Desde niña soñó con ser actriz, aunque cuando la oportunidad llegó no la estaba buscando. Tenía 19 años, un empleo en un bróker de seguros y un plan distinto, el de obedecer el consejo paterno de estudiar algo “seguro”. Pero la vida, que suele escribir giros inesperados, la sorprendió con una llamada para un casting. Jimena Lindo fue sin mayores expectativas y regresó con un personaje entre las manos: una antagonista en “Tribus de la calle” (1996). Era inexperta, dice, pero el fuego ya estaba encendido. Casi treinta años después, sigue ardiendo con la misma intensidad con la que comenzó a descubrir quién era realmente sobre un escenario.
“Empecé por casualidad”, recuerda. “Una amiga me avisó de un casting para una novela. Yo era un poco reticente a la televisión, tenía al teatro en un altar y veía la pantalla chica con cierto prejuicio, era chibola. Fui igual, hice el casting y resultó ser una gran oportunidad: me llamaron para interpretar a la antagonista. Qué suerte, era un rol importante y bien complejo. Ahora pienso que me quedó un poco grande”, reflexiona la actriz.
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Su paso por “Tribus de la calle” fue más que un debut: fue una escuela. Aquel primer papel la enfrentó a un personaje que la sobrepasaba, a emociones y matices que aún no conocía. Pero también la llevó a cruzarse con quien marcaría el rumbo de su carrera: Aristóteles Picho. Bajo su guía, Jimena aprendió que la actuación no solo se trata de memorizar líneas, sino de entender la vida que hay detrás de cada gesto.

“Era un personaje de una chica con mucha más experiencia que yo, una villana rota, con heridas que aún no entendía. Felizmente tuve como mentor a Aristóteles, que en paz descanse. De alguna manera me adoptó: ensayaba conmigo mis escenas, se volvió mi gran amigo. Él me presentó a toda la gente de teatro de esa época, a los grandes maestros. Gracias a él empecé a hacer teatro profesionalmente”, reconoce.
Hasta ese momento, su única experiencia sobre un escenario venía de los talleres escolares. Pero aquellos años marcaron su vida. Jimena había descubierto el teatro a los 13, en el aula de su colegio, bajo la guía de Isabel Jiménez de Cisneros, una maestra recordada por su pasión y por la huella que dejó en toda una generación de artistas.
“Fue maravillosa —dice con gratitud—. De ese taller salimos César Ritter, Fiorella de Ferrari, Rossana Fernández Maldonado… muchos que seguimos en la actuación. Ella nos hizo confiar en lo que teníamos. Por primera vez sentí que era buena en algo, que alguien me veía”.
Tras aquella primera experiencia en televisión, decidió tomarse en serio el oficio. Se formó con Roberto Ángeles, tomó clases de danza, estudió clown, retomó el ballet y asistió a todo taller posible. “Dejé de trabajar para dedicarme a estudiar. Empecé a construir mi propia escuela”, recuerda.
Viaje interior
Después del teatro vino el salto más arriesgado: dejarlo todo para empezar de nuevo. Jimena se fue a España y ese viaje, que iba a durar un año, se extendió por cinco.
“Mi pareja de entonces ganó una beca y se fue a estudiar allá. Yo siempre había soñado con vivir en España, conocer a Almodóvar, ser una chica Almodóvar”, recuerda entre risas. “Era el sueño de mi vida y también el de mi mamá. Así que terminé todas mis responsabilidades en diciembre y me largué”.
Llegó en plena efervescencia cultural. Eran los años noventa y Madrid era un torbellino de arte, cine y libertad. Jimena se dejó arrastrar por esa marea, aunque no todo fue fácil.
“Trabajé de camarera, limpiando pisos y baños. También fui modelo para escuelas de arte, me pagaban por posar. Me quedaba tiesa, con tortícolis, pero era fascinante (ríe). Veía muchas películas, leía sin parar, me alimentaba de todo eso. Mi curiosidad y necesidad por aprender me llevó también a la universidad, a estudiar filosofía, pero al segundo año casi me vuelvo loca. Sentía que el cerebro se me iba a reventar, no era lo mío, así que lo dejé”.
Poco después, volvió al Perú sin meditarlo demasiado, guiada más por una intuición que por una decisión. “Mi pareja se quedó allá, y yo tuve una epifanía. No fue algo racional, simplemente sentí que tenía que regresar”, recuerda. “En España ni siquiera llegué a actuar ni conocí a Almodóvar. Una vez lo vi de lejos y me dio vergüenza acercarme. Pero algún día lo conoceré”.
De regreso en Lima, la vida volvió a desplegarse con su propio ritmo. “Poco después salí embarazada. Y ya sabes, la vida empieza a desenrollarse como una alfombra. Solo queda caminarla”.

