¿Alguna vez te has sentido agotado de “ser feliz”? Probablemente, te ha pasado en una comida familiar o con amigos, rodeado de risas, donde tu sonrisa es solo una máscara para ocultar ese nudo en la garganta que llevas sosteniendo por días o incluso semanas. Esta escena, tan común en la vida real, se ha vuelto prácticamente una norma en las redes sociales, donde nos convertimos en actores de nuestra propia felicidad, mientras que el cansancio y la tristeza quedan fuera del guion.
Actualmente, vivimos en una era donde la “positividad” no es una opción, sino una exigencia. La presión silenciosa por mostrar que todo “siempre está bien” es una realidad que nos consume a diario, robándonos autenticidad e impidiéndonos procesar el malestar de manera saludable. Aunque el optimismo puede darnos fuerza en los momentos más difíciles, cuando se convierte en una obligación constante, automáticamente deja de ser un recurso saludable para transformarse en un peso invisible que desgasta nuestro cuerpo y mente.
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La presión de estar siempre bien vs. el optimismo
La presión de estar siempre bien es esa exigencia —ya sea social o interna— de mostrarnos felices, fuertes o exitosos en todo momento, aunque por dentro no sea lo que realmente sentimos. En contraste, el optimismo saludable, como explicó Madeli Santos, psicóloga clínica y experta en relaciones conscientes y gestión emocional a Bienestar, no niega el dolor ni las dificultades, sino que nos da esperanza y motivación para afrontarlas.
“No es lo mismo decir “estoy mal, pero con apoyo voy a salir adelante” que repetirse “no debería sentirme mal, sonríe y sigue como si nada”.
En esta misma línea, la psicoterapeuta Amy Brodsky, de Cleveland Clinic recalcó que, este fenómeno también denominado como positivismo tóxico, nos lleva a rechazar cualquier emoción negativa. De manera que, al invalidar lo que sentimos, terminamos acumulando frustración, aislamiento e incluso culpa por estar tristes o enojados. En cambio, el optimismo saludable nos recuerda que todas las emociones tienen un sentido y que podemos reconocerlas sin quedarnos atrapados en ellas.

El optimismo es valioso, pero si se convierte en obligación, se transforma en positivismo tóxico que nos impide procesar las emociones difíciles.
“La presión de estar bien nos encierra en la negación, mientras que un positivismo auténtico nos libera, porque abraza la emoción y nos impulsa a dar un paso hacia adelante”, enfatizó Patricia Cortijo, neuropsicóloga de Clínica Internacional.
¿Las redes sociales nos obligan a ser felices?
La respuesta corta sería sí, aunque la realidad es mucho más compleja. Según Antonella Galli, psicóloga de la Clínica Ricardo Palma, las redes amplifican la demostración pública: los “likes”, las vistas y la validación inmediata incentivan a mostrar solo la parte idealizada de nuestra vida. Básicamente, esto nos empuja a maquillar la realidad, ya que la vulnerabilidad no tiene cabida en el mundo digital.
Asimismo, como añadió la psicoterapeuta de Cleveland Clinic, esa exposición constante a imágenes y mensajes de éxito, alegría y logros genera inevitablemente comparación. “Al ver la vida de otros filtrada y perfectamente editada, nuestra cotidianidad puede parecernos insuficiente. Esa presión por aparentar estar siempre bien no solo erosiona la autoestima, también puede estar vinculada con síntomas de ansiedad o depresión”.
Y es que hoy existe una cultura digital marcada por el positivismo y el bienestar con rutinas de ejercicio, meditación, journaling, afirmaciones y una serie de hábitos que, aunque en esencia pueden ser valiosos, se transforman en una fuente de exigencia cuando se viven con rigidez. Es decir, lo que debería ser un recurso de autocuidado se convierte en un mandato que genera culpa si no lo cumplimos.
En definitiva, la sociedad cada vez nos exige y nos genera esta necesidad de mostrarnos fuertes y exitosos, lo cual, como señaló Santos, produce un desgaste emocional colectivo. Por eso, para Liseth Paulett, decana de la carrera de psicología de la Universidad Científica del Sur, “nuestra calidad de vida no debería depender de la aceptación que recibimos en redes, sino de la capacidad de validarnos a nosotros mismos, aceptando tanto las emociones agradables como las que nos generan malestar”.
¿Qué precio tiene ser “siempre feliz”?
Imagina llevar todo el tiempo una máscara perfecta: sonrisa impecable, historias felices y “todo bien” como respuesta automática A simple vista luce cómodo, pero por dentro, ese esfuerzo tiene costos reales y acumulativos.

