“Mi hija se derrumba si algo no le sale a la primera”, “Mi hijo no soporta perder, ni siquiera en un videojuego”, “Mis hijos no toleran que les digan que no” Casos como estos hacen que cada vez más padres se enfrenten al dilema de: ¿Estoy criando un niño demasiado sensible para el mundo real?
En medio de la crianza moderna, muchos adultos observan con preocupación cómo sus hijos reaccionan con intensidad ante la frustración, la crítica o el error, manifestando así una alta sensibilidad emocional y una necesidad constante de contención. En este contexto, ha cobrado fuerza el término “generación de cristal”, una expresión popular que intenta ponerle nombre a una aparente fragilidad en niños y adolescentes. Pero, ¿qué hay realmente detrás de esta expresión?
¿Una generación frágil o una más consciente emocionalmente?
Para muchos especialistas en salud mental, el término “generación de cristal” puede ser más dañino que útil. Según explicó Liliana Tuñoque, psicoterapeuta de Clínica Internacional a Hogar y Familia, aunque este término se ha vuelto común para describir a los jóvenes que parecen tener menos tolerancia a la crítica o al estrés, emplearla puede hacer que no se reconozcan las emociones y dificultades reales que están viviendo. Y es que muchas veces, detrás de una reacción intensa hay procesos emocionales que necesitan ser comprendidos y acompañados, no juzgados ni minimizados.
Por su parte, Madeli Santos, psicóloga clínica y neuropsicóloga educativa con mentoría en crianza consciente va un paso más allá y advirtió que, este concepto ni siquiera tiene base científica. “Es una etiqueta social, despectiva y estigmatizante, que invalida las manifestaciones emocionales legítimas de niños y adolescentes”, afirmó. Para ella, lo que algunos ven como fragilidad, en realidad podría ser un avance en la conciencia emocional, una generación que sabe ponerle nombre a lo que siente y busca relaciones más humanas y auténticas. El problema no está en que sientan, sino que vivimos en una cultura que todavía castiga la expresión emocional y exige dureza constante.
Desde otra mirada, la psicóloga Antonella Galli, de la Clínica Ricardo Palma añadió que este fenómeno también está muy relacionado con el contexto en el que los niños están siendo criados. “Muchos padres quieren evitar que sus hijos pasen por lo mismo que ellos vivieron, y terminan sobreprotegiéndolos. Y en ese intento por evitarles el sufrimiento, sin querer, les quitan herramientas para enfrentarlo, y eso puede volverlos más vulnerables ante la frustración”.
Entonces, más que cuestionarnos si estamos criando a una “generación de cristal”, quizás deberíamos enfocarnos en: ¿cómo acompañamos a nuestros hijos para que aprendan a tolerar la frustración sin apagar su sensibilidad?

Evitar que los niños enfrenten dificultades impide que desarrollen tolerancia, perseverancia y autorregulación.
¿Por qué parecen menos preparados para la tolerar la frustración?
De acuerdo con la psicóloga Santos, la alta sensibilidad emocional no es un problema en sí mismo, sino una característica neuropsicológica presente desde el nacimiento en un porcentaje de la población. Sin embargo, lo que realmente puede generar una baja tolerancia a la frustración son los estilos de crianza que evitan que los niños se equivoquen, se aburran o tengan que esperar. Cuando se les priva de estas experiencias cotidianas, también se les impide desarrollar herramientas clave como la paciencia, la perseverancia y la regulación emocional.
Otro factor clave es la sobreprotección parental. “Cuando evitamos que pasen por pequeñas dificultades, sin querer les estamos impidiendo aprender a manejar esos momentos difíciles”, aseguró la psicoterapeuta. Esta actitud limita el desarrollo de la autonomía emocional, la toma de decisiones y la capacidad de afrontar problemas por sí mismos.
Además, vivimos en un mundo dominado por la tecnología y la inmediatez, donde los niños están acostumbrados a respuestas rápidas y recompensas instantáneas. Aunque esto les da más acceso a información y a ciertos estímulos, también reduce las oportunidades para entrenar la tolerancia, la espera, el esfuerzo y la resiliencia.