Jimena Lindo desde niña soñó con ser actriz, aunque cuando la oportunidad llegó no la estaba buscando. Tenía 19 años. (Foto: Julio Reaño/@photo.gec)
/ JULIO REAÑO
Volver a empezar
Reinstalarse en Lima no fue sencillo. Después de cinco años fuera, Jimena sintió que debía reconstruir desde cero lo que había dejado atrás. “La gente no sabía que había regresado. Así que agarré el directorio telefónico y empecé a llamar uno por uno: amigos, directores, productores, todos los que conocía. Era necesario, no me daba vergüenza”.
Su primera oportunidad llegó de la mano de Chela de Ferrari, con la obra “La celebración”. A partir de ahí volvió a conectar con la escena, a recuperar su lugar.
“De ahí me volví a enganchar”, cuenta. Pronto también regresó a la televisión, a producciones como “LaLola”, “Amores que matan”, “Amor de madre”, “Colorina” y “Brujas”, entre otras, donde interpretó papeles muy distintos; aunque la mayoría fueron de villana. Paralelamente continuó en el teatro y el cine. “He hecho varias villanas, no sé por qué… quizá por la cara angulosa. En “Eres mi sangre”, por ejemplo, ya de villana no tenía nada. Era más bien la víctima total de las circunstancias. Pero igual, hacer de villana es muy divertido”.

Hoy, mientras celebra tres décadas de trayectoria, Jimena siente que atraviesa una nueva etapa de libertad. “El personaje que hago ahora en ‘Buenas personas’ lo amo”’. Me ha conectado con el juego, con la ligereza, con la alegría de actuar. Por más que la obra es dura, a mí me ha devuelto algo que había perdido. Antes era muy autoexigente, me cansé de eso. Este personaje me ha reconciliado con el placer de hacer teatro, con mi propio clown interior. Y eso, a estas alturas, es un regalo”.
Amor y maternidad
Con el tiempo, la vida le regaló un nuevo papel: el de madre. “Tuve a mi hijo a los 33 años, una edad bastante perfecta”, asegura. “Mi embarazo no fue planificado, me moría de miedo. Me agarró sin trabajo, con la cuenta en cero. Esta profesión es incierta. Pero tuve una red de apoyo maravillosa: mis hermanos, mi madre —que en paz descanse—, siempre estuvieron conmigo. Tuve un embarazo hermoso, muy placentero. Y cuando vi a mi hijo por primera vez, me enamoré de él”.
Su hijo hoy es adolescente, es deportista de alto riesgo, practica downhill en bicicleta. La actuación nunca le interesó, pero el deporte le ha dado una disciplina que Jimena admira.
El amor también llegó cuando menos lo esperaba, y con quien jamás imaginó. “Una de las frases que repetía desde los veinte era: ‘Yo jamás voy a estar con un músico’. Tenía prejuicios, pensaba que eran bohemios, nocturnos”.
Jimena conocía a Manolo Barrios, vocalista de Mar de Copas, desde hacía años. Su hermano era su amigo y director de novelas, así que el cantante siempre estuvo como mapeado en su vida. Pero no eran cercanos.
“Todo cambió cuando coincidimos en la película ‘Locos de amor’, donde él fue director musical. Yo tenía que ensayar con él… y me echó el ojo desde el primer día”, comenta entre risas.
El vínculo se dio de manera natural, sin presiones ni artificios. “Ya sabíamos lo que queríamos. Estábamos en un momento en que ambos queríamos asentarnos. Es un ser humano increíble, maduro, trabajador. Además de estar en Mar de Copas está en otro proyecto, Los 13 Baladas. Trabaja muchísimo”.
Nueva calma
A tres décadas de haber comenzado en la actuación, Jimena Lindo vive una etapa de calma y apacibilidad. Este año ha sido nominada a Mejor actriz protagonista en los Premios PRODU 2025 por su trabajo en “Eres mi sangre”, nominación que recibe con gran satisfacción.
“Siento que estoy perdiendo el miedo: el miedo a fracasar, al qué dirán, a todo eso que uno carga en la vida. Hoy me siento agradecida con lo que he vivido. Ha sido una vida intensa, llena de picos, impulsos y búsquedas. Mucha búsqueda, sobre todo, de paz”.
Y aunque reconoce que en ese camino se ha perdido más de una vez, también ha aprendido a reconciliarse con el error. “Una vez le pregunté a Alberto Ísola qué consejo les daría a los actores jóvenes, y me dijo: ‘Que aprendan a fracasar’. Me pareció hermoso, porque solo quien se atreve a intentarlo puede fracasar. Y de eso se trata la vida”.
Hoy, además de actuar, impulsa un proyecto que la conecta con su amor por la enseñanza y la memoria: Grandes Maestro LATAM, un espacio digital dedicado a preservar el legado artístico de los grandes referentes de la actuación.
“Estamos lanzando la primera temporada, que abre con Sonia Seminario. También tenemos entrevistas con Carlos Gassols, Gustavo Bueno y otros maestros. Más adelante queremos ampliar el proyecto a otras disciplinas artísticas”, remarca con satisfacción.





