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Hay países que uno no elige: lo eligen a uno. Para Quique Neira, el Perú es ese lugar. La primera vez que vino fue en el 2001, cuando aún era vocalista de Gondwana, y desde entonces sintió una cercanía inexplicable, profunda, casi mística. “Cuando digo te quiero, Perú, no lo digo por compromiso —asegura—. Lo digo con ganas de estar caminando por el mercado de Magdalena o por el Malecón. Hay algo que me conecta, que me inspira, tal vez algún ancestro que no conocí”, reflexiona.

Con el tiempo entendió que ese lazo no era solo emocional. Parte de su familia ya había echado raíces aquí: las hermanas de su abuela llegaron al Perú en los años sesenta y se quedaron a vivir. Años después, el destino completó el círculo: se enamoró de una peruana, se casó y hoy sus dos hijos menores también tienen la nacionalidad peruana.

Este 1 de noviembre, el cantautor chileno de reggae volverá al Perú para presentarse en el Iris Music Fest, en Costa 21. “Creo que será uno de los conciertos más bonitos del año —anticipa—. Me emociona mucho porque hay un espíritu solidario detrás: las entradas se consiguen con ayuda social, y eso me parece extraordinario. Es una forma hermosa de celebrar la música”.

Música que cura

Con 35 años de carrera, Neira vive una etapa de madurez artística y emocional. La reciente pérdida de su padre dio origen a una de las canciones más íntimas y significativas de su trayectoria, grabada junto a Gian Marco Zignago, que formará parte de su próximo álbum.

Gian Marco, a quien respeto y admiro, canta conmigo, y lo hace en un reggae roots. Creo que es la primera vez que lo escucharán en ese género. También me ayudan dos bajistas: uno es mi hijo, y el otro es el bajista de Gondwna, I-Locks Labbé. Eso hace que sea una canción muy especial, en la que aún sigo trabajando. Está llena de amor, de nostalgia, de esas cosas que uno no alcanza a decir a tiempo”, adelanta.

Mantenerse vigente más de tres décadas en una industria tan competitiva, que cambia con la velocidad del algoritmo, no es tarea sencilla. Sin embargo, Quique Neira lo ha logrado con la convicción de que la permanencia no se gana siguiendo tendencias, sino siendo fiel a la esencia y a la verdad de lo que se canta.

Sin pecar de soberbia, pero tengo que decirlo: mi carrera tiene ciertos elementos de fenómeno —reflexiona—. He logrado mantener mi vigencia con distintas etapas, distintos discos, como vocalista de grupo y como solista. Eso no es tan común. La mayoría tiene un gran éxito y se sostiene en él; en mi caso, la música siempre me ha empujado a seguir creando, a no repetirme”.

Pero más allá de los escenarios y los años, hay algo que sostiene a Quique Neira desde el principio: la música como refugio. No solo como oficio o vocación, sino como una fuerza que lo ha acompañado en sus momentos más duros. Cada acorde, dice, ha sido una forma de entender el dolor, de reconciliarse con la vida y de convertir la pérdida en esperanza.

No me niego a mantener mi inspiración abierta. Tengo que ser instrumento para transmitir incluso las emociones que me resultan dolorosas. Si ese es mi destino, lo acepto. La música me ha salvado muchas veces. Me ha permitido transformar la pena en algo que puedo compartir”, asegura.

Redes y realidad

Quique Neira observa con distancia el vértigo de las redes sociales. Le inquieta el modo en que la fama se ha convertido en un objetivo vacío, más ligado al reconocimiento inmediato que al verdadero propósito artístico.

Me preocupa que mucha gente joven crea que ser famoso es lo máximo, y que vea en las redes una herramienta perfecta para lograrlo. Pero ser famoso no es sinónimo de éxito; hay mucha gente que es tristemente famosa. Cuando alcanzas cierta notoriedad, una de las cosas que más extrañas es haber sido anónimo, cuando nadie te miraba y podías moverte en paz”.

Esa reflexión inspiró su canción “El rey de las redes”, un tema en el que propone una mirada crítica sobre la exposición y la vanidad digital. “No todo es negativo, claro —añade—. Las redes también tienen un lado luminoso: te permiten reencontrarte con los compañeros del colegio, con afectos que creías perdidos. Pero hay que usarlas con conciencia”.

Y sí, alguna vez ha querido volver al silencio, recuperar esa vida sin reflectores. “Claro que he sentido la necesidad de ser anónimo otra vez. Hace una semana estaba comprando los útiles escolares que necesitaba mi hijo pequeño para terminar su tarea. Estaba apurado, y un hombre me pidió una foto. Le expliqué que no podía, que me esperaban en casa, y me respondió: ‘Se me cayó un ídolo’. Esas cosas duelen, porque la gente olvida que detrás del artista hay una persona común, un padre, un ser humano”.

Sin embargo, Neira no se deja atrapar por la nostalgia. Habla del futuro con la misma energía del inicio. “Tengo varios sueños todavía —dice con una sonrisa—. No suelo contarlos, prefiero guardármelos, pero sí puedo decir que, después de 35 años de carrera, sigo teniendo el mismo hambre que en abril de 1990, cuando empecé. Esa es mi mayor fortuna”, subraya.



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