Respirar hondo, encontrar la calma, vivir en el presente. Sin duda, suena simple, hasta que lo intentas. Hoy en día, meditar se ha convertido en una palabra casi omnipresente en las conversaciones sobre bienestar, salud mental y productividad. Está en los podcasts, en los reels de Instagram, en las recomendaciones del médico e incluso forma parte de los programas de bienestar de grandes empresas. Sin embargo, detrás del boom de la meditación, muchas personas se enfrentan a una paradoja silenciosa: quieren empezar, sienten que deberían hacerlo, pero no tienen idea de por dónde comenzar o creen que no es algo para ellas.
La confusión no es casual. Según explicó Janeth Chamochumbi, terapeuta holística y coach de meditación a Bienestar, la sociedad nos ha hecho creer, desde tiempos inmemorables, que la meditación es una práctica exclusiva de monjes o budistas, por lo que ha sido idealizada como algo difícil, que solo puede hacerse sentado con las piernas cruzadas, los ojos cerrados y la mente en blanco. Esta imagen, lejos de inspirar, genera presión: quienes intentan meditar se frustran al notar que los pensamientos aparecen uno tras otro, y al no contar con una guía adecuada, concluyen que “no lo están haciendo bien” o que “no son personas para eso”.
Suscríbete gratis al newsletter Sanar en Espiral
:quality(75)/d2q2xcgw42pqkv.cloudfront.net/config/src/elcomercio/cortadores/img/sanar_en_espiral.png)
Samanta Alva ofrece consejos prácticos y herramientas para tu bienestar, todos los jueves.
En realidad, una de las ideas más extendidas —y erróneas— es que para meditar hay que “dejar la mente en blanco”, algo que simplemente no es posible. “La mente no se apaga, pensar es parte de su naturaleza”, aclaró Paola Hermoza, coach ontológica integral transpersonal y profesora de meditación. “El objetivo de la meditación no es dejar de pensar, sino aprender a observar esos pensamientos sin quedar atrapados en ellos”. También son frecuentes creencias como “no puedo estar quieto tanto tiempo”, “esto no es para mí” o que “meditar es una pérdida de tiempo”. En definitiva, estas ideas provienen, en gran parte, de expectativas poco realistas sobre cómo debería sentirse meditar o de la falsa noción de que existe una única forma “correcta” de hacerlo.
Juan José Soza, psicólogo y docente de Continental Florida University, coincidió en que muchas de estas barreras tienen que ver con el perfeccionismo interiorizado. “Socialmente, la meditación se asocia con ciertas estéticas o estilos de vida, y ese imaginario colectivo puede bloquear el inicio. Sin embargo, el primer paso es entender que meditar es simplemente entrenar la atención, sin exigencias. No se trata de rendir, sino de abrirse a la experiencia. Además, no se necesita una disposición especial ni un momento perfecto. De hecho, muchas personas comienzan a meditar en medio de crisis personales o emocionales. La meditación no es para evitar lo que duele, sino para procesarlo. Por ello, cualquier momento es bueno si la intención es cuidarse con conciencia”, afirmó el experto
Afortunadamente, las prácticas actuales —como el mindfulness y la meditación guiada— han demostrado ser accesibles, flexibles y adaptables, pues solo hace falta la disposición de empezar, aunque sea por unos minutos, con curiosidad y sin juicio. Como señaló Hermoza, “la práctica se adapta a cada persona, no al revés”.
¿En qué consiste el mindfulness y la meditación guiada?
El mindfulness, también conocido como atención plena, es una práctica que nos invita a estar presentes en el momento actual de manera intencional y sin emitir juicios. Básicamente, se trata de observar nuestros pensamientos, emociones y sensaciones tal y como son, sin intentar modificarlos. Aunque tiene raíces budistas, hoy en día se ha integrado en contextos laicos como una herramienta para vivir con mayor conciencia y menor reactividad frente a lo que nos sucede.

Uno de los mitos más comunes es creer que meditar es “dejar de pensar”. La mente no se apaga: el verdadero reto es observar tus pensamientos sin quedar atrapado en ellos.
La meditación guiada, por otro lado, es una forma de meditar en la que una persona —ya sea en vivo o mediante un audio— dirige la atención hacia elementos como la respiración, el cuerpo o visualizaciones específicas.
Si bien ambas prácticas tienen como fin desarrollar la atención plena y promover el bienestar emocional, difieren en su forma de ejecución. Hermoza destacó que, mientras el mindfulness puede integrarse fácilmente en la vida diaria y practicarse de manera autónoma, la meditación guiada requiere la presencia de una voz que conduzca la experiencia y suele tener objetivos más concretos, como la relajación.
“Es importante tener en cuenta que, la meditación —en su sentido más amplio— permite una exploración más profunda, fomentando la introspección, la conexión con uno mismo y una gestión emocional más sólida”, agregó Patricia Cortijo, neuropsicóloga de Clínica Internacional.