Las comparaciones constantes y la búsqueda de validación en redes sociales refuerzan la presión de mostrar solo la “vida perfecta”.
Como afirmó Cortijo, reprimir la tristeza, la ira o cualquier otra emoción no las elimina: las deja “guardadas” en el cuerpo. “La Organización Mundial de la Salud advierte que esa represión sostenida puede aumentar el riesgo de ansiedad, depresión y somatización —es decir, que el malestar psicológico se convierta en síntomas físicos sin causa médica clara”.
Básicamente, este positivismo tóxico puede manifestarse en:
- Dolores de cabeza.
- Contracturas musculares o dolor de cuello y espalda.
- Problemas digestivos.
- Insomnio o fatiga crónica.
- Crisis de pánico (muchas personas llegan a emergencias pensando que tienen un infarto, cuando en realidad es ansiedad desbordada).
De igual manera, Max Cabanillas, past decano del Colegio de psicólogos del Perú – Consejo Directivo Regional XII Cajamarca destacó que, la energía que se consume en sostener esta imagen es constante y tiene consecuencias claras a nivel interno y social.
A nivel personal, esta represión puede manifestarse como un agotamiento crónico, sensación de vacío, irritabilidad o desconexión con uno mismo, lo que se refleja en acciones como no hablar de los problemas, compararse constantemente con los demás, o sentir una profunda culpa por sentirse triste o vulnerable.
Mientras que, a nivel relacional, la fachada de felicidad impide construir relaciones auténticas o dificulta pedir ayuda, lo que se traducen en un aislamiento emocional que, con el tiempo, puede llevar a una fragilidad emocional, por ende, una crisis.
¿Cómo equilibrar el optimismo con autenticidad emocional?
Lograr un equilibrio entre ser positivo y ser auténtico emocionalmente no es una tarea sencilla, pero es la clave para un bienestar genuino. Se trata de una práctica consciente que nos permite abrazar tanto la luz como la sombra de nuestras emociones.
De acuerdo con la neuropsicóloga Patricia Cortijo, lo principal es ser honestos con nosotros mismos. El optimismo es valioso, pero no debe ser un arma para negar la realidad de nuestras dificultades. La verdadera fuerza radica en permitirnos sentir lo que sentimos y, solo después, buscar una forma de superarlo.

Aceptar lo que sentimos sin juzgarnos ni exigirnos estar siempre bien es la clave para un bienestar real y relaciones más auténticas.
En esta misma línea, Madeli Santos afirmó que el equilibrio perfecto consiste en reconocer lo que sentimos sin quedarnos atrapados en la queja. Es una forma de unir la verdad del presente con la esperanza del futuro. En otras palabras, se trata de decir: “Hoy no estoy bien, pero sé que no será para siempre”.
Por su parte, Brodsky sugirió integrar realismo y optimismo. Validar primero la emoción (“me siento triste y está bien sentirlo”) y, después, dar un paso hacia una perspectiva más amplia, buscando aprendizajes, apoyo o acciones para salir adelante.
¿Cómo aceptar emociones sin caer en la queja ni en la autoexigencia?
Aceptar nuestras emociones no significa resignarnos a ellas ni dejarnos arrastrar por la queja. Tampoco se trata de exigirnos estar siempre fuertes o positivos. El verdadero equilibrio, como recalcó la experta en gestión emocional, está en reconocer lo que sentimos sin juzgarnos ni castigarnos por ello.
Un primer paso puede ser tan simple como ponerle nombre a lo que sentimos: “Hoy estoy triste, y está bien”. También podemos escribir lo que pasa por dentro sin filtros, o conversar con alguien de confianza sin esperar respuestas mágicas. Estos pequeños gestos nos permiten darle un lugar a la emoción sin caer en la exigencia de “superarla” de inmediato.
Dedicar unos minutos al día para preguntarnos cómo nos sentimos de verdad, permitirnos llorar o soltar sin culpa, practicar una respiración consciente cuando aparece la ansiedad, reconocer pequeños logros diarios sin compararnos y aprender a decir “no” cuando algo nos sobrecarga. Son recordatorios prácticos de que autocuidarse no es debilidad, sino honestidad emocional.
Ahora bien, si sentimos que esa autoexigencia nos desborda, que el insomnio, la ansiedad o la tristeza se hacen frecuentes y afectan nuestro día a día, es momento de dar un paso más. Como nos recuerda Patricia Cortijo, buscar ayuda profesional no es un signo de fracaso, sino un acto de responsabilidad con uno mismo. Reconocer que solos no siempre podemos avanzar es también una forma de autocuidado.
“Si te sientes atrapado en la exigencia de “estar bien”, es hora de liberarte. El primer paso es simple pero poderoso: reconocer que no siempre estar bien es normal. Permítete soltar la máscara de la perfección y aceptar que la vulnerabilidad es parte de la experiencia humana. La liberación también requiere introspección. Hazte preguntas honestas: “¿Cómo me siento en este momento?” y “¿Qué puedo cambiar y qué no?”. Finalmente, revisa tus rutinas. Es crucial identificar qué hábitos son realmente saludables y cuáles se han convertido en una exigencia más que te aleja de tu bienestar. Dejar de lado esas obligaciones autoimpuestas es un paso enorme hacia la autenticidad”.