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¿Te has convertido en madre recientemente o conoces a alguien que, aunque pueda dormir profundamente con la televisión encendida en la habitación o el ruido de la calle, se despierta al instante si su bebé suspira o llora suavemente?

Sin duda, no es casualidad. Como explicó a Hogar y Familia la doctora Fanny Abanto, psicoterapeuta especializada en terapia de esquemas, “es como si en el preciso momento del parto, en el cerebro se instalara una nueva ‘aplicación de maternidad’, que detecta el llanto del bebé incluso cuando hay ruido alrededor. Una madre puede estar en el supermercado y, entre todo el bullicio, identificar el llanto de su hijo como si tuviera un radar emocional”.

Pero, ¿qué hay detrás de este fenómeno? ¿Es solo una bonita metáfora o tiene una base científica?

Según la psicoterapeuta, después del parto el cerebro materno no solo cambia, se transforma. Investigaciones como la realizada por la Universidad de Emory (Kim et al., 2010) muestran que áreas como la amígdala, el hipotálamo y la corteza prefrontal aumentan su actividad. La amígdala, por ejemplo, se vuelve más sensible al llanto del bebé, permitiendo una reacción rápida y cargada de emoción. El hipotálamo regula conductas esenciales como la protección y la alimentación, mientras que la corteza prefrontal afina la capacidad para interpretar las señales emocionales del recién nacido.

La famosa disminución temporal en memoria y concentración, conocida como “baby brain”, no es un fallo, sino una adaptación funcional.

La famosa disminución temporal en memoria y concentración, conocida como “baby brain”, no es un fallo, sino una adaptación funcional.

En el plano hormonal, la oxitocina —la “hormona del amor”— desempeña un papel crucial. Tal como señaló Abanto, un estudio de la Universidad de Harvard demostró que sus niveles aumentan durante el parto, la lactancia y el contacto piel con piel, fomentando el vínculo madre-hijo, reduciendo el estrés y favoreciendo sentimientos de calma y bienestar. Sin embargo, si se presentan desequilibrios hormonales, como en la depresión posparto, esta hormona puede no cumplir su función de manera óptima, afectando el estado de ánimo y las relaciones.

“Esta reprogramación cerebral tiene un propósito claro: priorizar el bienestar del bebé. No obstante, esta transformación también puede tener costos emocionales y cognitivos. La corteza prefrontal redirige sus recursos para centrarse en decisiones relacionadas con el cuidado del bebé, mientras que la amígdala se hiperactiva, aumentando la sensibilidad emocional. Esto, en la vida diaria, puede traducirse en mayor vulnerabilidad al estrés, la fatiga e incluso en una sensación de pérdida de identidad”.

¿Temporal o para siempre? Lo que dice la ciencia a largo plazo

A largo plazo, la ciencia señala que los cambios cerebrales tras el parto no son meramente pasajeros. De acuerdo con Vanesa Ruiz, ginecóloga de la Clínica Ricardo Palma, muchos de ellos duran meses e incluso pueden persistir durante años, funcionando más como una adaptación o una maduración cerebral que como una pérdida, ya que el cerebro se orienta a las necesidades del bebé y puede generar beneficios duraderos como mejor toma de decisiones, mayor empatía y resiliencia emocional.

Un estudio de la Universidad Autónoma de Barcelona publicado en la revista Nature Neuroscience en 2017, encontró que estas modificaciones pueden prolongarse hasta dos años después del parto. Aunque se observa una reducción de materia gris en áreas vinculadas a la cognición social, esto optimiza la capacidad de empatía, la lectura de emociones y la sensibilidad para anticipar las necesidades del bebé, por lo que esto podría describirse como una forma de intuición neurobiológica”, precisó la doctora Abanto.

El famoso “baby brain”: ¿mito o realidad?

El llamado “baby brain” no es un mito, sino un fenómeno real respaldado por la ciencia. Según Karin Domínguez, psicoterapeuta y directora del Modo USIL de la Universidad San Ignacio de Loyola, lejos de significar una pérdida de capacidades, es un ajuste natural del cerebro para que la madre se adapte a su nueva etapa. Durante el embarazo y el posparto, ciertas áreas se reorganizan para aumentar la sensibilidad a las señales del bebé, facilitando reacciones rápidas y protectoras.

Por su parte, Mayra Cerda, docente de la carrera de obstetricia de la Universidad Científica del Sur destacó que este cambio, de origen neurobiológico y hormonal, puede traer olvidos, dificultad para concentrarse y sensación de dispersión, algo completamente normal en este período.

El vínculo madre e hijo se construye gradualmente, y aunque no siempre surge de inmediato, prácticas como el contacto piel a piel y el apoyo emocional ayudan a consolidarlo.

El vínculo madre e hijo se construye gradualmente, y aunque no siempre surge de inmediato, prácticas como el contacto piel a piel y el apoyo emocional ayudan a consolidarlo.

“Diversos estudios han demostrado que muchas mujeres reportan alteraciones temporales en memoria de trabajo, atención y concentración. Sin embargo, esto no implica un fallo, sino una redistribución de funciones: el cerebro materno prioriza las redes de empatía y apego —como observó un estudio de la Universidad de Yale— mientras reduce momentáneamente habilidades ejecutivas complejas. No es una regresión, sino una adaptación funcional que optimiza la respuesta a las necesidades del bebé”, enfatizó Fanny Abanto.

