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Es una palabra despectiva, usada en toda Latinoamérica desde hace al menos una década para referirse a los migrantes venezolanos; ahora es el título de un conjunto de relatos. “Venecos” (Páginas de espuma, 2025) es el nuevo libro de cuentos de Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981), quien le da voz a historias que podrían ser las de sus compatriotas. Los cuentos del compilatorio presentan a venezolanos en el exilio, la mayoría de los cuales huyeron en marco de la situación de violencia y escasez, consecuencias del régimen chavista heredado por Nicolás Maduro.

La palabra Venecos está como bastante en circulación y en boga en los últimos años por razones obvias”, contó a El Comercio Blanco Calderón, quien llegó al país para presentar su obra en la 29° Feria Internacional del Libro de Lima. Emigrado primero a Francia en 2015, y ahora radicado en España, el autor, que también es profesor de escritura, ve su título como una reapropiación de la palabra, de resignificar el insulto. “La palabra me gusta, me gusta cómo suena, me parece simpática y, por supuesto, hay un juego con la tensión que provoca al ponerla en el libro”.

Ganador del tercer Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa en 2018 por su novela “The Night”, donde contó una historia sobre los límites del lenguaje con la violencia caraqueña como telón de fondo, Blanco Calderón exorciza sus demonios con el nuevo libro. Ya emigrado en Europa, dijo haber tenido una pesadilla recurrente en la que estaba de vuelta en su tierra, sin posibilidad de volver; conversando con sus pares, supo que era un terror compartido.

Lo que he sentido es mucha rabia hacia la dictadura que me ha alejado de mi familia. Mi tía y mi abuela se murieron y yo no pude ir; no tener el contacto cotidiano o que el hecho de que ir a tu país sea algo que de verdad plantea una serie de problemas, tanto del punto de vista económico, porque es de las cosas más caras del mundo, hasta el punto de vista de la seguridad personal, es de verdad fuerte”, dijo.

“Venecos” también es una historia con la que el latinoamericano puede empatizar. “No hay peor enemigo de un venezolano que otro venezolano”, dice el texto; aquí esa frase es conocida, pero aplicada a los peruanos, lo cual no sería casual. Calderón Blanco es un ávido lector de literatura peruana desde que, de chico, conoció las obras de Alfredo Bryce Echenique. “[Bryce] ponía estos personajes, estos peruanos en París; siempre había un peruano que había llegado antes y que se aprovechaba del que acababa de llegar. Eso es una marca de los países, de las sociedades cuando migran. No digo que no haya gestos de solidaridad, pero el emigrado no es, por el hecho de haber emigrado, un sujeto virtuoso”, sostuvo.

De hecho, al autor le pasó algo así en París, donde una compatriota lo estafó con 3.000 euros; la misma que ahora posa en redes sociales como opositora de Maduro. Allí hay material para una novela; Blanco Calderón la puso en una que ya escribió, pero no está seguro de si alguna vez verá la luz.

Pero entre la desesperanza está la literatura, que no puede hacer mucho cuando la vida de uno se derrumba salvo distraerlo de sus problemas. El escritor, sostuvo Blanco Calderón, solo puede escribir lo mejor posible. Esa es su consigna.

La entrevista a continuación:

—Me parece interesante que hayas llamado a este libro “Venecos”, una palabra despectiva.

Sí, la palabra “venecos” está como bastante en circulación y en boga en los últimos años por razones obvias de la de la emigración. En ciertos países ha circulado principalmente como un insulto, sin embargo la memoria que tengo de la primera vez que escuché esa palabra, en el 2013 en Bogotá, y la utilizó una amiga escritora colombiana con cariño. “Veneco” se le decía también a los venezolanos allá en Colombia y no era para nada un insulto. A mí la palabra me gusta, me gusta cómo suena, me parece simpática y, por supuesto, hay un juego con la tensión que provoca al ponerla en el libro. Depende siempre con qué intenciones se diga, pero digamos que mi libro se inscribe en un proceso de reapropiación que están haciendo muchos venezolanos de esa palabra, un poco para quitarle ese tono.

—Uno de los cuentos del libro menciona que hablar de Venezuela es lo que hacen todos los venezolanos que se han ido del país. En cierto modo tú haces esto, pues la mayoría de relatos de “Venecos” han sido escritos después de que te fueras de allí.

