jueves, 06 noviembre, 2025
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Relaciones Diferencias irreconciliables: ¿Cuándo el amor deja de ser suficiente para sostener una relación? | BIENESTAR

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En los últimos años, la frase “diferencias irreconciliables” se ha vuelto casi un clásico cada vez que una pareja —famosa o no— anuncia su separación. Sin duda, es un término que suena bastante elegante y hasta algo diplomático; sin embargo, detrás de estas palabras hay algo mucho más profundo e incluso doloroso: dos personas que, a pesar de quererse, descubren que ya no pueden encontrarse en el mismo punto.

Porque sí, el amor es un factor clave, pero no es suficiente para sostener una relación. Como señaló la psicóloga Aída Arakaki, de Clínica Internacional a Bienestar, una relación también necesita de comunicación, respeto, valores compartidos y estabilidad emocional. “Se puede querer a alguien y, al mismo tiempo, reconocer que la relación no es sana. El amor puede existir, pero si cada encuentro termina en dolor o ansiedad, no hay espacio para construir”.

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Y entonces, sin darnos cuenta, lo que empezó como un refugio se convierte en un campo minado de intentos. Amamos, pero ya no sabemos cómo hacerlo sin lastimarnos. Por eso, vale la pena detenernos y cuestionarnos ¿cuándo luchar por amor y cuándo es momento de aceptar el final?

Diferencias de pareja: ¿problema cotidiano o punto sin retorno?

En toda relación de pareja, existen diferencias: gustos distintos, maneras opuestas de hacer las cosas o simplemente perspectivas que no siempre coinciden. Sin embargo, no todas las discrepancias tienen el mismo peso ni las mismas consecuencias.

De acuerdo con Iván La Rosa, docente de la carrera de psicología de la Universidad Científica del Sur, las llamadas diferencias irreconciliables son aquellas incompatibilidades profundas en valores, metas o formas de ver la vida que generan conflictos difíciles de resolver. Si bien no siempre significan el fin de la relación, ya que algunas pueden gestionarse si existe comunicación honesta, compromiso y apertura emocional, cuando estas diferencias afectan el bienestar, el respeto o la identidad de uno de los miembros, pueden volverse insostenibles.

Por eso, es importante aprender a distinguir entre un desacuerdo que compromete o no el vínculo. Como explicó la psicoterapeuta Natacha Duke, de Cleveland Clinic, una diferencia cotidiana es algo puntual, negociable, y ambos pueden adaptarse. En cambio, aquel que obstaculiza la relación es algo que toca los valores fundamentales, los estilos de apego y los proyectos de vida distintos, ya que genera un malestar persistente.

“Las diferencias más difíciles de reconciliar son aquellas que tocan aspectos profundos del vínculo, como la forma de manejar la intimidad, el conflicto, la confianza o el respeto. No se trata de simples preferencias, sino de patrones emocionales y valores esenciales que definen cómo nos relacionamos. Por ejemplo, no es lo mismo discutir quién lava los platos que descubrir que uno desea tener hijos y el otro no, o que uno prioriza la fidelidad y el otro no. Cuando las discrepancias alcanzan ese nivel, lamentablemente, el amor por sí solo puede no ser suficiente para sostener la relación”, destacó Arakaki.

Soltar no siempre es rendirse. A veces es la forma más honesta de seguir amando, pero desde la distancia y el respeto propio.

Soltar no siempre es rendirse. A veces es la forma más honesta de seguir amando, pero desde la distancia y el respeto propio.

Por eso, aunque no existe una “escala de gravedad emocional” que determine qué tanto nos separa de nuestra pareja, la experta de Clínica Internacional nos propone una forma sencilla para evaluar el impacto de esas diferencias: preguntarnos del 1 al 10, ¿cuánto malestar me genera este tema? ¿cuánto afecta mi bienestar diario? Si la respuesta es alta y la convivencia nos deja la mayor parte del tiempo tristes, ansiosos o en tensión, probablemente no estemos ante un simple desacuerdo, sino ante una señal de que algo más profundo necesita ser atendido.

La persistencia en vínculos que ya no funcionan

Muchas personas permanecen en relaciones aun sabiendo que no son compatibles, ya sea porque el vínculo les da una identidad, seguridad emocional o miedo a la soledad. En estos casos, como indicó Duke, las huellas de los estilos de apego inseguros juegan un papel clave. Por ejemplo, el apego ansioso se relaciona con un temor intenso al abandono y la necesidad de validación constante, mientras que el apego evitativo puede llevar a evadir el conflicto o el distanciamiento emocional como defensa

Además, cuando se ha invertido mucho emocional o económicamente en la relación, el cambio parece más costoso que el mantenimiento, aun cuando este también causa mucho sufrimiento.

