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En el reino vegetal hay árboles centenarios, flores efímeras, plantas carnívoras. Pero bajo sus raíces, silencioso y fundamental, otro reino respira y conecta: el de los hongos. Un tejido casi invisible sostiene los bosques, descompone lo muerto para dar vida nueva, teje redes de comunicación entre especies. Sin embargo, para la mayoría de personas, el reino Fungi sigue reducido a dos ideas básicas: champiñones en el mercado y hongos alucinógenos en la cultura popular. Perú Fúngico nació para cambiar eso.

La chispa inicial surgió en el Laboratorio de Cultivo de Tejidos Vegetales In Vitro de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, donde desde hace más de cuatro décadas la doctora Magdalena Pavlich preserva y cultiva miles de especies de hongos. En este espacio lleno de microscopios, frascos etiquetados con nombres casi impronunciables y un murmullo constante de entusiasmo, una nueva generación de científicos encontró su vocación.

“La doctora Pavlich no solo nos enseñó sobre hongos. Nos enseñó a amar la curiosidad”, cuenta Fiorella Cadenillas, cofundadora de Perú Fúngico. “Su filosofía era muy clara: la ciencia no es para guardársela, es para compartirla”.

Durante la pandemia de 2020, cuando el mundo entero se recluyó en casa, Fiorella, junto a Andrea Esquerre y Stephanie Mendieta, empezó a soñar con una forma de seguir compartiendo lo que aprendieron. Si las aulas estaban cerradas, abrirían un portal diferente: las redes sociales.

Así nació Perú Fúngico, una iniciativa de divulgación científica que busca, en palabras de sus fundadores, “devolverle a los hongos su lugar en el mundo”.

"Debe haber a menos 5.000 especies en herbario de la universidad. Tenemos que volver a hacer el inventario, porque sospechamos que hay muchos más", cuentan Adrián Guerrero y Andrea Esquerre, integrantes de Perú Fúngico y tesistas residentes del laboratorio de la Dra. Pavlich.

«Debe haber a menos 5.000 especies en herbario de la universidad. Tenemos que volver a hacer el inventario, porque sospechamos que hay muchos más», cuentan Adrián Guerrero y Andrea Esquerre, integrantes de Perú Fúngico y tesistas residentes del laboratorio de la Dra. Pavlich.

Un micelio de ciencia y pasión

El grupo de Perú Fúngico funciona como un micelio: cada integrante es una hifa que se expande, conecta y fortalece al conjunto. Andrea, además de bióloga, es la fotógrafa encargada de registrar la biodiversidad. Stephanie investiga hongos entomopatógenos (especies que parasitan insectos). Alonso Corrales cultiva hongos comestibles y funcionales. Adrián Guerrero estudia las relaciones entre hongos y plantas micoheterótrofas, y se encarga de cuidar el herbario. Brenda Nestares investiga la contaminación por hongos en el maíz morado y aporta la cuota creativa mediante creación de maquetas. Y Fiorella, desde Francia, trabaja investigando micotoxicología alimentaria con extractos de plantas peruanas.

Cada uno aporta su especialidad, pero comparten una misma causa: divulgar que los hongos son esenciales para la vida en el planeta. “Cuando la gente piensa en hongos, casi siempre piensa en drogas o comida”, dice Andrea. “Pero los hongos son recicladores, comunicadores, constructores de ecosistemas. Son vida misma”.

A través de su cuenta de Instagram, organizan campañas como el “hongo del mes”, salidas de campo para universitarios y la elaboración de guías de campo abiertas para el público general. También abordan temas complejos como la micotoxicología, explicando de manera sencilla cómo ciertos hongos contaminan alimentos y generan riesgos para la salud humana.

La raíz común: Magdalena Pavlich

Todo en Perú Fúngico remite, inevitablemente, a Magdalena Pavlich. A sus 86 años, la doctora Pavlich sigue asistiendo cada semana a su laboratorio. En su voz resuena el entusiasmo de quien nunca dejó de maravillarse ante la vida fúngica. Ella no solo fundó el laboratorio y cuidó del herbario que hoy lleva su nombre, sino que sembró generaciones de investigadores que hoy lideran iniciativas propias.

