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El cine está compuesto de diálogos e imágenes, pero también de silencios. Aun así por alguna razón abundan las películas que se sostienen más en lo primero. No ocurre así en “Cuadrilátero” de Daniel Rodríguez Risco, una cinta con identidad visual propia, algo escaso hasta en las producciones con mayor presupuesto; aquí la imagen comunica por sí misma, la mayoría de veces sin que haya una palabra de por medio. Para esta historia sobre una familia draconiana, las acciones hablan más fuerte que cualquier parlamento.

La película presenta a una familia de cuatro miembros, el padre Alfredo (Gonzalo Molina), la madre Adriana (Lizeth Chávez), el hijo escolar Felipe (Fausto Molina) y la hija universitaria Lucía (Valentina Saba). Todos llevan una vida milimétrica, cada quien conoce su lugar en la casa durante la cena, frente al televisor para ver una película, o en el automóvil; una vida sin problemas. Pero hay un quinto miembro, el hijo menor Tomás (Amil Mikati), a quien tienen encerrado en el armario para que no altere este cuadrilátero perfecto, un equilibrio construido sobre el sufrimiento.

En entrevista con El Comercio, el director dijo que basó esta historia un poco en su experiencia personal. Su familia fue un tanto diplomática, “no había tanta intimidad como la que normalmente ocurre en la en las familias peruanas y latinoamericanas”; sí era una familia con “mucho cariño y afecto entre todos nosotros, pero al mismo tiempo había un trato donde el individualismo era muy fomentado”, añadió Rodríguez Risco, quien los meses anteriores ha paseado su cinta por diversos festivales, recolectando galardones; la cinta se llevó el Premio de la Crítica a Mejor película del Festival de Punta del Este y el Premio Huella de América para Lizeth Chávez del Festival de Cine de las Américas de Madrid.

Habla el padre

Rodríguez Risco se define a sí mismo como un director formalista, que busca control absoluto de lo que se va a filmar, y eso se evidencia en la meticulosidad de los planos y acciones. Los orígenes de esta película podrían incluso rastrearse al cortometraje “El colchón” (1998) que dirigió y que precisamente fue protagonizado por Gonzalo Molina. “Cuando [Daniel] me dijo para ser parte de la historia, me sentí encantado porque me gusta contar historias con él”, dijo el actor.

Como si un cuadrilátero de box se tratara, en la película cada quien defiende su esquina, atento a que el otro baje la guardia antes de asestar el golpe que lo saque del juego. Una violencia intrafamiliar que tiene más en común con la fauna que con la especie humana; de hecho, al filmar cada uno de los actores tenía en la cabeza un “avatar” animal con el cual identificarse. El animal de Molina para esta cinta fue el gorila. Para él trabajar con la imagen mental del animal ayudó mucho, “porque a partir de ahí, de esta fisicalidad, uno construye el vínculo, la relación, la mirada”; en resumen, el animal le dio un norte a su trabajo.

El actor además contó estar seguro de que hay familias con reglas más estrictas que las presentes en la película. “Siempre creo que la realidad supera la ficción, no tengo ninguna duda. Recuerdo las cosas que hacía mi abuelo. Él no dejaba que se prenda ninguna luz en la casa; solamente podías prender la luz del lugar donde estabas y ponía una luz de 25 watts [baja intensidad]. Y solo se podía cocinar en la cocina eléctrica con una hornilla porque si no se gastaba demasiada electricidad”, dijo el actor entre risas.

Películas como estas tienen tantas interpretaciones como espectadores; una lectura es que la paz y el orden tienen un precio. Molina apunta por otro lado. “Cuando las cosas se tramitan en una comunidad, en este caso una familia, exclusivamente desde la razón, desde el orden y lo racional, fracasan. Duele, quiebras partes, y la película es así, por eso que es tan divertida e hiriente a la vez. Es bien peruana”.



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