“Por lo general, las personas temen tomar la decisión de irse, incluso sabiendo que no son felices porque irse también duele: implica perder a la persona, olvidar los sueños o planes en pareja y, desde luego, da miedo empezar de cero. Sin embargo, quedarse en una relación que ya no funciona también duele, solo que más lentamente. Por eso, el mayor acto de amor propio es atreverse a cerrar el ciclo”, subrayó Arakaki.

A parte, es muy común que en ese proceso aparezcan mecanismos de negación o justificación, como pensar que “no es tan grave”, “va a cambiar”, o idealizar el pasado “éramos felices antes”, pues el cerebro tiende a evitar el dolor. “A veces uno se aferra a la idea de lo que la relación podría ser y no de lo que realmente es.”

¿Cuáles son las señales que no debemos ignorar?

Reconocer las señales de que una relación ha dejado de ser saludable puede ser difícil, sobre todo, cuando hay afecto o una historia compartida. Sin embargo, si las ignoramos podemos llegar a sufrir un desgaste emocional y físico que con el tiempo se va haciendo cada vez más profundo.

Por eso, para la psicoterapeuta de Cleveland Clinic, una de las primeras alertas aparece cuando la comunicación se vuelve un terreno hostil o estancado: discusiones que se repiten sin solución, sensación de no ser escuchado o falta de respeto hacia los límites personales. También cuando uno de los miembros vive en un estado constante de ansiedad, culpa o miedo hacia el otro. Estas emociones no son “normales” en una relación, sino señales claras de apego inseguro o desregulación emocional, lo que dificulta sostener un vínculo saludable a largo plazo.

En esta misma línea, Aída Arakaki advirtió que el punto crítico se alcanza cuando seguir juntos deja de ser sano y empieza a afectar la tranquilidad y el bienestar emocional. Cuando una relación nos mantiene en alerta o nos hace sentir menos valiosos, tal vez haya llegado el momento de reconocer que soltar duele, pero quedarse duele aún más.

También es una señal clara cuando el esfuerzo se vuelve unilateral: uno sigue intentando construir mientras el otro se desconecta o ya no desea continuar. En ese contexto, la pérdida de confianza, respeto o deseo de compartir son indicadores contundentes de un vínculo que se está agotando.

Dejar ir también es una forma de cuidado: dejar de forzarse a encajar en un vínculo donde uno deja de reconocerse.

Dejar ir también es una forma de cuidado: dejar de forzarse a encajar en un vínculo donde uno deja de reconocerse.

Asimismo, no podemos olvidar las manifestaciones físicas, como los dolores de cabeza, la angustia constante, el insomnio o la falta de apetito, las cuales son formas en que el cuerpo expresa lo que la mente y las emociones ya saben: que algo no está bien.

“Una forma de evaluar objetivamente si una relación se volvió insostenible es si el malestar supera con creces los momentos de bienestar y afecta la vida diaria. En otras palabras, si el vínculo interfiere con la salud, el trabajo, la familia o la autoestima, y los intentos de cambio no dan resultado, puede ser momento de replantear la relación o buscar ayuda profesional”, sostuvo Natacha Duke.

¿Cómo saber si quedarse o irse?

Elegir si quedarse o irse de una relación es una de las decisiones más difíciles y emocionalmente complejas. No siempre se trata de falta de amor, sino de reconocer si el vínculo sigue siendo un espacio donde ambos pueden crecer o si se ha convertido en un lugar donde se apagan poco a poco.

Según la psicoterapeuta, cuando una persona se encuentra en esa encrucijada, puede hacerse una “pregunta espejo”: “¿Si alguien a quien quiero estuviera en mi situación, le aconsejaría quedarse o alejarse?” Verlo desde afuera ayuda a reducir la culpa y a ganar claridad. Igualmente, puede ser útil: “¿Esta relación me acerca o me aleja de la persona que quiero ser?” Si la respuesta se repite en el sentido del alejamiento, puede ser momento de tomar distancia.

En esa misma línea, la psicóloga Sheila Iglesias, de SANNA Clínica El Golf nos recuerda que “priorizar la paz mental es amor propio, y que decidir desde la calma, y no desde el miedo o la costumbre, es una forma de respeto hacia uno mismo. Ser auténtico —con uno mismo y con el otro— implica escuchar la propia voz interior, aunque a veces duela, porque “nuestra voz interior no es una opción”: muchas veces ya sabemos la respuesta, pero nos cuesta aceptarla, ya que hacerlo significa soltar.

De igual manera, es importante atreverse a actuar en coherencia con lo que uno siente, incluso si eso implica alejarse. Iván La Rosa resaltó que elegir el propio bienestar no es un acto de egoísmo, sino de madurez afectiva. Tomar distancia cuando el vínculo solo genera sufrimiento o bloqueo personal, también puede ser un acto de amor. Sentir culpa es parte del proceso —sobre todo cuando hay hijos, historias compartidas o cariño genuino—, pero quedarse por culpa puede terminar dañando el amor propio y la salud emocional.

