De forma súbita el presidente Donald Trump perdió su puesto como el estadounidense más prominente del mundo. Lo perdió ante un hombre cuya personalidad y mensaje son diametralmente opuestos a lo que él representa. León XIV, un humilde misionero y ex-obispo de una ciudad secundaria en un país periférico, es ahora un jefe de Estado y monarca absoluto, en un magnífico palacio rodeado de oro y obras de arte valiosísimas, con visos de infalibilidad y dotado de extensos poderes hasta el día de su muerte. Todo con lo que Trump sueña a diario.
León además, es un norteamericano que lidera espiritualmente a una cantidad de gente mayor que la población de China y Estados Unidos combinadas. Por el peso de la historia y la fe de sus fieles, tiene un puesto quizás aún más influyente que la presidencia de Estados Unidos.
Nada de esto es coincidencia, y menos aún, obra del Espíritu Santo. A menos que éste se haya fusionado con el alma de Jorge Mario Bergoglio.
Es curioso que la frase más conocida del Papa Francisco haya sido una simple afirmación de sentido común que cualquier ser humano decente habría dicho. No obstante, cuando un Papa dice que “no es nadie para juzgar a una persona homosexual, si ésta tiene buena voluntad…”, causa movimientos telúricos en una institución que por 2000 años se ha pasado diciendo lo contrario. Francisco no soltó esa frase por impulso; fue un cálculo político bien pensado como parte de su misión de cambiar el mensaje de la Iglesia. Él comprendía además, que la elección de un Papa es un acto político y en consecuencia, se pasó años ejecutando cuidadosamente una estrategia para asegurar su legado.
Vivimos en tiempos marcados por el ascenso del nacionalismo aislacionista, las posturas antiinmigrantes y las fuerzas intimidatorias personificadas por Trump y MAGA en el mundo occidental. Francisco representaba la némesis de esa imagen en la competencia por forjar una identidad global. Se esmeró por hacer el contrapeso con un mensaje de compasión y dignidad humana y actuó con visión estratégica. Su proyecto teológico fue entrelazado maquiavélicamente con el diseño de una nueva estructura política.
Casi el 80% de los cardenales electores fueron nombrados a dedo por Francisco y los más recientes filtrados por un tal cardenal Prevost, prefecto del Dicasterio para los obispos, institución que determina el futuro de la Iglesia. En general, nombraron cardenales con una ideología compatible, más jóvenes de lo habitual y excluyendo sistemáticamente a figuras conservadoras como, entre otros, Juan Luis Cipriani. La tendencia de reducir el porcentaje de italianos y europeos fue super acelerada por Francisco hacia la diversidad cultural y geográfica. De esta forma alteró dramáticamente el Colegio Cardenalicio e impuso las condiciones estructurales para que su visión de Iglesia perdure más allá de su muerte.
Los cardenales ‘francisquistas’ tenían claras sus instrucciones, y se manifestaron en tiempo récord con humo blanco y el 75% de los votos. El sucesor debía tener tanto experiencia pastoral y misionera, como en la burocracia y los juegos de poder del Vaticano. Dada la relación tirante entre Francisco y el presidente Trump, así como con la Iglesia reaccionaria y conservadora de EE.UU., el futuro papa debía representar también la victoria del mensaje francisquista sobre aquella tendencia ascendente que el presidente representa en la política global. El carácter pastoral de un sucesor de Francisco implicaba que esta persona tenga una trayectoria de trabajar de forma cercana a los fieles, así como de involucrar más a las mujeres en la toma de decisiones. Con todos estos parámetros, la elección de un Papa como León XIV —agustino, latinoamericano por experiencia, y estadounidense por nacimiento— se vuelve casi inevitable.
La designación de un sacerdote de una orden como la agustina (reflexiva, centrada en la comunidad y la interioridad) no es accidental, ni tampoco lo es su nacionalidad. Elegir a un estadounidense justo ahora es, paradójicamente, el acto más contundente de oposición geopolítica frente a los excesos del poder estadounidense. Solo un Papa norteamericano puede ejercer ese contrapeso moral sin que lo acusen de antiamericanismo. Prevost era además un cardenal de EE.UU., más no un miembro de la Iglesia de EE.UU.
No pasaron desapercibidos ante el cónclave sus antiguos Tweets contra la política migratoria de Trump, ni aquellos que condenaban el asesinato de George Floyd, ni su cachetada digital al vicepresidente J.D. Vance de EE.UU., una de las caras más vilipendiadas del planeta. Era previsible la reacción desaforada de MAGA ante su elección, y las acusaciones de woke, marxista, anti americano y globalista traidor que le han llovido a León XIV de personajes como Steve Bannon o Laura Loomer. Una reacción además, buscada y deseada por Francisco desde el más allá.
Se predice que León será un defensor de los migrantes, los pobres y aquellos explotados por los grandes poderes. El nombre que ha elegido lo hace también sucesor de la doctrina de León XIII, quien ayudó a establecer la tradición de justicia social de la Iglesia, antítesis del mensaje de la ultraderecha.
León XIV tiene ahora la misión de consolidar el mensaje y la filosofía de Francisco mediante reformas duraderas. Aunque no esperemos aún sacerdotes mujeres o matrimonios gays en las basílicas del mundo, pues la Iglesia avanza a pasos glaciales.
Por su experiencia como dueño del certamen de belleza, Trump sabe que tanto la Miss Universo como el papa son elegidos con criterios políticos e ideológicos. Personalmente se debe estar rasgando las vestiduras como Caifás, pero en público no le conviene enfrentarse al nuevo pontífice. Va a ser muy interesante ver las interacciones públicas entre ambos por los siguientes años, y también el observar qué hará el nuevo Papa con su mandato.
Robert Prevost era quizás el único con la experiencia y las credenciales que buscaban los cardenales, conscientes de que estaban siendo observados por Francisco desde la ultratumba. No sería descabellado pensar que León XIV podría encaminar a la Iglesia hacia un posible Concilio Vaticano III -una transformación profunda, heredera del proyecto de Francisco- y ejecutada con precisión quirúrgica.
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