Un tren parte desde Santo Amaro con destino a Salvador de Bahía. No es un tren cualquiera: es el Motriz, la locomotora que durante décadas conectó ambas ciudades y que ahora se convierte en la metáfora —y canción— que Caetano Veloso elige para iniciar su espectáculo junto a su hermana. Así comienza Caetano & Bethânia, el show convertido ahora en un álbum doble de 33 canciones que reconstruyen la gira más íntima, política y musical de la carrera de ambos artistas.
La historia, claro, comienza antes. Caetano tenía cuatro años cuando escogió para su hermana recién nacida el nombre Maria Bethânia, inspirado en una canción. Luego fue él quien la llevó al teatro por primera vez. Fue él quien la escuchó cantar antes que nadie. Y fue él quien la acompañó a Río de Janeiro cuando, con apenas 17 años, fue convocada para reemplazar a Nara Leão en el espectáculo Opinião. “Mi padre me pidió que la cuidara, y siempre lo haré”, recuerda Caetano en entrevista con El Comercio. “Pero ella lo hace sola, desde aquel lo momento lo hizo, fue un éxito inmediato”.

Medio siglo después, los hermanos Veloso regresan al escenario con el espectáculo “Caetano & Bethânia”, un viaje musical cargado de memoria, política y fe. (Foto: Difusión)
Desde entonces, sus trayectorias se entrelazan y se bifurcan. Se cruzan en Doces Bárbaros, se distancian para exploraciones personales, para luego reencontrarse en momentos clave. Esta gira —y ahora este disco— es uno de esos momentos. En el escenario, esa complicidad se evidencia. Está presente cuando alternan las estrofas de “Oração ao tempo”, se intuye en la forma en que se invocan mutuamente en canciones como “Gente” o “Baby”; se celebra cuando flotan entre agogós y piano para rendir homenaje a Mangueira o cuando reviven los sambas de roda del Recôncavo Baiano.
El álbum es, también, una lección de historia. No la de los libros, sino la que se transmite con tambores, rezos y acordes. Desde la explosiva “Alegria, alegria”, que Caetano compuso en 1967 caminando “contra el viento, sin documento”, a puertas de iniciar el Movimiento Tropicalismo, hasta la voz de Maria Bethânia, quien interpreta “Fé”, de Iza, como en aquellos momentos en que cantaba rodeada de compositores como Paulinho Da Viola o Gilberto Gil. Hay lugar para todo: el gospel, el samba-reggae, el maracatú, el pagode y la bossa nova.

Como en otros tiempos
En el corazón del espectáculo está la fe. No como dogma, sino como parte de sus vidas. Se siente en “Milagres do povo”, en “Filhos de Gandhi”, en “A tua presença morena”. El show avanza como una misa, donde los santos bailan y las canciones bendicen a su manera, recordando aquellos tiempos en que la letra escondía sus intenciones durante la dictadura brasileña de 1964. “Y seguimos viviendo tiempos duros. Difíciles. Por eso sigo haciendo canciones que me vengan a la cabeza. El gesto esencial de un artista es ser veraz”, menciona el artista.
También hay homenajes. A Gal Costa, por supuesto, con “Vaca profana” y “Baby”; al poeta Torquato Neto, con “Cajuína”; a Raul Seixas, con “Gita”. Cada elección parece un gesto de cariño, pero también una declaración de aquello que denominan saudade. “Todos los citados son profundamente amados por mi corazón”, menciona Veloso. El clímax llega con “Tudo de novo”, la canción que cerró su espectáculo conjunto en 1978 y que ahora vuelve para recordarnos los tres pilares que sostienen su vida: “mis hijos, mi padre, mi gente”.

Caetano Veloso y Maria Bethânia durante una presentación en los años 70, en plena efervescencia del movimiento tropicalista. Su complicidad artística ya era evidente desde entonces. (Foto: Difusión)
A sus más de ochenta años, Caetano no define su legado. “Intento mejorarlo”, menciona brevemente. Y lo hace. No solo por el repertorio, sino por el gesto: subirse nuevamente al tren, junto a su hermana, y recorrer el país que ayudaron a imaginar. “Mi mirada creativa ahora me dirige”, asegura. Quizá por eso el álbum cierra con “Um Baiana”, una canción que mira hacia adelante, hacia un país más justo, más inclusivo, más esperanzado.
“Adoraría volver a cantar en Perú”, nos confiesa. Y en su voz, como en su música, lo que suena no es nostalgia, sino la certeza de que el movimiento no termina. Que aquel viejo Motriz sigue andando, con un ritmo más pausado, pero siempre vislumbrando un nuevo horizonte.