No obstante, a veces el camino hacia la claridad no se recorre solo. Como refirió Natacha Duke, la terapia de pareja puede jugar un rol decisivo en este proceso: puede ayudar tanto a reconstruir la relación como a cerrar el vínculo con mayor comprensión. Su objetivo no siempre es “salvar” la relación, sino entender qué necesita cada uno. A veces el resultado es una reconciliación más consciente; otras, una separación con menos culpa y más respeto mutuo.

“Lo más importante es que la decisión —ya sea seguir o separarse— se tome desde la claridad y la tranquilidad, no desde el dolor. Porque solo cuando la calma reemplaza al miedo, es posible ver con honestidad lo que realmente necesitamos”, aseguró Arakaki.

¿Cómo soltar una relación sin rencor y con serenidad?

Soltar una relación sin rencor ni resentimiento es, ante todo, un proceso de aceptación. Según la psicoterapeuta Natacha Duke, cerrar un ciclo implica reconocer la pérdida, validar el dolor y cuidar los impulsos de actuar desde la rabia o el orgullo. Un cierre sano no se logra de un día para otro: requiere tiempo, reflexión y límites claros.

“Tomarse el espacio para procesar lo vivido, expresar lo que no se dijo y apoyarse emocionalmente en personas de confianza permite despedirse sin destruir lo que alguna vez fue valioso”.

El final de una relación no siempre es un fracaso. Puede ser el inicio de una nueva etapa para reencontrarte contigo mismo.

El final de una relación no siempre es un fracaso. Puede ser el inicio de una nueva etapa para reencontrarte contigo mismo.

Sin embargo, como señaló Arakaki, durante este proceso es fácil caer en la trampa de idealizar. Cuando la mente extraña, tiende a romantizar lo perdido y quedarse atrapada en el “qué hubiera pasado si…”. Para evitarlo, la experta aconsejó recordar también lo que dolía —no solo lo bonito— y hacer una lista con las razones por las que la relación terminó. Cada vez que aparezca el “¿y si hubiera hecho esto?”, transformarlo en un “aprendí que…” ayuda a convertir la nostalgia en aprendizaje.

“Muchas personas se preguntan si es posible separarse con amor o si eso es solo una ilusión. Lo es, aunque requiere madurez y honestidad. Separarse con amor no significa negar el dolor, sino elegir no hacer más daño: agradecer lo vivido, reconocer lo que no funcionó y aceptar que, a veces, amar también implica soltar”.

¿Cómo reconstruirse y volver a confiar?

Después de una separación, especialmente cuando hubo diferencias irreconciliables, reconstruirse implica mucho más que “pasar página”: es un proceso de sanación y reencuentro con uno mismo. Como recalcó el psicólogo Iván La Rosa, “reconstruirse no es olvidar, sino reintegrar lo vivido como una experiencia de crecimiento”.

Por eso, para trabajar en nuestra reconstrucción emocional, Aída Arakaki recomendó los siguientes pasos:

  • Aceptar el duelo: Validar las emociones, sin presionarse por “estar bien” rápidamente.
  • Cuidar lo básico: Mantener rutinas saludables que aporten estabilidad física y emocional.
  • Buscar apoyo: Contenerse en vínculos seguros: amigos, familia o un profesional de la salud mental.
  • Reconectarse con uno mismo: Retomar intereses, hobbies o sueños que quedaron en pausa.
  • Fortalecer la autoestima: Recordar la propia capacidad de salir adelante y reconocer el valor del aprendizaje.

“Con el tiempo, este proceso también permite reconocer lo que una relación dejó como enseñanza. De hecho, los aprendizajes más valiosos suelen surgir al soltar lo que ya no funcionaba: se aprende a poner límites, a escuchar al cuerpo, y a distinguir qué tipo de amor no se quiere repetir. En definitiva, nos ayuda a comprender que el amor sano no se construye desde el miedo o la dependencia, sino desde la libertad y el respeto mutuo”.

Y es justamente desde ese nuevo equilibrio interno que se puede empezar el siguiente paso: volver a confiar. No solo en los demás, sino en uno mismo, en la propia capacidad de amar y elegir de forma diferente. De acuerdo con Duke, la confianza no se recupera de inmediato. Sanar las heridas requiere tiempo y paciencia. Antes de abrir el corazón otra vez, es necesario trabajar el miedo al rechazo y a la vulnerabilidad, para que el amor futuro no nazca desde la defensa o la carencia, sino desde la serenidad.

En ese proceso, la terapia puede ser una gran aliada: ayuda a reconstruir la seguridad personal y a aprender a elegir desde la calma, no desde la necesidad. Como concluyó la psicoterapeuta, “el amor puede volver, pero esta vez con una mirada más consciente y madura, nacida del autoconocimiento y de una confianza que ya no depende del otro, sino de uno mismo”.



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