En esta misma línea, Marita Ramos, médico ocupacional de MAPFRE resaltó el rol del entorno adulto como modelos emocionales. Cuando padres y maestros evitan que los niños enfrenten retos por miedo a que se frustren, les impiden entrenar su tolerancia al error y su manejo emocional. Incluso el sistema educativo puede contribuir a esta fragilidad cuando enfatiza los resultados por encima de los procesos, reforzando el miedo al fracaso y debilitando la confianza interna del niño.
¿Cuáles son las señales de una baja tolerancia a la frustración?
Las dificultades para manejar la frustración pueden expresarse de distintas formas a lo largo del crecimiento, pero comparten algunos rasgos comunes: reflejan la incapacidad del niño o adolescente para adaptarse a situaciones que no salen como se espera, tolerar los errores o aceptar límites.
Según Tuñoque, un ejemplo claro de ello, es cuando un niño intenta armar un rompecabezas y, al no conseguirlo, reacciona diciendo “no sirvo para nada” y lanza las piezas al suelo. Otro caso común es cuando un menor pierde en un juego de mesa y reacciona con gritos o culpando a los demás. Esto, según Madeli Santos, muestra una dificultad para aceptar la derrota o el error como algo transitorio y natural.
Estos comportamientos no son aislados ni pasajeros. Existen señales concretas que pueden variar con la edad:
- Primera infancia (2 a 6 años): Se observa principalmente a través de rabietas intensas, llanto excesivo o enojo ante límites o contratiempos cotidianos. También pueden mostrar resistencia a esperar turnos o adaptarse a pequeños cambios.
- Niñez media (7 a 11 años): Evitación de actividades nuevas por miedo al error, abandono rápido de tareas difíciles o una hipersensibilidad ante críticas o correcciones. En esta etapa, también es común notar una búsqueda constante de aprobación externa, que indica inseguridad frente a la posibilidad de equivocarse.
- Adolescencia: La baja tolerancia a la frustración puede manifestarse en forma de autoexigencia extrema, baja autoestima, ansiedad social o reacciones impulsivas ante el fracaso o el rechazo. Algunos adolescentes tienden al aislamiento, mientras que otros responden con irritabilidad desmedida frente a situaciones que perciben como injustas o difíciles de controlar.

Rabietas intensas, miedo a equivocarse o abandono de tareas difíciles pueden indicar baja tolerancia a la frustración.
¿Qué riesgos emocionales o conductuales genera una baja tolerancia a la frustración?
No enseñarle a los niños y adolescentes a tolerar la frustración puede tener una serie de consecuencias que se arrastran hasta la vida adulta. Como destacó Antonella Galli, cuando no se desarrolla esta capacidad desde la infancia, es común que aparezcan conductas impulsivas, como la ludopatía o el abuso de sustancias, debido a la dificultad para posponer gratificaciones o decir que no.
Liliana Tuñoque añadió que estos niños tienden a desarrollar baja autoestima, ansiedad, dependencia emocional, dificultades para relacionarse con los demás o asumir responsabilidades. En la adultez, pueden tener problemas para aceptar críticas, trabajar en equipo o resolver conflictos, además de evitar retos o abandonar proyectos cuando no obtienen resultados inmediatos, lo que limita su crecimiento personal y profesional.
“La falta de tolerancia a la frustración puede generar inseguridad crónica, comportamientos evitativos o agresivos, necesidad constante de aprobación y vínculos inestables marcados por la urgencia de satisfacción emocional. Además, estas personas suelen sentirse devastadas ante las críticas y carecen de perseverancia frente a los desafíos. Esto no solo afecta su bienestar emocional, sino también su desempeño en el ámbito laboral, afectivo y existencial”, advirtió la experta en crianza consciente.
¿Cómo fortalecerlos sin endurecerlos emocionalmente?
Fortalecer a un niño no implica forzarlo a “aguantar”, sino ayudarle a vivir y procesar la frustración sin derrumbarse emocionalmente.
Acompañar con una presencia amorosa
Para Santos la clave está en permitir que el niño sienta, sin resolverle todo. Esto no significa dejarlo solo frente al malestar, sino estar disponibles emocionalmente mientras atraviesa la frustración. El adulto debe ofrecer su compañía sin invalidar la emoción. Frases como “Estoy aquí contigo”, “Vamos a respirar juntos un momento” o “Esto es difícil, y está bien que te sientas así” ayudan a que el niño se sienta contenido.
