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Te ha pasado que, después de un día largo y agitado, entre el trabajo, las tareas del hogar, los hijos y un sinfín de responsabilidades, solo necesitas un poco de calma. En esos momentos, recurres a la tablet o al celular para que los niños se distraigan con sus dibujos favoritos o jugando. Gracias a ello, logras un ambiente de tranquilidad y todo parece bajo control, hasta que llega la culpa y te preguntas: ¿Estoy haciendo lo correcto?

En plena era digital, esta escena se repite en más de un hogar. Las pantallas — televisores, tablets, computadoras, celulares o incluso relojes inteligentes— se han convertido en una herramienta omnipresente en la crianza. Para muchos padres, representan una solución rápida, accesible y aparentemente inofensiva. Pero también traen dudas cada vez más frecuentes sobre su impacto en la infancia, sobre todo, en los primeros años de vida, cuando el cerebro de un niño está en plena formación.

Organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Academia Americana de Pediatría ya han encendido las alertas. Las recomendaciones oficiales insisten en limitar o incluso evitar por completo el uso de pantallas en menores de 2 años, y regularlo cuidadosamente en preescolares. ¿La razón? Como explicó Karin Domínguez Ayesta, psicóloga y subgerenta del Modo USIL de la Universidad San Ignacio de Loyola a Hogar y Familia, la infancia es un período especialmente sensible en el que no solo se forman millones de conexiones entre las neuronas —base de todo aprendizaje, comportamiento y emoción—, sino que estas se moldean a partir de las experiencias que vive el niño.

Por ello, Madeli Santos, psicóloga clínica y neuropsicóloga educativa con mentoría en crianza consciente, destacó que durante esta etapa, los menores necesitan estar expuestos a estímulos concretos, reales, multisensoriales y principalmente relacionales para desarrollarse de forma saludable: juego libre, contacto físico, exploración del entorno y vínculos afectivos.

De lo contrario, como advirtió la psicoterapeuta Liliana Tuñoque, de Clínica Internacional, el uso temprano de pantallas puede llevar a un niño o adolescente a problemas de socialización. “Un estudio de la Universidad de Michigan encontró que el uso excesivo de estos dispositivos puede contribuir a sentimientos de soledad y depresión en los adolescentes, ya que pueden llegar a sustituir interacciones reales por las digitales”.

Sin duda, todo esto plantea una duda central para muchas familias: ¿es mejor evitar por completo las pantallas en la infancia o permitir su uso con acompañamiento y supervisión activa?

¿Cómo afectan las pantallas al desarrollo cerebral en los primeros años?

Durante los primeros seis años de vida, el cerebro está configurando las bases de todas las funciones ejecutivas: la atención, la memoria de trabajo, el autocontrol, el lenguaje, y especialmente la regulación emocional y la empatía, aseguró Santos. Sin embargo, el uso de pantallas puede interferir con este desarrollo.

De acuerdo con el doctor Noah Schwart, pediatra de Cleveland Clinic, la exposición temprana a los aparatos tecnológicos puede limitar la exploración activa y el aprendizaje motor-cognitivo. Además, su uso a los 24 meses se relaciona con mayor retraso en el desarrollo del lenguaje y la resolución de problemas a los 36 y 60 meses.

El verdadero acompañamiento implica elegir contenidos adecuados, ver juntos, hablar sobre lo que se ve y conectar lo digital con la vida real.

El verdadero acompañamiento implica elegir contenidos adecuados, ver juntos, hablar sobre lo que se ve y conectar lo digital con la vida real.

También reduce las oportunidades de interacción real, lo que priva a los niños del contacto con expresiones emocionales y señales no verbales, claves para desarrollar la inteligencia emocional, la empatía y las habilidades sociales.

En esa misma línea, la psicoterapeuta afirmó que cuanto más tiempo pasan los niños frente a una pantalla, menos desarrollan habilidades como la autorregulación emocional. “Este uso está asociado con una mayor irritabilidad y baja tolerancia a la frustración. Un ejemplo común, es cuando un niño se molesta al dejar la pantalla, se aburre sin estímulos intensos o no tolera esperar su turno. No es que haya algo “malo” en él, sino que necesita más experiencias reales que le permita desarrollar habilidades clave como la paciencia, la empatía y el autocontrol”, sostuvo Domínguez.

