitó que sus shows sigan cancelados. Las decisiones políticas no lo detuvieron; siguió tocando por el mundo. Este año, por ejemplo, debutó en el prestigioso Carnegie Hall de Nueva York, Estados Unidos, donde tocó el Concierto en A Menor de Johann Sebastian Bach, el Preludio y Nocturno para la mano izquierda Op. 9 de Alexander Scriabin entre otras piezas. Consultado sobre la experiencia, Malofeev se apresuró en decir que el lugar donde él toque, si bien es importante, está en segundo lugar en sus prioridades. “No hace mucha diferencia para mí el nombre del salón o el salón en sí mismo. Obviamente, es genial tocar con una acústica maravillosa o un buen piano, pero se trata más de la gente, porque es un arte para la gente”, dijo. “El salón siempre está entre el artista y la audiencia. De verdad intento evitar sentir el salón porque no deberías sentirlo; deberías ir directamente desde el piano a la mente de la gente. Es genial tocar en grandes halls, pero no es algo a lo que le presto mucha atención. Cuando recuerdo los conciertos, recuerdo a la audiencia, a las personas”, añadió. ¿Qué puede esperar el público peruano del concierto de Malofeev? “Por lo menos, pasar una bonita noche”, dice, humilde. “Espero que mis conciertos les ayuden a salir de su rutina por un par de horas, no necesito más. Un par de horas de bonita música, de un bonito sentimiento. De hacer nuestras vidas un poco más ligeras”. Source link

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¿La mejor película-concierto de la historia? Ahora puedes ver “Stop Making Sense” de los Talking Heads en el cine | LUCES

La película comienza solo con David Byrne, el líder y vocalista de la emblemática banda Talking Heads, interpretando en solitario su clásica “Psycho Killer”. Para la siguiente canción se suma la bajista Tina Weymouth; y luego entra el baterista, después más guitarras, se unen los coros, los timbales, el sintetizador. Todo sobre un escenario con pinta de ‘backstage’. “Stop Making Sense” es como un guante volteado, que exhibe sus costuras, pero que hay que regresar lentamente a su forma original para apreciarlo en todo su esplendor. LEE TAMBIÉN: “Kinra”, película cusqueña ganadora del Festival de Mar del Plata, anuncia su estreno en Perú Se suele decir que este es el mejor concierto jamás filmado. Y, en efecto, es difícil rebatir tal afirmación. Por obra y gracia del gran Jonathan Demme (1944-2017), se trata de una puesta en escena magnífica, que permite poner en primer plano la dimensión musical del show, pero a la vez observar sus valores cinematográficos desde la sutileza y la sobriedad: los vestuarios grises de la banda, para evitar estridencias; el tan bien calculado juego de cámaras, que nunca abusa de piruetas; el sentido del ritmo, que va escalando conforme avanza el metraje. Hay que recordar que Demme no fue solo el director de verdaderos clásicos del cine como “El silencio de los inocentes” (1991) y “Philadelphia” (1993), sino que también realizó más de un documental musical: desde una serie de trabajos junto a Neil Young, colaborador frecuente, hasta uno con la estrella pop Justin Timberlake, estrenado poco antes del fallecimiento del cineasta. Imposible no destacar el papel de David Byrne en la película, desde luego. No solo porque su genio musical ya mostraba por entonces su gran curiosidad melómana, explorando desde el new wave otros sonidos provenientes del funk, el R&B, la electrónica y el world music; sino también por su fascinante carisma y cualidad de performer: observarlo bailar con una lámpara o entrar al escenario con el icónico terno gigante se cuentan entre los momentos más memorables del documental. “Stop Making Sense” se filmó durante cuatro noches a fines de 1983 y se estrenó en 1984. Para conmemorar su aniversario 40, la película fue restaurada en 4K y reestrenada en el ámbito mundial, con la suerte de que esté llegando en unas pocas funciones al Perú. Un acontecimiento imperdible porque la pantalla grande es su lugar. Mucho se ha hablado de que, salvo en la última canción, la película nunca muestra al público, sumergido en las sombras del teatro que alberga el espectáculo. Una decisión artística tomada por Demme que acerca e iguala al espectador del concierto con el espectador del cine: ritual a oscuras que se puede disfrutar sentado o bailando de pie, pero que al fin y al cabo reúne la magia de la música y de los fotogramas en una sinergia formidable. Calificación: 5/5. Sepa más Cuándo y dónde verla “Stop Making Sense” se proyectará solo el jueves 17 y sábado 19 de octubre en Cineplanet San Miguel y Cineplanet Mall del Sur. Entradas a la venta en la página web del cine. Source link