Sí, es una buena manera de verlo. Hay un par de relatos que sí fueron escritos estando yo todavía en Venezuela y ya el tema de la emigración era algo muy presente. Pero es cierto, todos los otros relatos que hablan de la migración venezolana fueron escritos en estos 10 años míos viviendo fuera de Venezuela y es algo que además le sucede a muchas comunidades de migrantes. Cuando uno lee literatura cubana en el exilio se encuentra con ese mismo rasgo o incluso Milan Kundera, cuando habla de los checoslovacos en el exilio, hay una serie de comportamientos que creo que son habituales y en este caso simplemente se le da como un contexto venezolano.

Portada de "Venecos", editada este 2025 por Páginas de espuma.

Portada de «Venecos», editada este 2025 por Páginas de espuma.

—La migración de 7,9 millones de venezolanos ¿está marcando la literatura de tu país?

Sí, totalmente. Yo creo que la emigración masiva de venezolanos ha sido la experiencia más fuerte, más decisiva que ha vivido el país en los últimos años, quizás en este siglo. Incluso digo que al final eso es lo que está concentrando más reflexiones, problemas y literatura al respecto, [más] incluso que la causa, que es la dictadura. El efecto de esa dictadura, que es este éxodo, es lo más importante que nos ha sucedido a los venezolanos en este siglo porque ha modificado el retrato del país, la población del país, y ha modificado la identidad, que sabemos son construcciones, pero son construcciones con cierta estabilidad y la identidad del venezolano se ha hecho añicos en estos años.

—¿Tu identidad se ha hecho añicos?

Sí, totalmente. He pasado por un proceso interno de crisis muy fuerte relacionada con la pregunta de quién soy ahora, de cuando ya no vivo en mi país, cuando no vivo con mis padres, cuando no vivo con mis amigos, cuando no tengo mi marco de referencia. Entonces, para cerrar el punto, la literatura venezolana está trabajando con mucha insistencia en el tema de la emigración, porque creo que es lo que más nos define y afecta en estos momentos.

—El libro menciona, “no hay peor enemigo de un venezolano que otro venezolano.” Tal vez ya lo sepas, pero en Perú decimos lo mismo, pero con los peruanos.

Leyendo literatura peruana, a Bryce Echenique hace muchos años, él ponía estos personajes, estos peruanos en París; siempre había un peruano que había llegado antes y que se aprovechaba del que acababa de llegar. Eso es una marca de los países, de las sociedades cuando migran. No digo que no haya gestos de solidaridad, pero el emigrado no es, por el hecho de haber emigrado, un sujeto virtuoso. Para mí fue interesante encarnar esa frase y además por experiencias propias.

—Te has topado con compatriotas que no han sido tan amables contigo.

Sí, recién llegado a París me estafó una venezolana como 3000 euros, quien además anda en redes sociales posando de opositora y de activista política contra la dictadura y vive en París estafando gente y era venezolana. Fue una experiencia directa.

—Ahí hay un personaje para un libro.

Sí, la incluí en una novela que escribí estando en París y que al final no sé si voy a publicar, pero sí, da para mucha picaresca.

—Este libro abarca poco más de los últimos 10 años de tu escritura. Imagino que al repasar esas historias para incluirlas aquí ha sido un poco como volver al pasado. ¿Cómo dirías de que ha evolucionado tu escritura?

Para mí ha sido muy revelador leer los cuentos y construir el conjunto porque ha sido darme cuenta de las constantes temáticas, de ver cómo, más allá de las distintas ideas que yo podía tener para un cuento, el recurso al que mi mente siempre acudía era el de personajes venezolanos migrantes. Eso es lo que estaba en el fondo de mi reflexión todos estos años. ¿Cómo ha cambiado la escritura mía? Quizás tiendo a reflexionar estas cuestiones en términos de estilo, y en eso no soy nada original. Yo creo que los escritores tienden a empezar con unos textos a veces muy autorreferenciales y barrocos y evolucionan hacia un estilo más económico, menos sobrecargado, donde uno trata menos de recargar la frase. Quizás cuando uno es muy joven trata de impresionar con alguna que otra frase y a mí lo que más me interesa es contar una buena historia y confiar en la historia. No digo que siempre lo logre, pero ese es el principal cambio que pudiera ver en mi escritura.

—Tal vez ser un poquito más como Hemingway, que era bien directo.

