lunes, 29 diciembre, 2025
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Novela, cuento, poesía y no ficción ofrecieron este año un panorama diverso y estimulante. Autores consagrados y nuevas voces dialogaron con la historia, el presente y el lenguaje, dejando libros que marcaron debates, renovaron miradas y confirmaron la vitalidad de la literatura peruana en 2025.

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Este es el balance de las publicaciones del 2025 de José Carlos Yrigoyen:

Novela

Dos libros sobresalieron en este rubro. “Preludio a los delirios de un joven pianista sin cabeza”, ambiciosa y audaz ficción de Stuart Flores, quien se erige como la más consolidada de las voces jóvenes en nuestra narrativa de largo aliento. Es una convulsa distopía, poblada de personajes complejos y atormentados, donde emerge uno de los temas que más obsesionan a Flores: la libertad de la vocación literaria y las escaramuzas del Poder que desea castrarla e instrumentalizarla. Al mismo nivel está “Tierra de canes”, la magnífica novela histórica de Carlos Enrique Freyre, protagonizada por los perros que los conquistadores españoles utilizaron para vencer en combate a los taínos y caribes en las Antillas, auténticas maquinarias del exterminio encargadas de sembrar el terror en los pueblos sojuzgados. Notable resultó, asimismo, “Los restos de la piel”, de Jhemy Tineo Mulatillo, de aliento animalesco y sensual, escatológico y lírico, angustiante e incitador, amalgama que halla armonía en una trama que sabe ceder paso a una hipnótica danza con el lenguaje que deja al lector zarandeado y agradecido. Mención especial merece “Un animal que se deja caer”, de Melanie Pérez-Arias, extraña y melancólica historia contada con humor cálido, conocimiento del prójimo y dotada imaginería sentimental.

(Difusión)

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Jeremías Gamboa es un narrador que suele polarizar a los lectores: su última novela, la colosal “El principio del mundo”, no lo ha librado de esa condición. Aquí creemos que en esas mil páginas hay largos trechos donde demuestra un virtuosismo y una sensibilidad poco comunes, así comos tramos en los que tiende a una hagiográfica autorreferencialidad que resiente el interés por lo que se cuenta.

Coreografía para trenzas solas”, de Teresa Ruiz Rosas es también un libro de extenso recorrido, pero al mismo tiempo una aventura riesgosa y exigente que se formula como fresco sobre la campaña por la independencia, animado por un confluir de lenguas y de destinos que demanda alta pericia técnica. Los riesgos se sortean a veces y otras no, lo que deriva en una novela escarpada e irregular.

Repercutieron este 2025 “Criaturas virales” de Dany Salvatierra, cataclísmica ofrenda de un narrador que va encontrando un decir intransferible; “Chocano o la vida nómade”, atendible arremetida de Mario Pera en la ficción y “Fascinación”, entretenida fábula a cargo de Diego Molina Rey de Castro sobre la juventud y el deseo destructivo que su tentación encierra.

Hay que agregar a esta nómina “Mamita” de Gustavo Rodríguez, “Clara en el reino Moche” de Luis Nieto Degregori, “Denle de comer al olvido” de Alejandro Susti, “Cantan al hablar” por Zoila Vega, “El informe, pequeña novela burocrática” de Ezio Neyra, “El ancho mundo” del veterano Eduardo González Viaña, “Última salida de Palomino” de Diego Lazarte, “Obras completas de A” de César Torres Aguirre, la dinámica “La heroína silenciosa” de Hugo Coya, y “Días de Zorba” de Alicia del Águila.

Cuento

Un fructífero año en este apartado. “Viendo tu vida derrumbarse desde una distancia segura” de Gianni Biffi se convirtió en la sensación del 2025. Acumuló una muy positiva recepción crítica y dos ediciones en pocos meses: respuesta insólita para un libro de humor pop radical que rivaliza con los preceptos de la ideología literaria tradicional. Katya Adaui, una de nuestras cuentistas mayores, volvió con “Un nombre para tu isla”, conjunto de relatos que puede resignificarse como una cartografía del desasosiego. “E-mails con Roberto Bolaño” fue una gran sorpresa por parte de J.J. Maldonado, quien retorna dejando atrás los lastres del realismo sucio para afianzarse como un narrador seguro en sus indagaciones metaliterarias. Lo de Pedro Llosa con “Los gatos mueren con los ojos abiertos” es, en cambio, confirmación de las virtudes de un autor entendido en los lazos más débiles que enhebran las relaciones humanas.

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“Huaraca”, segundo libro de Luis Francisco Palomino, comprobó su vocación por dibujar la tensa psicología de quienes perviven en el extrarradio, de soltar sus voces y criaturas por los cerros y urbanizaciones de los paisajes suburbanos. Juan Carlos Cortázar también trasunta esos predios en “Lo que nos hace tan fuertes”, narraciones con fondo sociológico que logran penetrar en ciertas esencias de una marginalidad estridente y trágica. Más orientado hacia el humor y la desinhibición cómplice, “Un lugar en la familia de las cosas”. nos hizo descubrir a la divertida Claudia Paredes Guinand. Por su lado, “No podemos explicar por qué lloramos” de Giovanna Pollarolo “Cuentos de ángeles, unicornios y amarus” de Edgardo Rivera Martínez y “Huellas nada más”, de Roberto Reyes Tarazona brillaron en este género con la enjundia que se les conoce.