“Acompañar no es intervenir, sino estar presentes mientras ellos encuentran sus propias respuestas. Por ejemplo, si un niño no puede armar un juguete, en vez de hacerlo por él, se puede decir: “Veo que estás frustrado, ¿qué otra forma podrías intentar? Estoy aquí para ayudarte si lo necesitas”. Así, le damos la oportunidad de esforzarse y desarrollar confianza en sus capacidades”, sostuvo la psicoterapeuta.
Validar las emociones
Uno de los errores más comunes al enseñar la tolerancia a la frustración es invalidar lo que el niño siente, ya sea minimizando su malestar con frases como “no es para tanto” o burlándose con expresiones como “¿otra vez llorando por eso?”. Estas respuestas no solo dificultan que el niño aprenda a gestionar sus emociones, sino que también pueden hacer que las reprima o se avergüence de sentir.

Ayudar a un niño a tolerar la frustración no implica hacerlo insensible. Significa validar lo que siente, enseñarle desde el error y ser un ejemplo de calma, resiliencia y respeto.
Por ello, es fundamental comprender que el cerebro infantil no puede aprender ni razonar cuando está en crisis emocional. En esos momentos, lo más importante es acompañar y validar lo que el niño está sintiendo. Frases como “Sé que esto no salió como querías, entiendo que te frustre” permiten que el niño se sienta seguro y acompañado, facilitando que pueda integrar su experiencia emocional sin temor ni bloqueo. Solo cuando se siente comprendido, es capaz de calmarse y comenzar a recuperar el control.
Establecer límites desde el afecto
Los límites no son opuestos al amor, sino una forma de proteger y guiar. Tanto Santos como Tuñoque coincidieron en que los límites deben ser claros, coherentes y constantes, pero siempre explicados con respeto. No se trata de castigar ni avergonzar, sino de contener. Frases como “Sé que estás molesto, pero no puedes gritar ni pegar” o “Puedes estar triste, pero no vamos a romper las cosas” ayudan a sostener el límite sin dañar el vínculo.
Enseñar desde el error
Para la neuropsicóloga educativa, el error es una gran oportunidad de aprendizaje; sin embargo, es importante evitar la crítica destructiva y en su lugar, ayudar al niño a reflexionar con preguntas como: “¿Qué aprendiste de esto?”, “¿Qué podrías hacer distinto la próxima vez?” o “¿Cómo podemos reparar esto juntos?”.
Ser ejemplo emocional
Los niños aprenden más de lo que ven que de lo que se les dice. El cerebro infantil es imitativo y relacional, ya que las neuronas espejo hacen que los niños reproduzcan lo que observan en sus figuras de apego. Si ven que un adulto se frustra, respira y dice “Voy a intentarlo otra vez”, ellos aprenderán a hacer lo mismo. Modelar la calma y el respeto por uno mismo es una de las herramientas más poderosas para enseñar tolerancia a la frustración.
Fomentar la resiliencia
De acuerdo con Madali Santos, “La resiliencia no es innata, se cultiva en ambientes que combinan contención emocional con retos adecuados.”. Por eso, es importante adoptar algunas herramientas clave como: rutinas estructuradas, pero flexibles, juegos con reglas y roles rotativos, espacios donde se hable abiertamente de las emociones, cuentos que hablen del error y la reparación, y técnicas de respiración o mindfulness que les ayuden a autorregularse. Todas estas actividades refuerzan la capacidad del niño para enfrentar la frustración sin quebrarse.
Conversaciones que ayudan a integrar la experiencia
Tuñoque recomendó generar momentos para la reflexión emocional diaria. Preguntar al niño al final del día “¿Qué aprendiste hoy?” o “¿Qué te costó y cómo lo enfrentaste?” permite que construya conciencia emocional y desarrolle herramientas para futuras dificultades. Además, reconocer el esfuerzo más que el resultado —por ejemplo: “Te esforzaste mucho en ese dibujo”— fortalece su autoestima y su capacidad para perseverar.
“Criar hijos emocionalmente fuertes no significa hacerlos duros o insensibles, sino enseñarles a reconocer lo que sienten, a pensar con calma y a actuar usando herramientas internas que los ayuden. Un niño que sabe identificar sus emociones, pedir ayuda cuando la necesita, esperar con paciencia y levantarse después de equivocarse, estará mejor preparado para enfrentar la vida. No se trata de evitar que sufran, sino de que aprendan qué hacer cuando algo les duele”, concluyó la especialista.