Sí. Doy clase de escritura creativa y leo textos de escritores sobre el proceso creativo y hablo con amigos escritores, y hay como una coincidencia en eso, de pasar de cierto barroquismo a cierta expresión mucho más efectiva y puntual. El caso de Hemingway sería como un extremo de eso, que tampoco me interesa tanto porque el caso de Hemingway también está vinculado con un idioma como el inglés, que se presta para esas oraciones cortas. El español tiene una riqueza tan grande que en ocasiones sería una pérdida desaprovechar esa ampulosidad del idioma. Pero en líneas generales trato que no se me vaya la mano con las palabras.

—Volviendo al tema de Venezuela, ¿qué recuerdas de los últimos días que viviste ahí?

Yo me fui el 23 de noviembre de 2015. Ese año fue particularmente duro porque ya la escasez de alimentos y de todo era muy fuerte. El nivel de desesperanza, de crisis que invadía todo me hace recordar esos días como algo muy oscuro. Y me fui justo en un momento donde la crisis del hambre se estaba desatando. Yo pude regresar en las vacaciones del año siguiente en 2016 y me tocó ver amigos, familiares, muy delgados. En ese año el venezolano perdió un promedio de 8.9 kg.

—Son cifras de guerra.

Lo que pasa con Venezuela es que son cifras de guerra sin la guerra. La guerra no se ve. Fueron años muy fuertes, muy feos y de mucha desesperanza política.

—El libro menciona que un país políticamente inestable es asfixiante para el ciudadano.

Sí. Desde el punto de vista literario la gente cree que es interesante, que es incluso bueno, pero yo no estoy seguro porque cuando tú tienes un país que parece un polvorín a punto de estallar, no hay un día de tranquilidad. No puedes ordenar tu día como se hace en otros países más o menos estables. Tienes que despertarte y ver si consigues o no comida, tienes que morirte de angustia porque si tienes la mala suerte de que alguien se enferma, es hacer la ronda por todas las farmacias para tratar de conseguir un medicamento. Cuando yo me fui los niveles de violencia en la calle, de atracos, secuestros, asesinatos era brutal. Era una vida bastante limitada. Y yo había sentido de desde unos años antes de irme que eso iba a pasar factura a mi salud, a mi vida, y desde el punto de vista creativo. Yo no podía seguir ahí si quería dedicarme a la escritura.

—En “Venecos” también hablas de Venezuela como un sitio peligroso donde incluso portar algo de lujo, al menos así lo pone el personaje, puede ser el mayor acto de rebeldía. Y pienso en mi país porque acá desde hace muchos años te matan por un celular.

Hay obviamente muchos elementos de la realidad venezolana que son totalmente extensibles al resto de América Latina. Pienso que la famosa unidad latinoamericana, además de que cuando empezamos a hablar de inmediato nos entendemos, es la crisis institucional. Cómo nos hemos acostumbrado a sobrevivir y a aceptar, como parte de la cotidianidad, cosas que en otros países son impensables. Entonces sí, hay muchos elementos venezolanos que pueden ser calcados perfectamente en otro país de América Latina.

—¿Qué cosa puede ofrecer la literatura al lector cuando el país de uno se cae a pedazos? Te pregunto por el caso de Venezuela, pero también porque cada día más peruanos se van del Perú.

Ah, fíjate, no sabía eso, pero leyendo las noticias no me sorprende que esté pasando eso. Lo que puede hacer la literatura es muy poco, yo creo que como escritor uno tiene que plantearse un solo objetivo, que es escribir lo mejor posible, contar la historia lo mejor posible de manera que cuando llegue al papel quede lo más parecido a la idea original. Ahora, la literatura tiene una serie de valores secundarios que no son desdeñables. Desde la distracción; con que un libro te distraiga de tu realidad, así sea una hora, ya hay algo bien hecho ese libro. Pero puede llevar a reconectarte con episodios dolorosos, a reconectarte con el pasado, a entender mejor ciertos episodios. A veces me pasa con algún lector o venezolano que le conmueve particularmente algún cuento [mío] porque eso lo conecta con episodios de su propia vida y se siente escuchado. Eso para mí es maravilloso, pero insisto, son valores agregados de la literatura. A la literatura no hay que pedirle más allá de ser un objeto de arte bien hecho, que parece algo superficial pero creo que eso lo encierra todo.

Rodrigo Blanco Calderón vive en Málaga, España. Antes de eso radicó en Francia, a donde emigró por trabajo desde Venezuela.

Rodrigo Blanco Calderón vive en Málaga, España. Antes de eso radicó en Francia, a donde emigró por trabajo desde Venezuela.

/ ANTONIO MELGAREJO

—Y el ecosistema editorial venezolano, considerando todo lo que pasa en tu país, ¿ha muerto?