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Lenny Kravitz regresa a Lima | “Ahora ser un rockstar rebelde es estar saludable” | ENTREVISTA | Blue Electric Light | SOMOS

MIRA TAMBIÉN: La nueva apuesta de Virgilio Martínez: el chef peruano más premiado alista plataforma de experiencias en gastronomía En esos intermedios, Kravitz encontró una voz propia que lo llevó a escalar rápidamente en las listas musicales y en los medios, donde empezaba a hacerse eco de los contrastes en sus composiciones y en su historia personal. De madre negra, originaria de las Bahamas y actriz, y de padre blanco, judío y autoritario, su infancia la pasó entre el barrio más rico de Nueva York, el Upper East Side, donde lo llamaban Lennie, y uno de los más conflictivos, el Brooklyn de los setenta, donde lo apodaban Eddie. En 2019, Lenny Kravitz ofreció un electrizante concierto en Lima como parte de su gira «Raise Vibration», donde interpretó solo grandes éxitos como “Are You Gonna Go My Way”, “It Ain’t Over ‘Til It’s Over”, “Fly Away”, “Again” y “I Belong to You”. (Fotos: Giancarlo Ávila) “Tuve que rebelarme cuando pude. Me fui de casa para aprender a hacer música. Salí a las calles, me eduqué a mí mismo y aprendí de este mundo y su gente. Elegí encontrar mi camino fuera de la comodidad de mis cuatro paredes porque eso era el espíritu del rock de aquel momento”, explica Kravitz en entrevista con El Comercio. La pasión musical, de la que hoy se siente orgulloso de aún mantener, apareció a los cinco años, reforzada por un ambiente familiar inclinado al jazz y las artes, por el lado materno. Años más tarde, cuando aún se hacía llamar Romeo Blue —inspirado en su ídolo, el cantante Prince— porque su verdadero nombre le parecía el de un “médico judío” y no el de un rockstar, emprendió una búsqueda por alcanzar la fama mundial. “Ahora puede que ya no llegues a la cima del mundo con el rock, pero el espíritu del rock and roll siempre está aquí. Aunque ya no tengamos bandas como antes y todo esté orientado a generar solistas y artistas fabricados, debe haber un gran rockero a punto de ser descubierto”, menciona Kravitz, quien es uno de los pocos cantantes de rock que mantienen su vigencia con temas que cuentan con millones de reproducciones y nominaciones a diversos premios. Rompiendo esquemas Luego de atravesar rupturas y polémicas que lo convirtieron en un rompecorazones mediático, el cantante abandonó a finales de los 90 su estética influenciada por Prince y buscó inspiración en figuras como Robert Plant de Led Zeppelin, Freddie Mercury de Queen y Jimi Hendrix. Adoptó así una prenda clásica para cualquier rockero: sus inseparables jeans negros ajustados, que, ya sea en el gimnasio o en el sofá de su sala, siempre los lleva puestos. “Fuera de los escenarios no pienso mucho en el estilo. Siempre uso lo que me gusta y con lo que me siento cómodo. La ropa y la moda me hacen sentir así, entonces me visto de esa manera porque me hace sentir bien”, detalla el cantautor. A lo largo de su carrera, Lenny Kravitz ha trabajado con grandes figuras de la música, incluyendo al icónico líder de los Rolling Stones, Mick Jagger. Juntos, lanzaron la canción «Use Me» en 1993. Y es que hablar de Lenny Kravitz es hablar de moda, especialmente de la vestimenta de un auténtico rockstar: chaquetas de cuero con detalles en metal o dorado, anillos, collares y gafas de sol, incluso en interiores. Pero también es hablar de una actitud frente al mundo y una filosofía de vida asociada a los excesos de todo tipo. Aunque, según nos cuenta, su vida ya ha cambiado de forma drástica durante las últimas décadas. Si en el pasado ser un rockstar significaba excesos al estilo de Mick Jagger o Axl Rose, hoy la tendencia se inclina hacia un estilo de vida que rompe con el paradigma convencional. Bandas como Royal Blood o Måneskin promueven un enfoque saludable, sin alcohol ni sustancias, y se pronuncian abiertamente contra su uso en redes sociales. “Ahora ser rebelde es estar saludable. Mantener cuerpo, mente y espíritu sanos es la nueva forma de ir contra la corriente. Conectarte con Dios y con el amor es algo que no mucha gente hace, porque la corriente principal del rock te dice que no vayas en esa dirección. Esa es mi manera de rebelarme contra todo”, afirma Kravitz. “Mis nuevos excesos son la salud, el bienestar y el entrenamiento. De lo contrario, no podría continuar haciendo lo que hago con la misma energía”, agrega el cantante, que cada mañana toma semillas de chía con aloe vera y limón para, según él, mantenerse joven. La vitalidad sigue acompañando a Lenny Kravitz, así como nuevos proyectos que incluyen películas, diseño, fotografía, pintura y dos discos que están casi completos. Por ahora, su nuevo álbum “Blue Electric Light”, cuyas canciones interpretará junto a sus éxitos, es el plato fuerte que traerá a Lima, ciudad de la que recuerda su última presentación en el Jockey Club el 2019 como una noche inolvidable que piensa repetir, no sin antes darse una vuelta por la gastronomía peruana, algo que ni siquiera un rockstar puede resistir. Sobre el concierto de Lenny Kravitz ·        Lugar: Arena 1 ·        Hora: 9:00 p.m. ·        Fecha: 8 de diciembre ·        Entradas disponibles en Ticketmaster Source link