La filosofía de Pavlich es simple pero poderosa: libertad para explorar.

La filosofía de Pavlich es simple pero poderosa: libertad para explorar.

“Su laboratorio es como un refugio”, recuerda Fiorella. “Puedes llegar sabiendo poco, pero si tienes ganas de aprender, ella te abre las puertas”.

La filosofía de Pavlich es simple pero poderosa: libertad para explorar. En su laboratorio, los alumnos eligen sus temas de tesis, proponen investigaciones y se forman como científicos independientes. Su enfoque horizontal, enseñar desde el respeto y la colaboración, dejó una marca profunda en todos quienes pasaron por sus clases.

Hoy, aunque Pavlich se mantiene siempre activa, confía plenamente en que sus discípulos continuarán con su legado cuando deje el laboratorio. “Mi herbario está en buenas manos. Están listos”, dice con serenidad.

Los desafíos de estudiar hongos en Perú

Perú es uno de los países más biodiversos del mundo. Sin embargo, la micología sigue siendo una disciplina marginal.“No hay programas de maestría en micología, ni líneas de investigación consolidadas”, explica Fiorella. “Todo lo que sabemos lo hemos aprendido en el laboratorio o autoformándonos”.

La falta de especialistas, laboratorios equipados y financiamiento dificulta el desarrollo del área. A pesar de ello, los integrantes de Perú Fúngico creen que el país tiene el potencial de convertirse en un referente mundial.

“Tenemos todos los recursos naturales”, afirma Brenda. “Lo que falta es visión, inversión y trabajo en equipo”.

El grupo también enfrenta otros desafíos culturales: la desinformación y el sensacionalismo. Muchos se acercan a su cuenta en redes sociales buscando comprar hongos alucinógenos, confundiendo la investigación científica con el mercado de sustancias recreativas. Otros siguen creyendo que los hongos son bacterias o “plantitas raras”.

“Nos preguntan cuánto cuesta un hongo como si fuéramos una tienda”, cuenta Brenda entre risas. “Pero lo tomamos como una oportunidad de educar”.

Una red que crece

Más allá de la investigación, Perú Fúngico apuesta por crear comunidad. Cada nuevo estudiante que se interesa, cada persona que aprende algo nuevo sobre hongos, cada pequeño micelio de conocimiento que se expande, fortalece su propósito.

“Queremos que los hongos sean reconocidos como el tercer pilar de la vida, junto con la flora y la fauna”, dice Stephanie. “Que se hable de flora, fauna y fungi. Porque sin hongos, los ecosistemas colapsarían”.

Para ellos, la divulgación no es una tarea secundaria: es una misión vital. Es enseñar que la penicilina, que revolucionó la medicina, proviene de un hongo. Que el pan que comemos, la cerveza que bebemos y el queso que disfrutamos existen gracias a ellos. Que bajo cada bosque, cada jardín, cada montaña, una red fúngica sostiene el tejido de la vida.

El futuro: más allá de las esporas

Mientras Fiorella sigue especializándose en Francia, los demás miembros continúan con sus investigaciones en Perú. Su meta a mediano plazo es consolidar un observatorio nacional de biodiversidad fúngica, formar alianzas con universidades y lanzar una plataforma educativa que ofrezca cursos, talleres y material gratuito sobre hongos para escuelas y comunidades.

“La ciencia debe ser compartida”, insiste Brenda. “No sirve de nada si se queda en el laboratorio”. Por ahora, siguen tejiendo su propio micelio de iniciativas, pequeñas colonias de conocimiento que, como los hongos que estudian, son resilientes, discretas y fundamentales.

En un país donde la riqueza natural es inmensa pero los recursos científicos escasos, la labor de Perú Fúngico resuena como un llamado a mirar más allá de lo evidente, a reconocer la vida que late bajo nuestros pies y la sabiduría que crece en lo invisible.

Mientras tanto, en un pequeño laboratorio de Lima, una mujer de 86 años sigue sonriendo entre frascos y microscopios, sabiendo que sus esporas, su legado, ya han germinado.





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