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Es bien conocida la amistosa rivalidad que en los años 60 establecieron The Beatles y The Beach Boys como puntales de la música pop. Si los británicos brillaban con “Rubber Soul” (1965), los estadounidenses lo hacían con el magnífico “Pet Sounds” (1966), considerado uno de los mejores álbumes de todos los tiempos. Y si Lennon, McCartney y compañía respondían con otra obra maestra como “Revolver”, sus playeros contrincantes debían demostrar que estaban a la altura.

Pero había una diferencia entre ellos: si The Beatles funcionaban como un conjunto de mentes maestras, la genialidad de The Beach Boys se sostenía predominantemente en Brian Wilson, un músico superdotado, cuya capacidad para aprender de oído se convirtió en un magistral despliegue técnico, entre los más innovadores que puedan encontrarse en su generación.

Nacido en California, en 1942, Wilson formó The Beach Boys junto a sus hermanos menores Dennis y Carl, su primo Mike Love y su amigo Al Jardine. Su imagen de jóvenes surfistas y relajados podía resultar engañosa, pues la agrupación no solo fabricaba soleados y coloridos éxitos radiales, sino que poseían una ambiciosa complejidad gracias al talento del mayor de los Wilson.

El ya mencionado “Pet Sounds” fundió los sonidos pop con el jazz, la música clásica, la de vanguardia, e incluyó verdaderas joyas como “God Only Knows”, “Wouldn’t It Be Nice”, “Caroline No” o “Sloop John B”, por mencionar solo algunas pistas de un disco perfecto de inicio a fin. Wilson se encargó de la mayor parte de la composición, los arreglos y la producción de todo el álbum.

En ese punto, la cúspide de su fama y de su creatividad, la banda comenzó a trabajar en el que sería una continuación al “Pet Sounds”, un álbum titulado “Smile”. Sin embargo, debido a diversos imprevistos –diferencias con la disquera Capitol, la renuncia del arreglista Van Dyke Parks, y problemas personales de Wilson– la producción del álbum se paralizó en 1967 y se convirtió en una leyenda abandonada.

Héroes y villanos

Lamentablemente, con el genio creativo de Wilson convivían también sus más hondas sombras. Él describía las voces en su cabeza como “Heroes and villains” (título de una de sus más recordadas canciones), aunque el diagnóstico exacto fuera trastorno esquizoafectivo y bipolaridad. A ello se sumaban constantes crisis nerviosas, adicción al alcohol y a las drogas, depresión y otras conductas autodestructivas.

Si bien después del fiasco de “Smile”, la banda pudo lanzar discos memorables como el “Sunflower” (1970) y el “Surf’s Up” (1971), un par de años después, la muerte del padre de Wilson lo sumió en otra etapa crítica de reclusión. Desde entonces, su carrera fue haciéndose irregular y errática, hasta que en el 2004, con casi 60 años de edad y el peso de una vida agitada, el músico tuvo una más que justa redención.

Rodeado de un grupo de músicos y productores, Wilson pudo recuperar y volver a grabar el material que The Beach Boys abandonó del disco “Smile”. El resultado fue “Brian Wilson Presents Smile” (a veces simplemente titulado “SMiLE”), un álbum magnífico que debe contarse entre los más grandes rescates musicales de las últimas décadas. Escucharlo es sumergirse en una sinfonía envuelta en mito, virtuosa y emocionante a la vez.

Los últimos años de vida de Wilson fueron relativamente apacibles, y los pasó acompañado de su esposa y manager Melinda Ledbetter. En enero del 2024, se anunció el fallecimiento de ella, así como un diagnóstico de demencia para Wilson que lo mantuvo alejado de la luz pública. Ayer, su familia dio a conocer su muerte, aunque no reveló las causas de la misma.

“I Just Wasn’t Made For These Times” reza una de sus mejores canciones, y la frase parece ajustarse a una vida y una obra que sobrepasó los límites de su tiempo. Hay que honrarlo escuchándolo, cómo no.



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