Comió su infaltable chaufa amazónico, ese que solo su esposa, Carmen Fernández, sabe preparar como a él le gusta. Y cuando llegó el momento de soplar las velas, rodeado de su familia, Ramón García celebró mucho más que un cumpleaños número 76: celebró, en silencio y con gratitud, el milagro de seguir respirando. De seguir aquí. De seguir riéndose con los suyos y contando historias.
“Poder celebrar un año más de vida es una oportunidad que me da Dios, porque, en realidad, yo debería haber muerto a los 36 años, cuando atravesé una etapa muy oscura. Pero conocí a mi esposa, me casé. Ella me salvó…. Ahora me río, aunque debería darme vergüenza, pero así es la vida”, reflexiona. “Y después vino esto. El de arriba todavía no me quiere llevar. Aún tengo cosas por hacer”.
Aún habla con la voz frágil de quien estuvo demasiado cerca de la muerte —dos veces—, pero también con la serenidad de quien ha descubierto que un cuerpo herido puede sostener una voluntad indomable. El cáncer de colon lo llevó a UCI, ese territorio lugar donde la realidad se mezcla con el delirio. Allí, bajo el efecto de los medicamentos, soñó con bibliotecas oscuras, con papas que hablan, con enfermeras que lo dejaban solo en medio de la nada, con palacios frente al Mediterráneo. Soñó para resistir y no irse. Hoy se ríe de aquellos sueños. Se ríe porque está vivo.
“Mi tratamiento es el más leve. Debo recibir quimioterapia, pero aún no pueden iniciarla porque tengo la hemoglobina baja. Estoy esperando los resultados de sangre para saber si ya estoy apto. Por ahora estoy en un ciclo de 14 días tomando seis pastillas diarias. Ahora también me duelen el hombro y la rodilla derecha”, narra.
García confiesa que esta segunda oportunidad de vida no es un renacer leve: es uno que exige disciplina, horarios estrictos de pastillas, citas médicas, defensas que suben y bajan, alarmas para no olvidar. Pero él avanza. A veces lento, pero siempre firme.
Inesperado quiebre
A mediado del mes de agosto, el recordado ‘Chapana’ de “Los Choches” fue internado de emergencia tras sufrir una obstrucción en el colon, producto del cáncer. Lo que parecía un malestar pasajero terminó revelándose como una enfermedad silenciosa que venía gestándose desde hace tiempo. La operación fue larga, complicada, y derivó en una sepsis que lo mantuvo en la Unidad de Cuidados Intensivos, sedado y entubado. Los médicos tuvieron que sacarle el tumor. Sin embargo el tratamiento se complicó y entró en una sepsis que derivó en un shock séptico.
“No recuerdo mucho del tiempo que estuve en UCI. Aluciné bastante por las medicinas que me dieron para el dolor. Los tubos eran incómodos, igual que estar siempre en una sola posición. Cuando me bajaron a piso, me compraron un andador y, como el médico me recomendó caminar para recuperarme más rápido, recorría todos los pasillos. Después me dieron de alta y, ya en casa, me costaba subir las escaleras. Pero poco a poco me fui adaptando”, destaca.
Amor que salva
A Ramón García lo sostiene su familia, sobre todo, el amor de Carmen, su esposa, quien hace años lo rescató de otra oscuridad: la del alcohol, las drogas y la soledad. A ella vuelve cada vez que habla del milagro de seguir de pie.
“Mi vida cambió cuando conocí a Carmen y nos enamoramos. Gracias a ella asistí a un retiro y me bauticé. A inicios de 1986 pasé por un proceso de desintoxicación por mi cuenta; nadie me ayudó, solo Dios. Salía a correr, hacía ejercicio y rezaba. Primero dejé lo más peligroso, lo más absurdo, pero el alcohol aún me quedaba. Ahora puedes ponerme cualquier cosa enfrente y no me mueve ni un pelo”, asiente con satisfacción.
Ramón no solo es un actor querido por su trabajo en el cine, el teatro y la televisión. Ha participado en producciones muy exitosas, tanto nacionales como internacionales. Se le recuerda por papeles icónicos en series peruanas como “Los choches” y “Camino a casa”, así como por su participación en la exitosa serie de HBO “The Young Pope” y su secuela “The New Pope”. También es maestro y formador de nuevas generaciones; varios de sus exalumnos lo llaman “papá”.

Vocación intacta
A pesar del cansancio, Ramón ya se imagina de nuevo en un aula, enseñando actuación, su oficio de siempre. Habla con emoción del taller de verano y de los alumnos que lo esperan.
“Quiero aprovechar lo que quede. Volveré a las aulas en febrero, así podré cubrir mi presupuesto familiar, además aburre estar en casa”, señala. Y cuando reflexiona sobre la muerte, lo hace con la serenidad: “No me asusta porque, como decía Federico García Lorca: ‘Si no me preocupé por nacer, menos me voy a preocupar por morir’”.