¿Pueden las pantallas aportar algo positivo al desarrollo infantil?

Las pantallas pueden brindar ciertos beneficios al desarrollo infantil, pero solo si se usan con criterio y bajo condiciones específicas. Como mencionó la experta de la Universidad San Ignacio de Loyola, algunos contenidos digitales diseñados para niños pequeños —como cuentos interactivos, canciones infantiles o juegos tranquilos que enseñan rutinas— pueden complementar el aprendizaje y estimular el lenguaje.

“Lo esencial es que el niño no esté solo frente a la pantalla: el adulto debe conversar sobre lo que se ve, relacionarlo con la vida real y guiar la experiencia para que no sea pasiva ni superficial”.

Por su parte, la neuropsicóloga educativa señaló que ciertos contenidos pueden fomentar la creatividad, la empatía o la resolución de problemas simples, pero deben estar pensados para la edad del niño, tener ritmos pausados, lenguaje claro y estar libres de publicidad o estímulos excesivos. No obstante, la pantalla, no debe reemplazar la interacción, sino ser un medio para compartir momentos significativos.

“Por ejemplo, algunos programas como Daniel Tigre o El mundo de Elinor pueden ayudar a trabajar emociones, rutinas y habilidades sociales. Sin embargo, su verdadero valor aparece solo cuando un adulto está presente para explicar y reforzar lo aprendido”, recalcó Liliana Tuñoque.

¿Qué implica una supervisión efectiva?

Una supervisión efectiva va mucho más allá de simplemente estar presente mientras el niño usa una pantalla. Implica un acompañamiento activo y emocional, donde el adulto no solo observa, sino que participa, guía y conversa. Según Karin Domínguez, se trata de elegir contenidos con criterio, mirar juntos, hablar sobre lo que se ve, hacer preguntas y conectar lo digital con lo que viven día a día los niños. Este tipo de involucramiento permite que el uso de pantallas se convierta en una experiencia enriquecedora y no aislante.

Pero no basta con estar físicamente presentes; también hay que estar disponibles emocionalmente, atentos a las reacciones del niño y listos para contenerlo si algo lo incomoda o sobreestimula. “Cuando el adulto se involucra de forma cercana, el uso de pantallas puede transformarse en una oportunidad para fortalecer el vínculo afectivo, estimular la curiosidad, desarrollar pensamiento crítico y ayudar al niño a regular sus emociones y tiempos. En otras palabras, el acompañamiento hace que la tecnología sume, en lugar de restar al desarrollo del menor”, enfatizó la especialista.

Evitar pantallas en los primeros años no es una exageración, sino una forma de priorizar el desarrollo emocional y cognitivo.

Evitar pantallas en los primeros años no es una exageración, sino una forma de priorizar el desarrollo emocional y cognitivo.

Un ejemplo concreto de cómo aplicar la co-visualización es aprovechar lo que aparece en pantalla para generar una conversación. Si, por ejemplo, están viendo un dibujo en el que un personaje ayuda a un amigo, se le puede preguntar al niño: “¿Alguna vez has ayudado a un amigo así? ¿Cómo te sentiste?”. Este tipo de acompañamiento no solo enriquece la experiencia, sino que también fomenta la reflexión y fortalece el desarrollo de valores.

¿Cuál es el tiempo límite de exposición?

Aunque las pantallas forman parte de la vida cotidiana, cuando se trata de niños pequeños, el tiempo de exposición debe ser cuidadosamente regulado, incluso si hay un adulto presente. Según la psicóloga Madeli Santos, las recomendaciones de la Academia Americana de Pediatría ofrecen una guía clara por rangos de edad:

  • De 0 a 2 años: Lo ideal es evitar completamente el uso de pantallas, salvo en casos como videollamadas con familiares.
  • De 2 a 5 años: El límite sugerido es una hora diaria como máximo, siempre con supervisión activa que permita interpretar y guiar lo que el niño está viendo.
  • Desde los 6 años: Se pueden establecer límites más personalizados según la madurez del niño, pero siempre manteniendo el equilibrio con otras formas de juego, interacción social y descanso.

