Cali aprendió a bailar antes que a caminar. En los años 60, mientras la salsa apenas se insinuaba en otros rincones de la región, en Cali ya era parte del día a día. Bocinas reproducían bugalús en cada esquina, los niños imitaban con el cuerpo lo que escuchaban, y las calles se transformaban en pistas de baile. Al caer la noche, tarimas improvisadas surgían en la vía pública, mesas y sillas ocupaban la vereda como parte del mobiliario urbano, y más de 300 locales abrían hasta que el cuerpo dijera basta.
“Ir a Cali es encontrarse con un ecosistema que está interconectado y vive por la salsa desde diferentes ópticas. La radio se enciende mientras los niños juegan, las señoras cocinan y los hombres trabajan, y sin saberlo todos entrenan el oído para luego bailar”, comenta Juan Carvajal, director de la cinta que retrata la salsa caleña, “La salsa vive”.

El instrumento más importante para la salsa caleña es la campana, la cual marca el ritmo del bailador. (Foto: Difusión)
Eso es lo que reconstruye este documental que, entre imágenes de archivo de una Nueva York ya desaparecida y entrevistas con leyendas como Rubén Blades, retrata cómo una ciudad entera fue tomada por el ritmo que llegaba en vinilos escondidos bajo vestidos para animar los días de una población colombiana.
“Cali es un lugar donde todo músico de salsa quiere tocar. Parece estancado en el tiempo, donde los clásicos nunca se van, y donde se aprendió que la salsa puede salvar vidas quitándoles hijos a la violencia”, afirma el director. Pero nada de eso habría sido posible sin un personaje que llegó desde lejos.

La película es un recorrido cinematográfico por las raíces de la salsa en Nueva York, su cuna, y su transformación en Cali, Colombia, donde este género musical se vive como una pasión colectiva que define la identidad de la ciudad. (Foto: Difusión)
Perú es clave
Cuando Alfredo Linares (Lima, 1944) llegó a Cali, lo hizo para una presentación, pero terminó quedándose. Ya lo habían escuchado en Bogotá, pero fue en la capital del Valle donde su piano encontró resonancia. Su sonido, mezcla temprana de lo que se consolidaría como salsa, marcó diferencia en las orquestas locales.
Pronto pasó de ser un invitado a convertirse en arreglista, productor y compositor. Grababa en Lima y regresaba con másters que luego se convertían en himnos. Tiahuanaco, uno de sus temas más celebrados, marcó un antes y un después en el sonido caleño.

Alfredo Linares nació el 27 de enero de 1944 en Barrios Altos. Su padre fue Ángel Mariano Linares Salas, arequipeño que arreglaba pianos y su madre fue Aurora Saucedo Murrugarra, trujillana amante de las artes. (Foto: Difusión)
“En Cali existían locales sin límite de rumba, abiertos 24 horas, con cantantes que entraban y salían, y salseros dispuestos a bailar sin descanso. Eso ya no existe como antes, pero la salsa sigue como forma de vida, una manera de entender su cultura”, añade el artista.
Mientras los barcos descargaban discos caribeños en el puerto de Buenaventura, que abastecía a Cali, en el Callao ocurría algo similar. Pero la diferencia estaba en el entorno. En Lima, la salsa convivía con géneros criollos y tropicales, y encontraba espacio en locales como El Bertoloto. En Cali, en cambio, se instaló como una identidad viva en los barrios, sin competencia ni reservas: lo afrocaribeño era la norma.

¿Qué diferencia al salsero limeño del colombiano? “Todo está en el oído del salsero. Mientras el limeño baila escuchando la clave, el caleño interpreta la campana. Además, el caleño empieza desde la cintura para abajo, con pasos rápidos, y sus rumbas arrancan desde la tarde, no solo en la noche”, explica Linares.
De ese ambiente nacieron o se afincaron agrupaciones como Grupo Niche, La Misma Gente, Grupo Bemtú y Son de Cali. Aunque la ciudad sigue respirando salsa, nuevos sonidos llegan a las calles caleñas —y a los salsódromos peruanos— para darle un nuevo florecimiento a la música afrocaribeña: la timba.