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Vale la pena mencionar la antología de Alexis Iparraguirre “Nada humano sobrevive aquí”, reunión de breves ficciones locales inspiradas en la teratología de Lovecraft, “Sangre para los dioses” de Daniel Salvo, uno de nuestros mayores expertos en ciencia ficción vernacular, “El hallazgo” por Jorge Ramos Cabezas, la frescura de “Tan simple, tan puro” de Alessandra Pinasco y la transgresora propuesta de Yasser Zola, que parece brotada de una serie B de tintes eróticos: “Cuerpos ajenos”.

Poesía

Jorge Nájar es un poeta ascético, lejano del ruido de las escenas literarias, forjador paciente de una de las obras más regulares y esmeradas de la generación del 70. “Jazz profundo y otros delirios” constituye una muestra de ese trabajo de orfebre, esta vez enfocado en la construcción de un infierno donde el poeta asume una identidad sufriente y comprometida, intrínsecamente vallejiana. “Una canción que no termina de salir de mi boca” es la continuación de esa lúcida interpelación a la realidad y al lenguaje que la sostiene desplegada por la talentosa Roxana Crisólogo desde su distante “Abajo, sobre el cielo”. Otro importante poeta de los noventa, Martín Rodríguez Gaona, hizo acto de presencia con un proyecto que antologa y al mismo tiempo enriquece su fecunda labor de los últimos años: “Finis Desolatrix Veritae”.

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Aunque “Arroyo Maldonado” es un libro menor en la trascendente trayectoria de Mario Montalbetti, resulta una idónea y lacónica meditación sobre la hostilidad que opone la urbe y la tregua que la naturaleza nos ofrece. “Entre dos fronteras” delata la voluntad proteica de Carlos López Degregori, quien con los años se ha decantado por una mirada cada vez más autobiográfica, despojada de los ominosos símbolos de sus primeros poemarios. También descollaron “Cuando estemos lejos de aquí” de Gastón Agurto -poeta del noventa que cultiva bien el arte de las pequeñas verdades- y “Romancero Franconio” y “Ahíncos” de José Morales Saravia.

También se publicaron en este 2025 “El arte de amar y el arte de olvidar” de Marco Martos, “Procesos de separación” de Giancarlo Huapaya, “Kodak” de Gino Roldán, ese “Seminario de puntuación” a cargo de Cayre Alfaro Fonseca, “Las ocho horas” de Teresa Cabrera, “Herencia de los cuerpos” de Claudia Ugarte, “Arenas rojas” de Braulio Paz, “Libro de organelas” por Eduardo Borjas, “Las aristas del aire” de Humberto Polar, “La estrella más cercana”, entrega póstuma de José Antonio Mazzotti, “Fragmentos de un edificio de tres pisos” de Mario Gaviria, “Arikari” por Carlos Reyes Ramírez, “Inmanencia; activación del ritual”, del peculiar grupo homónimo, “Astro de luz sinfónica” de Patricia Colchado, “Todo arde, todo” de Kiara Quispe y “Los paraísos trasatlánticos” de Gerónimo Paredes.

Sería injusto de mi parte no saludar la aparición de cuatro necesarios rescates: “Olvidarte sería conocer el olvido”, libro extraviado del entrañable Juan Gonzalo Rose, “Mi nombre no es una casualidad”, poesía completa de Sarina Helfgott, “Sobre vivir”, poemario icónico de Mirko Lauer y “De ser como soy me alegro”, eficaz antología de Nicomedes Santa Cruz a cargo de Luis Rodríguez Pastor.

No ficción

El brillante hibridaje de “Me gustan los atardeceres tristes”, conmovedor y hondo libro inclasificable de Carmen Ollé, se impuso en este espacio. Apuntalado en la crónica de la extraña muerte de una adolescente, el volumen se ramifica en reflexiones literarias y exploraciones de la memoria que traspasan la individualidad para convertirse en el diagnóstico de una época crítica. Alonso Cueto entregó un excelente ensayo, “Mario Vargas Llosa: palabras en el mundo”, y Abelardo Sánchez León conjugó nostalgia y rigor argumentativo en “Los poetas del sesenta”. Fernando Ampuero nos obsequió sabrosos perfiles literarios en su “Marea Alta” y Rafael Dumett demostró que no es solo un narrador relevante, sino un perspicaz ensayista con “Incas, espías y astronautas”.

(Difusión)

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Otros libros imprescindibles: “Viaje al sur del Cusco” de Karina Pacheco, “El sistema del delirio” de Rodrigo Vera, el lúcido e irreverente “Caviar” de Eduardo Dargent, “La marcha del fin del mundo” de Marco Sifuentes y “Crónicas maricas” de Javier Ponce Gambirazio. Sumemos a esta nómina “Islas perdidas” de Jorge Valenzuela, “Lima Chola. Una historia de la gran migración andina” por José Ragas, “Un lento fundido a negro” de Giancarlo Capello y “El Jefe: Haya, la Internacional Comunista y la ruptura con Mariátegui” de Antonio Zapata.

Anotemos también la aparición de “La verdad nos hizo libres” de Pedro Salinas, “Alan García Pérez: biografía no autorizada” por Álvaro Quispe Pérez, “1975 latidos por minuto” de Rubén Marrufo, “Prosas minúsculas” de Alonso Rabí, “Desde la hondonada 2: cartas a Felipe Camino” de Alfredo Bryce Echenique, “Vargas Llosa, biografía no autorizada” de Carlos Enrique Freyre”, “Perú Global (volumen 1)” de Adrián Lerner y Alberto Vergara, “Las líneas torcidas” de Martín Scheuch, “Coco, Vicuñín y Tacachito” de Hernán Bartra, “Vida y costumbres de los animales de la Amazonía” por Micaela Chirif, Silvia Lazzarino y Loreto Salinas, “Grau del Espacio” de Wayo Saravia y “Ciudad de los Reyes” de Juan Acevedo.



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