La primera canción de Lenin fue pensada para ser la última. No como un acto dramático, sino como una manera de decidir el rumbo de su carrera. Desde “¿Imaynata?», su trabajo siguió la misma lógica: hacer cada concierto, coreografía y canción como si no hubiera otra después. En ese camino no solo creó un nuevo género —el Q’Pop—, sino que lo hizo con la convicción de que nada está garantizado, y de que, a veces, el aplauso llega cuando uno ya se ha ido.
Hoy, Lenin Tamayo es mucho más que el rostro de un movimiento musical. Tras agotar entradas en Corea, India, Tailandia y Vietnam, debutar en la televisión asiática, firmar con HYBE —el sello coreano detrás de BTS— y ser destacado por medios como Time y Rolling Stone, se perfila como un fenómeno global que planea su próximo movimiento.

Lenin Tamayo, de 24 años, es una de las voces emergentes más innovadoras de la escena peruana con un movimiento musical que resalta su herencia quechua y su gusto por el kpop.| Foto: Difusión
—¿Te ha dado tiempo de procesar todo lo que ha venido ocurriendo?
Mi vida se hizo más intensa estas semanas. Se anunciaron muchas cosas, se revelaron otras. Esto lo he ido pensando lentamente y veo que hay cada vez más trabajo por hacer con este proyecto. Aunque tomo conciencia de eso, por mi parte aún siento que podría hacer más cosas.
—¿Esa necesidad constante de exigirte más viene del síndrome del impostor?
Es algo que me pasa desde el inicio. La mayor parte de mis días estos años fue estar en el estudio, grabar videoclips, tiktoks y estar en entrevistas. No me he sentado a “disfrutar” el reconocimiento. Cada vez que salen noticias me cuestiono si soy yo, me cuesta pensar que a la gente le gusta mi música o si tan siquiera alguien la escucha. Eso de ver a la gente corear mis temas y que me saluden por la calle son cosas que aún no asimilo. Soy una persona muy tímida y no busqué ser famoso. He estado procesando esto y ya estoy empezando a creérmela.
—¿Esa exigencia te ha dejado espacio para tener una vida fuera del arte?
No existe una separación entre mi yo artista y mi yo humano. Mi vida es ser artista, no tengo una vida personal desde hace tres años. Si me preguntan qué hago después de esto, es probablemente escribir una letra, ir al gimnasio y hacer coreografías. Toda mi vida se resume a eso, pero está bien porque creo que es el momento perfecto para hacerlo. Luego tal vez ya no tenga la fortaleza de dejar todo atrás para centrarme en algo.
—¿Crees que eso hace que, desde fuera, todo parezca haber pasado muy rápido?
Me enfoqué en buscar mi propia vitrina y mi propio espacio. Suelo ignorar el resto del ruido. Siempre pienso en avanzar, trabajar y seguir haciendo música. Hacer que mi visión creativa se vuelva realidad. Estuve pensando siempre en eso y, sin darme cuenta, era visible desde fuera, y aun así no me era suficiente mi propio trabajo. Tal vez por eso pueda parecer rápido mi ascenso, algo que choca con mi realidad peruana en la que todo parece ir lento.
—Esa realidad también suele hacer gala de que nadie es profeta en su propia tierra
Sabía que iba a pasar. En redes sociales es una cosa distinta, porque aquí tengo mucho apoyo. Si hablamos de la industria musical, no es casualidad que pocos artistas tengan la posibilidad de internacionalizarse, tampoco que la cumbia pueda salir, o que no se dé espacio al peruano afuera. Hay muchas razones para que ocurra eso, pero una constante: como sociedad aún no aceptamos que somos lo suficientemente buenos. Siempre nos minimizamos, nos sentimos inferiores…
—¿Crees que por eso algunos artistas recurren a la parodia, como diciendo: “No puedo fallar porque lo hice bromeando”?
No los culpo, es un mecanismo de defensa frente a la falta de seguridad. Para mí, la música en quechua es algo que atraviesa miles de años y pertenece a varias culturas. Yo no lo puedo ver como un juego, sino como una responsabilidad. Siempre me enfoqué en buscar mi propio espacio, entonces no le hago caso cuando se intenta llevar lo mío hacia ese lado.
—¿En algún momento sentiste que quisieron encasillarte como una parodia?
Querían que fuera un personaje pintoresco de la televisión que cantaba en quechua: “El BTS peruano”. Irónicamente, las cosas irían por ese lado, pero de forma seria. Yo inicié haciendo un cover en 2022 y me funcionó. Si hubiera querido replicar esa fórmula o ser un personaje de humor, hubiera hecho mi carrera así. Pero al recordar la seriedad con la que mi madre hizo su carrera, yo no podía hacer menos que eso. Tenía que haber una continuidad. Para no volverme eso que jamás quise ser, saqué mi primera canción.