“Si bien estas sugerencias no son rígidas, sí deben tomarse como puntos de referencia esenciales para proteger el desarrollo cerebral infantil. Esto es especialmente importante entre los 0 y 3 años, una etapa crítica donde se forman la regulación emocional, el apego seguro y las funciones ejecutivas. En este período, la exposición excesiva a pantallas —sin suficiente presencia afectiva ni experiencias reales— puede dejar huellas duraderas”, expresó la especialista en crianza consciente.

Por otro lado, desde el punto de vista oftalmológico, la doctora Valentina Gracia, oftalmóloga de la Clínica OftalmoMedic recomendó limitar cada sesión frente a una pantalla a no más de 20 o 30 minutos, haciendo pausas visuales frecuentes, cuidando la distancia (mínimo 30 cm) y garantizando una iluminación adecuada. También sugirió realizar chequeos anuales para detectar posibles problemas de visión relacionados con el uso temprano de dispositivos.

¿Cómo saber si el uso de pantallas está afectando a tu hijo?

¿Tu hijo está irritable, le cuesta dormir o ya no le interesa jugar sin pantallas? Podría ser una señal de alerta. Según el doctor Noah Schwart, el uso excesivo de dispositivos puede afectar el sueño, generar fatiga ocular, dolores de cabeza y reducir la actividad física. También es común notar una falta de concentración, cambios de humor o desinterés por todo lo que no sea digital.

Otras señales claras: berrinches intensos al apagar la pantalla, aislamiento, retrasos en el lenguaje, problemas de atención y menos interés por el juego real o el contacto social. “Estas señales indican que el uso ya está interfiriendo en el desarrollo natural. Por eso, estar atentos a estas conductas puede ayudarte a actuar a tiempo”, advirtió Santos.

¿La postura de “cero pantallas” es radical o razonable?

Plantear una postura de “cero pantallas” en los primeros años puede parecer, a simple vista, una medida extrema en un mundo donde lo digital está en todas partes. Sin embargo, cuando observamos lo que está en juego durante esta etapa del desarrollo, la idea deja de sonar radical y comienza a verse como una elección racional y protectora.

De acuerdo con el pediatra, el cerebro de los menores de dos años está en una fase de intensa plasticidad y depende, fundamentalmente, del contacto humano real para desarrollarse. Las pantallas, en cambio, ofrecen una estimulación pasiva que no favorece la creación de estas redes neuronales esenciales.

Madeli Santos, por su parte, reforzó esta idea desde la psicología del desarrollo: la construcción del “yo” y la autoestima no surge frente a una pantalla, sino en la mirada, la voz y la validación emocional directa de un adulto presente.

Reemplazar las pantallas no deja un vacío, sino que abre espacio a experiencias más enriquecedoras: arte, juego simbólico, cuentos, naturaleza y cocina en familia.

Reemplazar las pantallas no deja un vacío, sino que abre espacio a experiencias más enriquecedoras: arte, juego simbólico, cuentos, naturaleza y cocina en familia.

Sin embargo, como refirió la psicóloga, en la práctica, adoptar una política de “cero pantallas”, puede ser un desafío para muchas familias. Por eso, recomendó adoptar un enfoque más consciente y realista: no se trata de prohibir por prohibir, sino de elegir con intención el “cuándo, cómo y para qué”, ya que lo esencial es que las familias se sientan empoderadas para tomar decisiones informadas.

¿Qué pueden hacer los niños en lugar de las pantallas?

Reducir o eliminar el uso de pantallas en casa suele ir acompañado de otra gran pregunta: ¿con qué puedo reemplazarlas? Lejos de ser un vacío difícil de llenar, este cambio abre la puerta a experiencias mucho más ricas para el desarrollo del niño:

  • 0 a 2 años: Juego sensorial (con agua, arena, telas, texturas), música suave, juegos de imitación, cuentos cantados, interacción cara a cara, exploración del entorno físico y emocional a través del vínculo seguro.
  • 2 a 4 años: Juego simbólico (cocina, médicos, construcción de casas), manualidades con materiales naturales, dramatización de cuentos, juegos con movimiento (correr, trepar, bailar), tareas del hogar adaptadas como regar plantas o guardar ropa.
  • 4 a 6 años: Actividades artísticas (pintura libre, arcilla, instrumentos musicales), juegos de construcción más complejos, jardinería, juegos de mesa cooperativos, teatros caseros, lecturas compartidas y preguntas filosóficas simples.
  • 7 a 13 años:
  • Proyectos personales: Construir una maqueta, crear un cómic, inventar una historia, aprender magia, grabar un audiolibro.
  • Tareas de la vida práctica: Cocinar en familia, llevar un huerto, hacer manualidades más elaboradas como costura o carpintería.
  • Actividades cognitivas: Lectura libre, escritura creativa, rompecabezas, ajedrez, experimentos científicos caseros, juegos matemáticos lúdicos.
  • Juego social: Juegos de mesa complejos, deportes en equipo, salidas a la naturaleza con amigos.
  • Autoconocimiento: Diarios emocionales, yoga infantil, prácticas de meditación guiada o mindfulness adaptado.
  • Espacios de expresión emocional: Club de lectura en familia, debates respetuosos, juegos de roles para ensayar resolución de conflictos.