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Música peruana | La Gota Dulce: la historia secreta de la primera girlband de cumbia peruana precursora de Corazón Serrano y Agua Bella | Huancayo | Lucy Carbajal | Doris Oré | Zulma Nieto | LUCES

Dos años después del éxito de Las Muchachas ―ya bajo el nombre de Las Chicas del Can― en República Dominicana, el empresario textil Jorge Villanueva emprendió una cruzada musical para replicar esa exitosa experiencia, agregándole un toque peruano. Así fue como recorrió las calles de Huancayo, seleccionando una por una a las nueve jóvenes de distintas edades que formarían parte de la primera agrupación femenina de cumbia en el Perú, La Gota Dulce. La banda debutó en 1984 bajo la dirección musical de la fallecida guitarrista Zulma Nieto, con Villanueva como su representante. Además, contaron con el apoyo del productor musical Miguel Ángel “Chombo” Rosales, con quien entrenaban y ensayaban en el tercer piso de un edificio ubicado entre la calle Real y el jirón Cajamarca en la ciudad de Huancayo. Lucy Carbajal, Doris Oré, Zulma Nieto, Moris Aliaga, Mariluz Mashan, La Bamba y Mirta Clemente eran parte de la agrupación La Gota Dulce (Foto: Archivo Guepaje) “Éramos muy jóvenes y la idea de formar un grupo de chicas nos llamó la atención a todas. No solo debíamos cantar y tocar nuestros instrumentos, también bailábamos y fuimos creando nuestra propia identidad como banda, en un proceso donde no intervenía ningún hombre”, recuerda la vocalista Doris Oré, actual solista folklórica conocida como Doly del Perú, quien en aquel entonces tenía 14 años. Juntas compusieron temas como “Tristeza de amor” y “Un día más”, éxitos que surgieron casi como un juego, dedicando sus canciones a amores ficticios o imaginando el despecho que, a su corta edad, casi ninguna había experimentado. “Cada una agregaba una partecita a la historia que contábamos, era como armar un cuento”, nos explica Oré, quien en aquel entonces era la segunda voz de la agrupación que recién comenzaba su aventura por los escenarios huancaínos. Una banda muy joven Aunque en ese entonces la libertad musical les permitió ensayar con la normalidad de cualquier agrupación de cumbia, la vida de muchas de las adolescentes de La Gota Dulce se dividía entre sus días en los pupitres de la escuela de monjas Nuestra Señora del Rosario y una carrera artística en pleno despegue. “Fue muy difícil para las más jóvenes porque muchas madres se oponían a que nos expusiéramos a un ambiente musical donde el público era adulto. Nuestras madres nos acompañaban a los conciertos, incluso si eran en provincias, y nuestros papás se reían, pues era motivo de orgullo. Cuando no nos dejaban ir, lo solucionábamos rogando y limpiando la casa”, menciona Oré, también llamada La Gotita. Asimismo, Jorge Villanueva siempre estaba pendiente de brindar seguridad adicional a las chicas, aunque muchas veces no fue necesario, dado el impacto que causaba en el público ver a un grupo de chicas tocando en vivo con ritmos que los hacían bailar. “Una vez fuimos a dar un show en Huancavelica, lleno de hombres, no había ni una sola mujer. Mi madre quería sacarnos, pero teníamos