¿Quiénes podrían beneficiarse más del mindfulness o de la meditación guiada?
Tanto el mindfulness como la meditación guiada ofrecen beneficios ampliamente reconocidos, aunque cada práctica responde a necesidades distintas y a diferentes momentos personales. De acuerdo con la coach ontológica, el mindfulness entrena la mente para mantenerse en el presente, mejorando la concentración, el sueño y la regulación emocional, además de fortalecer el sistema inmunológico. También potencia la inteligencia emocional al permitir reconocer y gestionar las emociones con mayor equilibrio.
Por esta razón, es particularmente útil para personas que buscan transformar sus hábitos mentales y desarrollar una mayor conciencia en la vida cotidiana, como profesionales con alta carga mental, personas en procesos terapéuticos o quienes desean cultivar mayor foco y autoconciencia.
La meditación guiada, por su parte, se orienta más hacia inducir estados de calma profunda, aliviar el estrés y mejorar el descanso. Paola Hermoza refirió que también estimula emociones positivas como la gratitud o la compasión, y que suele ser una vía accesible para quienes se inician en la meditación, ya que la guía vocal aporta estructura y contención emocional, especialmente en momentos de agotamiento mental.
“El mindfulness es muy recomendable para aquellos con tendencia al pensamiento excesivo o a la reactividad emocional. En cambio, la meditación guiada puede ser un recurso seguro para quienes se sienten perdidos en su mundo interno y necesitan una contención externa. Sin embargo, elegir una u otra no es definitivo, muchas veces se trata de un proceso evolutivo que se adapta a las necesidades del momento vital. En realidad, ambas son prácticas complementarias. Muchas personas comienzan con meditación guiada y poco a poco desarrollan mindfulness espontáneo en su vida diaria. No hay una fórmula única. Lo importante es la constancia y el respeto por el propio proceso”, aseguró el psicólogo.
¿Qué desafíos suelen aparecer al inicio de estas prácticas?
Uno de los principales desafíos al comenzar prácticas como el mindfulness o la meditación es, paradójicamente, empezar. Como mencionó la Healthy Coach Karina Álvarez, muchas personas postergan lo que saben que necesitan, y luego enfrentan la dificultad de sostener la práctica a lo largo del tiempo. En los primeros días, el esfuerzo por encontrar calma en medio del ruido mental puede resultar incómodo, pero con disciplina y constancia, ese nuevo hábito empieza a sentirse familiar.

El mindfulness se integra a lo cotidiano para entrenar la atención; la meditación guiada ofrece contención emocional a través de una voz que orienta.
Asimismo, al inicio la meditación puede ser incómoda. Según Chamochumbi, al no estar acostumbrados a esa quietud con nosotros mismos, es habitual que aparezcan molestias corporales, picazón, somnolencia y pensamientos abrumadores. Incluso el entorno —ruidos, temperatura o distracciones— puede generar tensión. “Sin embargo, atravesar esa incomodidad forma parte del proceso de reconectar con un estado natural de calma que ha sido opacado por el ritmo acelerado de vida”, añadió.
Sin duda, uno de los principales desafíos tanto del mindfulness como de la meditación es entender que la mente no se “apaga”, ni uno deja de pensar por completo. “El mayor reto es aprender a educar a la mente, recordarle que está bien hacer una pausa, que no es ella quien debe guiarnos todo el tiempo, sino que también puede aprender a acompañarnos en momentos de calma. Ese entrenamiento mental requiere práctica y paciencia. No se trata de controlar los pensamientos, sino de observarlos sin juicio y traer amablemente la atención de regreso al momento presente”, sostuvo Hermoza.
Desde una mirada clínica, Juan José Soza recalcó que la impaciencia y la autoexigencia suelen llevar a un juicio interno (“lo estoy haciendo mal”) y, en algunos casos, a vivir la meditación como otra tarea por cumplir. Además, hay quienes abandonan cuando la práctica los enfrenta con emociones incómodas que antes evitaban.
En este sentido, la autoobservación puede resultar desreguladora si no se cuenta con recursos internos o acompañamiento adecuado, especialmente en personas con trastornos de ansiedad, trauma no tratado o pensamientos intrusivos frecuentes. Por eso, en estos casos, se recomienda optar por prácticas más ancladas en lo corporal y trabajar con un profesional capacitado que sepa adaptar la experiencia.
¿Cuáles son las claves para una buena práctica?
Tanto en el mindfulness como en la meditación, la respiración es el ancla principal. De acuerdo con el psicólogo de Continental Florida University, esta es constante, accesible y nos conecta con el cuerpo. Entrenar la atención a través de la respiración nos permite regresar al presente sin juicio. Socialmente, es una forma de reapropiarse del ritmo personal frente a un entorno que constantemente nos dispersa.
Centrar la atención en la respiración tiene un efecto regulador sobre el sistema nervioso autónomo, ayudando a salir del estado de alerta crónico que muchas personas sostienen sin darse cuenta. Además, permite crear una distancia saludable con los pensamientos automáticos, favoreciendo la metacognición.