Por eso, más que culparse por “no rendir igual”, las madres pueden apoyarse en estrategias como:

  • Validar la experiencia emocional: Reconocer que sentirse confundida o menos productiva no es debilidad, sino parte del proceso neurobiológico.
  • Redefinir la productividad: Entender que cuidar, conectar y sostener emocionalmente a un bebé es una forma de productividad invisible pero poderosa.
  • Practicar el autocuidado sin exigencia: No se trata de “volver a ser la de antes”, sino de integrar esta nueva versión con compasión, usando herramientas como mindfulness, respiración consciente o journaling.
  • Buscar redes de apoyo emocional: Compartir la experiencia con otras madres, psicoterapeutas o grupos de crianza para aliviar el aislamiento y normalizar lo que se siente.

La buena noticia es que la neuroplasticidad permite que el cerebro se recupere y se reorganice con los estímulos adecuados. “Prácticas como el mindfulness no solo ayudan a gestionar el estrés, sino que han demostrado aumentar el grosor de la corteza prefrontal, mejorando la atención y la regulación emocional. Para potenciar este proceso, se recomienda descansar —aunque sea en bloques cortos— para favorecer la memoria; mantener una alimentación rica en omega-3, magnesio y triptófano, que estimulan la neurogénesis; y realizar ejercicio moderado para liberar endorfinas y optimizar la función cognitiva”, añadió la psicoterapeuta.

El vínculo madre-bebé: conexión que empieza en el cerebro

Según la psicoterapeuta Karin Domínguez, las primeras semanas tras el nacimiento son un período de gran intensidad emocional, donde muchas madres experimentan una mezcla de sorpresa, amor y ternura, junto con cansancio, inseguridad o llanto fácil. Es un tiempo de adaptación en el que madre y bebé aprenden a conocerse y sincronizarse. La repetición de gestos de cuidado —como amamantar, arrullar o responder al llanto— va tejiendo una conexión afectiva sólida que, aunque no siempre surge de forma inmediata, se construye progresivamente.

Por eso, la especialista en terapia de esquemas aclaró que no todas las mujeres sienten un amor inmediato; factores como partos traumáticos, depresión posparto o desregulación hormonal pueden retrasar la conexión inicial. “Esto no significa que algo esté mal, ya que el apego puede fortalecerse con tiempo, contacto piel a piel y apoyo emocional”.

¿Cómo impactan estos cambios en tu identidad?

La maternidad transforma la forma en que una mujer se ve a sí misma. Domínguez lo describió como un proceso de “matrescencia”: una etapa de reordenar prioridades, valores y roles, donde la identidad no se pierde, sino que se amplía para integrar lo nuevo con lo que ya existía. En los primeros meses, como comentó la doctora Cerda, es habitual sentir que una parte de la vida anterior queda atrás debido a los cambios en el cerebro, el cuerpo y la rutina diaria; actividades que antes daban placer pueden dejar de hacerlo, pero con el tiempo se descubren otras que encajan con esta nueva etapa.

La maternidad cambia la identidad y reorganiza prioridades, pero no significa la pérdida de uno mismo.

La maternidad cambia la identidad y reorganiza prioridades, pero no significa la pérdida de uno mismo.

A ello se suma, según Fanny Abanto, que los cambios cerebrales tras el parto influyen en la percepción de sí mismas y, junto con las exigencias sociales sobre cómo debe ser una “buena madre”, pueden generar la sensación de estar completamente “fusionadas” con el bebé. Con paciencia y autoconocimiento, muchas mujeres encuentran el equilibrio para ser madres sin dejar de lado sus pasiones e intereses personales.

¿Cuándo estos cambios dejan de ser normales y se convierten en señales de alerta?

Aunque es común sentirse abrumada, confundida o emocionalmente sensible tras el parto, de acuerdo con las expertas, es importante estar atentas ante las siguientes señales, las cuales podría indicar que la situación requiere de atención profesional:

  • Tristeza, desconexión o falta de disfrute que persiste más de dos semanas.
  • Dificultad para vincularse con el bebé.
  • Ansiedad intensa que interfiere con la vida diaria o ataques de pánico.
  • Sentimientos persistentes de culpa o inadaptación.
  • Pensamientos intrusivos o de autolesión, ya sea hacia la madre o el bebé.
  • Problemas de sueño que no están relacionados con el cuidado del bebé.
  • Aislamiento social marcado.

Ante cualquiera de estos síntomas, se recomienda buscar ayuda de psicoterapeutas especializados en perinatalidad, psiquiatras que evalúen posibles desequilibrios hormonales y grupos de apoyo materno para compartir experiencias y recibir contención.

Sin embargo, es importante que recuerdes que, la maternidad es una metamorfosis neurobiológica y emocional: tu cerebro se reconfigura para leer lo invisible, sostener con empatía y amar con una vulnerabilidad que transforma.

Lo que sientes no es exageración ni debilidad, sino el eco de una neuroplasticidad que está moldeando nuevas formas de amar. No estás sola, y no tienes que entenderlo todo para merecer apoyo. Tu vulnerabilidad es legítima, tu confusión es válida y tu proceso merece respeto. Y si en el camino aparecen señales de alerta, buscar ayuda no te resta fortaleza: es una manera de cuidarte para poder cuidar. Estás cambiando, sí, pero no estás perdiéndote; estás encontrando una versión más profunda, valiente y luminosa de ti, concluyó la doctora Fanny Abanto.



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