que dar el concierto. Nos miraban expectantes, era la novedad de ver qué iba a pasar. Zulma empezó con un solo de guitarra eléctrica y la gente comenzó a bailar. Esa noche terminó en una gran ovación, aunque con el reclamo de nuestras madres y el descontento de nuestros papás”, recuerda Oré. La Gota Dulce fue protagonista de diversas entrevistas en los años 80, donde compartían su experiencia como la primera agrupación femenina de chicha en el Perú. Muchos de estos archivos, aunque difíciles de encontrar, son un testimonio del impacto que tuvieron en la escena musical de la época, y algunos han sido rescatados por investigadores en eventos como Güepajé. (Foto: Archivo Doris Oré) Al son de los éxitos Por aquel entonces, vestían zapatos rojos, pantalones y polos blancos, con un saquito rojo, además de llevar un peinado corto y crespo para mantener la uniformidad. Así debutaron en el Costa Azul del Tambo, en Huancayo, donde tocaron junto a la recordada banda Los Shapis, con quienes compartieron escenario en diferentes oportunidades. “Sentíamos que éramos famosas al codearnos con los grandes de la cumbia, mientras el público nos aplaudía y nos miraba no con desprecio, sino con alegría por lo nuevo. Nunca nos sentimos extrañas en los escenarios, y el público tampoco lo hizo”, comenta Oré. “En nuestro repertorio también cantábamos covers, pero adaptábamos las canciones para cantarlas desde el punto de vista de la mujer lo que les gustaba a las mujeres del público, se sentían identificadas”, agrega. Doris Oré y Zulma Nieto, integrantes de La Gota Dulce, compartieron escenarios con Los Shapis en múltiples oportunidades durante la efervescencia de la cumbia andina en los años 80, siendo su principal apoyo. (Foto: Archivo Los Shapis) Después de un tiempo, emprendieron su camino a Lima para tocar junto a Jaime Moreira y Chapulín El Dulce, lugar donde aprovecharon en grabaron algunos de sus temas en un disco de vinilo, para luego regresar a dar conciertos en distintos eventos al rededor del Perú, donde el público las pedía por ser el peculiar grupo de chicas que podía animar cualquier ocasión. “Durante nuestros casi cinco años de vigencia, viajamos a diferentes provincias, dábamos entrevistas y la gente nos perseguía para conversar con alguna de nosotras. Las personas hacían cola para ingresar a nuestros conciertos, donde se armaban grandes fiestas”, recuerda Oré. El fin de la adolescencia y la agrupación Con el paso de los años, las diferencias en sus vidas profesionales afectaron a la agrupación, y finalmente se separaron, cada una tomando su propio rumbo en el ámbito artístico o académico. “Siempre estaba la frase: ‘recuerda que tienes que ser profesional’. Nuestros padres no consideraban que la música era una carrera, así que muchas lo veíamos como algo pasajero”, confiesa Oré. Sin embargo, siempre existió la esperanza de reagruparse para revivir aquellos momentos de éxito musical. “Intentamos traer de regreso a La Gota Dulce, pero el manager se fue del país, dos integrantes fallecieron jóvenes y no pudimos continuar con ese sueño”, explica Oré, quien tiene una licenciatura en Educación. Aunque ya casi no mantiene contacto con