—Luego de los años, ahora “¿Imaynata?” suena más como una declaración de intenciones
Esa canción fue mi inicio y también mi carta de despedida. Era mi forma de decir: “Lo hago así o aquí se acaba”. No quería seguir los pasos del sistema peruano que te encasilla en algo: “¿Eres andino o no lo eres?”. Quería que la gente se preguntara por qué tenía esa ropa, por qué bailaba así, por qué me veía así y lo que decía. Era mi forma de abrir el discurso de qué hace que algo sea “nuestro”. Entender eso es entendernos.
—Con ese tema también vinieron las primeras críticas…
Yo había visto en un incipiente Facebook cómo escribían mal sobre el trabajo de mi madre, y aprendí desde niño que siempre habrá odio. El odio nunca cambia, solo se enfoca en otra persona y cambia por la red social de moda. No me centro en cambiar su forma de pensar, sino que a través de mi trabajo se cuestionen sobre sus ideas. Si tan solo uno de ellos lo hace, eso ya es ganancia.
—Entonces, ¿por qué no enfocarte en el mercado nacional?
Agradezco mucho la difusión a mi trabajo que me dan aquí y las personas que me brindan su apoyo todos los días. No me olvido de ellos, pero nunca fue mi enfoque realmente. Luego de la gira en Asia, quise volver al Perú con un concierto para tener ese arraigo con mis propios compatriotas, lo cual es una forma de construir industria musical.
—¿Cómo surgió la idea de dar conciertos tras tu regreso?
Desde antes de Asia me enfoqué completamente en lo internacional. Mi madre pensaba ya en el regreso, en cómo presentarme en mi propio país. Ella fue tocando puerta en puerta. La escuchaban por compromiso. Al salir en la revista Time y anunciarse oficialmente la gira en Asia, volvimos a intentar programar un concierto en Perú. Fuimos a tocar la puerta del Gran Teatro Nacional, espacio que nunca respondió una solicitud de mi madre como cantante. Solo sentimos indiferencia y rechazo. Y por orgullo pensé: “Ya no quiero dar un concierto en Perú”.
—El primer intento fue en marzo, pero se canceló. ¿Qué pasó en el Gran Teatro Nacional?
Desde enero estuvimos preparando el show. El primer concierto de marzo coincidió con el reciente asesinato del vocalista de Armonía 10 [Paul Flores]. Tuvimos una reunión de emergencia con el Teatro para posponer el concierto. Pudimos posponer el concierto para otra fecha, pero también quería explicar al público por qué no daría el concierto, además de que no era apropiado hacerlo en ese contexto, de que formaría parte de la marcha como artista. Grabamos el video que nos tomó casi dos horas. Luego nos dijeron que lo borráramos, yo quise hacerlo, intentamos cambiar las tomas, algunas cosas.
—Pero el video finalmente se mantuvo en redes. ¿Qué sucedió?
Todo estalló cuando queríamos ver la forma de cambiar el video, pero sin cambiar lo dicho porque era un momento sensible, y queríamos ser coherentes con nuestra propuesta. Nos dijeron que estaban enfadados, que llegó a oídos del PCM, que hay ministros molestos y que estaba incomodando. Fue ahí cuando dejé el video intacto. Me molesté porque ellos me estaban recriminando por los comentarios que demostraban el sentir de la gente. Atribuyéndome esa responsabilidad.
—Y en junio, cambiaste de locación al Circuito Mágico del Agua ¿Cómo fue ese último intento?
La comunicación ya estaba fragmentada, hablábamos lo mínimo con el Teatro, y una semana antes del concierto del domingo tuvimos una “reunión técnica”, algo que se entiende como ver sonido, luces, aspectos detrás, pero nos pasaron a un despacho donde se hablaron temas cada vez más tensos que iniciaron con un: “Estaban desaparecidos, ¿cómo andan?”. Luego tomé conciencia de cómo se fue gestando esto, desde marzo. Sumado al tono sarcástico, me enojé y en un acto impulsivo, pero también de honor y dignidad, cancelé el concierto. No me arrepiento de nada.
—¿Qué balance te deja finalmente todo lo vivido?
Lo veo como una gran enseñanza y me deja la impresión de cómo se gesta la cultura aquí. Son golpes de realidad, pero es parte de mi país. Debo entenderlo para saber hacia dónde voy. Aquí la cultura está enfocada en quién vende más, quién tiene más fechas, en los números y quién tiene más seguidores. Según ese balance no se puede medir la cultura. Yo perdí más de 15 mil soles con ese concierto. Pequé de ingenuo. Puedo desconfiar de cualquier espacio privado, es lo natural, pero de los espacios públicos no lo esperaba. Se siente como ser huérfano en tu propio país.
—¿Qué sigue para ti ahora?
Estoy yendo a Colombia a grabar nuevas canciones, en México también se gestan más cosas. Hay un plan internacional mayor ahora con Hybe que, en teoría, difundirá mi trabajo de forma masiva, con todo lo que implica eso. Habrá una etapa de transición, vemos fechas en el interior del país. Ya no tengo tantas dudas de mi propuesta. Voy a seguir trabajando, aún sintiéndome como alguien ajeno, pero sin pretensión de no encontrarme. Por eso el quechua se va a mantener, y aunque las cosas se pongan complicadas, jamás dejaré de amar mi país.