“En este rango de edad, muchos niños ya pueden participar activamente en decisiones familiares, por lo que invitarlos a cocrear las rutinas sin pantallas es una estrategia poderosa. Aumentar su sentido de pertenencia y responsabilidad los conecta más con el entorno que con el dispositivo”, aseguró Santos.

¿Y si ya usamos pantallas, cómo lograr un uso saludable?

Si ya se usan pantallas en casa, no se trata de eliminarlas de golpe, sino de establecer un uso más consciente y saludable. Según la psicoterapeuta Liliana Tuñoque, el primer paso es poner límites claros y consistentes, pero sin entrar en conflicto. Una estrategia útil es anticipar: por ejemplo, decirles “vas a ver tu programa por 20 minutos y luego jugamos con los bloques”, y acompañarlo con una alarma para que visualicen cuándo termina el tiempo.

También es clave ofrecer alternativas atractivas: “cuando acabe el video, tú eliges si pintamos o leemos un cuento”. Esto les da la sensación de control y evita que sientan que se están perdiendo de algo.

“Para gestionar una transición gradual hacia un uso más saludable o una reducción, se puede ir bajando poco a poco el tiempo de uso. Por ejemplo, si antes veían dos horas, pasar a una y media, luego a una, luego a 30 minutos y así pogresivamente. También ayuda mucho tener horarios claros y crear rutinas sin pantallas: cuentos antes de dormir, juegos en la tarde, actividades al aire libre el fin de semana”, recomendó Tuñoque.

Asimismo, Noah Schwart sugirió crear zonas y horarios libres de pantallas, como durante las comidas o antes de dormir. También implementar retiros digitales, apagando todos los dispositivos en momentos específicos para mejorar el sueño, el estado de ánimo y fortalecer los vínculos familiares.

Es importante recordar que los padres desempeñan un papel fundamental en el desarrollo de los hábitos de sus hijos. Según Santos “el ejemplo es más poderoso que cualquier norma. Cuando los niños ven a sus padres interactuar más con sus teléfonos que con ellos, entienden que esa es la forma normal de relacionarse. Modelar el equilibrio digital es esencial: dejar el móvil durante las comidas, no usarlo mientras juegan con ellos y establecer zonas libres de pantallas son prácticas poderosas”.

¿Es posible lograr un equilibrio entre ambos enfoques?

Sí, y los especialistas explicaron por qué:

  • Todo empieza con la conciencia: No se trata de ser padres perfectos, sino presentes. Estar atentos a las necesidades reales de los niños es el primer paso.
  • Las pantallas no son enemigas, pero tampoco pueden reemplazar lo esencial: Contacto visual, escucha activa, juego compartido y vínculo emocional.
  • Decisiones con intención marcan la diferencia: Cada elección tomada desde el amor y con propósito tiene un impacto profundo en el desarrollo infantil.
  • Sin culpas, con cambios pequeños: Es natural recurrir a la pantalla por cansancio o rutina. Lo importante es reconocerlo sin culpa y buscar ajustes graduales en el día a día.
  • Uso responsable, no prohibición total: El equilibrio no significa eliminar pantallas, sino usarlas con criterio: contenido adecuado, tiempos breves y supervisión activa.
  • Priorizar lo real: El juego libre, el descanso, las conversaciones y el movimiento deben ocupar el centro. Las pantallas pueden ser un complemento, no el eje.
  • Reglas claras, presencia constante: Establecer límites coherentes y acompañar a los niños en su experiencia digital fortalece el vínculo y su desarrollo emocional.



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