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Las lecciones de Han Kang, por Ricardo Sumalavia | Premio Nobel de Literatura 2024 | ELDOMINICAL

Han Kang forma parte de una generación de autoras cuya infancia transcurrió en la última década de una dictadura, su adolescencia en el tránsito hacia la democracia y su vida adulta en un período de entresiglos en el que la mujer coreana busca reconstituir sus roles, sometida por siglos por la herencia confuciana. Nació en 1970 en Gwanju, cuya población, tras una gran manifestación en 1980, sufrió una masacre que aún resulta una herida abierta. Si bien Han Kang se había mudado a Seúl con su familia antes de la masacre, este hecho la marcó profundamente, como a toda la sociedad coreana. En su juventud, abrazó los estudios budistas, lo cual, de alguna manera, se mantiene presente en su escritura, sobre todo en la problematización del cuerpo, la mente y su armonía. Han Kang no es una autora desconocida. Desde sus primeras publicaciones, obtuvo varios premios literarios de gran importancia en Corea, entre ellos el prestigioso Premio Yi Sang en el 2005. Su internacionalización, hay que decirlo, se dio primero en español: en el 2012 la publicó una editorial independiente de Buenos Aires, gracias a la traducción de Sunme Yoon, infatigable difusora de la literatura coreana. Se trataba de “La vegetariana”, novela con la que obtendría, cuatro años después, el Booker Prize. En estos últimos ocho años, su prestigio no ha hecho más que crecer. Lo íntimo y lo colectivo Su obra narrativa busca integrar lo íntimo y lo colectivo. Anhela su armonía. Para lograrlo, pone en tensión la intimidad y su expresión sensible, es decir, el cuerpo. Cuerpos vivos, cuerpos muertos. Basta leer sus novelas “Actos humanos” (2014) o “Blanco” (2016), o la reciente en español, “La clase de griego” (2011), o la tan celebrada “La vegetariana” (2007), para entender el proceso de exploración narrativa de Han Kang. En “La vegetariana”, la protagonista decide no comer carne, a propósito de una pesadilla recurrente, y esta decisión supuso una alteración en los roles femeninos en una sociedad coreana competitiva y patriarcal. La decisión sobre su propio cuerpo afecta su relación conyugal, altera a sus padres, a su hermana, a todo a quien la rodee. Esta novela atrajo la atención de la lectoría internacional y propició la traducción de otras autoras, como Cho Nam-joo y su novela “Kim Ji-young”, nacida en 1982; “Conejo maldito” y “Semilla”, de Bora Chung; “El buen hijo”, de la escritora You-Jeong Jeong; y la joven autora Kim Cho-yeop y su fabuloso libro de cuentos “Si no podemos viajar a la velocidad de la luz”. Hemos podido acercarnos a nuevas traducciones de su obra: “Actos humanos”, una novela coral ambientada en los días de la masacre de Gwangju, nos replantea la muerte, el miedo, la angustia, la solidaridad, todo aquello a lo que se enfrenta el ser humano ante terribles y absurdas amenazas bajo el totalitarismo. O a sus cuentos, como el celebrado “Los frutos de mi mujer”, que forma parte de un género llamado “historias de apartamentos”, en el que una mujer se va transformando en planta, sembrada en una maceta del balcón de su estrecho apartamento, ante la extraña impasividad de su marido. Sin duda, hay mucho por leer de ella y de sus congéneres coreanos, porque el presente otorgamiento del Nobel a Han Kang, a mi parecer, es un premio a la autora, pero también a toda una literatura. Source link

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