En las prácticas guiadas, el rol del facilitador es igualmente determinante. Según el experto, la voz del guía crea el ambiente emocional de la práctica: un tono sereno, sin juicio ni imposiciones, puede tener un efecto similar al de un vínculo terapéutico seguro. La manera en que se entregan las instrucciones influye en cómo la persona se siente sostenida y contenida. Por ello, es importante que el guía inspire confianza y evite promesas mágicas o exigencias emocionales como “debes sentir paz ahora”, que pueden generar frustración o experiencias disociativas.
La coach de meditación añadió que no solo importa la voz, sino también la postura del facilitador, su acompañamiento y su capacidad de orientar al otro hacia la exploración personal. Una guía eficaz no indica cómo debe sentirse alguien, sino que facilita que cada persona descubra su experiencia desde la autenticidad y la conexión con uno mismo.
La autocompasión también es una clave esencial. Para Soza, meditar con dureza o exigencia puede ser contraproducente. En cambio, aceptar que somos humanos, que nos distraemos y que eso está bien, permite regresar a la práctica una y otra vez sin culpa. “La autocompasión no solo favorece la constancia, sino que también protege del crítico interno, algo especialmente reparador en personas con baja autoestima o con tendencias perfeccionistas. En este sentido, dejar de lado la idea de “meditar bien” para adoptar una actitud de cuidado y ternura hacia uno mismo es, en sí misma, una forma de sanación”.

Molestias físicas, pensamientos acelerados o impaciencia pueden aparecer al inicio. No significa que lo estás haciendo mal. La clave está en practicar con amabilidad y paciencia,
¿Cuánto tiempo de práctica se necesita para empezar a notar cambios?
Los beneficios del mindfulness y la meditación guiada en general pueden sentirse desde la primera práctica: una sensación de mayor calma al comenzar o cerrar el día. Sin embargo, como señaló la profesora de meditación, los cambios más sostenidos se van notando cada vez más en función de la frecuencia con que se practica.
“En el caso del mindfulness, si bien existe una práctica más formal que implica establecer una hora, un lugar y una estructura específica, también podemos aplicarlo a lo largo del día: al comer, ducharnos, escribir, etc. Por eso, es importante considerar que meditar es como la ducha diaria que nuestra mente necesita; al igual que el cuerpo requiere higiene diaria, en esta práctica la constancia es clave”.
Dicho esto, dedicar entre 10 y 15 minutos al día es suficiente para notar mejoras en pocas semanas, como una mayor claridad mental, mejor regulación emocional y reducción del estrés. Además, establecer una rutina que se sienta amable —no una obligación más— ayuda a sostener la práctica a largo plazo. Meditar por la mañana puede ayudar a iniciar el día con claridad, mientras que por la noche facilita la transición al descanso. La clave es que la práctica se integre como un acto de cuidado personal, agregó Soza.
¿Cómo saber si estás meditando “bien”?
Una de las dudas más comunes al comenzar a meditar es si se está haciendo “bien”. Según Paola Hermoza, la clave está en la intención de estar presente: “Si estás intentando volver una y otra vez al momento, entonces estás meditando bien”. Cada vez que notas que tu mente se ha ido y regresas a la respiración o al presente, estás entrenando tu atención, y eso, precisamente, es meditar.
Juan José Soza coincidió al señalar que incluso cuando la mente divaga, lo importante es regresar. Esto implica que no se trata de eliminar los pensamientos, sino de desarrollar la habilidad de reconducir la atención.
“Si estás sentándote a observar tu experiencia con intención, lo estás haciendo bien. No se trata de “vaciar la mente” ni de tener una experiencia mística. Un mito común es pensar que meditar siempre debe dar paz: a veces lo que surge es incomodidad, y eso también está bien. La práctica no busca evitar emociones, sino relacionarnos de otro modo con ellas”, afirmó la neuropsicóloga de Clínica Internacional.
Algunas recomendaciones
- Haz de la práctica un acto de autocuidado, no una tarea más.
- Crea un pequeño espacio en casa que invite al silencio.
- Dedica, aunque sea 5 minutos al día.
- No busques hacerlo “perfecto”: meditar es estar contigo tal como estás.
- Practica con paciencia, curiosidad y autocompasión.
- Recuerda que meditar no es dejar de pensar, sino aprender a estar presente con todo lo que hay.
- Si sientes que “no puedes meditar”, cuestiónate esa creencia: todos podemos si lo intentamos con amabilidad.
- Una pausa consciente durante el día —como respirar profundo o comer con atención plena— también cuenta.
- Comienza por observar tu respiración: nota cómo entra y sale el aire sin modificarlo.
- Involucra tus sentidos en el presente: observa, escucha, huele, toca y saborea con atención.
- Regálate momentos de silencio sin exigencias, solo para estar contigo.