Está en estado de coma desde hace muchos años. Ya estando en vida todavía Chávez era muy difícil en conseguir papel para imprimir libros. El control de cambio además hizo que todas las grandes internacionales de la editorial se fueran del país. Las editoriales nacionales, privadas, independientes, resistieron durante algún tiempo y al día de hoy quedan muy pocas, pero lo más dramático se ve en la baja producción de libros en Venezuela que está en sus mínimos históricos y en la cantidad de librerías que han cerrado. Fui a Venezuela hace 2 años y en Caracas quedaban cuatro librerías de todo el sistema anterior, que era impresionante. Es una pérdida tremenda que afecta toda la cadena de producción. Los jóvenes escritores en Venezuela no tienen los espacios que hace 20 años yo sí tuve a niveles de revistas, premios, eventos culturales donde pude empezar a publicar y hacerme un espacio. Los jóvenes escritores en Venezuela no tienen eso. Los pocos espacios que tienen se los tienen que crear ellos mismos y con las uñas. Eso es terrible y si pasa con el libro pasa con todas las áreas de la cultura.

—Hablando sobre la experiencia del migrante, hace unos días hablé con la escritora Paulina Flores, ella es chilena que vive en Barcelona, y me contaba que el migrante puede sentir un poco de culpa, como que tiene que estarse justificando frente a las personas del otro país. ¿Te ha pasado así?

No he sentido culpa, no es ese el sentimiento. De hecho, incluso recién emigrado yo tenía pesadillas en las que me encontraba de nuevo en Caracas. Pero una pesadilla recurrente, como que de repente en el sueño estaba otra vez en Caracas y no podía volver a salir.

—Que tu pesadilla sea volver a tu país habla mucho de la situación.

Sí. Pero hablando con otros amigos y por redes con inmigrantes venezolanos, tenían una pesadilla similar; para que veas el nivel de trauma. Lo que he sentido es mucha rabia hacia la dictadura que me ha alejado de mi familia. Mi tía y mi abuela se murieron y yo no pude ir; no tener el contacto cotidiano o que el hecho de que ir a tu país sea algo que de verdad plantea una serie de problemas, tanto del punto de vista económico, porque es de las cosas más caras del mundo, hasta el punto de vista de la seguridad personal, es de verdad fuerte. Entonces no he sentido eso, aunque entiendo muy bien lo que lo que ella dice porque el que migra de América Latina de alguna manera tiene una especie de sensación de que es un sobreviviente, de que se ha escapado de algo.

—No quería terminar sin preguntarte un poco sobre escritores peruanos. Has hablado de Alfredo Bryce Echenique. ¿Dónde crees que estarías si no hubieses leído sus libros en una etapa tan formativa?

Es una pregunta muy interesante porque me gustaría pensar que de todas formas hubiese sido escritor, pero otro tipo de escritor con otra vida. Sé que la literatura de Bryce Echenique me preparó a una visión para nada solemne de la literatura, que eso para mí es fundamental. Me permitió leer otros autores peruanos que son para mí fundamentales como Vallejo, Ribeyro, incluso el propio Vargas Llosa vino para mí después de Bryce. No sé qué tipo de escritor sería, pero sin duda sería otro escritor. Me da un poquito de vértigo imaginarlo porque, quieras o no, uno le agarra cariño a sus a sus cicatrices y a su historia. Para mí es muy difícil imaginar eso porque además es una educación sentimental.

—Mario Vargas Llosa murió hace unos meses ¿Cómo recibiste la noticia de su muerte?

Estaba en Málaga. Gente relativamente cercana desde hace meses, incluso a lo largo del año antes de que muriera… hubo dos momentos donde me llegaron mensajes, “mira, parece que se va a morir”, que había tenido alguna complicación de salud y estaba muy grave y era como algo que ya se veía venir. Y bueno, los últimos años de Vargas Llosa, viéndolo en actividades culturales, se veía el deterioro, que estaba bastante mermado de salud y todo eso fue como una como una preparación, pero igual, una vez que ya no está es muy raro porque es como una presencia solar. Había estado allí por décadas y, parece un lugar común, pero se cierra toda una época de la literatura peruana, de la literatura latinoamericana, de la literatura en español y también de un concepto de escritor que ya con él ha fallecido, ese escritor comprometido, del escritor que tiene incluso un rol político dentro de la sociedad. Eso con Vargas Llosa, no sé si para siempre, pero ha muerto por ahora.



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