La primera vez que llegamos a la casa de José Mujica no pudimos verlo, es más, ni siquiera se enteró. En su chacra a las afueras de Montevideo, “el presidente más pobre del mundo” vivía bajo sus propias reglas. Una pizarra blanca, con tamaño suficiente para ser vista a varios metros de distancia, tenía la inútil misión de alejar a los visitantes que llegaban hasta ahí desde todo el planeta, algunos por admiración, otros por simple curiosidad: “Disculpen, el senador Pepe Mujica no puede recibirlos por falta de tiempo. Gracias”.
En el 2017, José Mujica ya no era presidente de Uruguay, pero su estilo directo y austero de gobernar -y sobre todo de vivir- lo habían convertido en un espécimen raro en medio de la jungla política mundial. ¿Sería cierto que vivía entre cultivos y caminos de tierra? ¿Estaría ahí el viejo Volkswagen Escarabajo celeste que manejó durante décadas? ¿Hablaría con tanta sencillez con la gente común como lo hacía con jefes de Estado y otros líderes?
Aquel día llegamos con la esperanza de conseguir una entrevista, pero solo logramos hablar con Ricardo, uno de los tres hombres –dos civiles y un militar– que vigilaban la que por entonces era la casa más visitada de la zona rural de Rincón del Cerro. Un corto camino de tierra separaba la caseta de seguridad de la vivienda del expresidente. “Todos los días llega gente de todo el mundo a ver al Pepe. Nosotros tenemos prohibido avisarle. Ellos [Mujica y su esposa] son gente mayor, no podemos molestarlos”, se excusó educadamente el guardia al explicarnos por qué no le podía avisar a Mujica de nuestra presencia. No podíamos decir que no estábamos advertidos. “La verdad es que ya lo tienen podrido”, nos dijo un joven uruguayo que nos había aconsejado no ir.

(Foto: Milagros Asto / El Comercio)
La segunda vez que fuimos, la escena se repitió. Volvimos porque, tal vez sin querer, Ricardo había renovado nuestras esperanzas: él no podía avisarle a Mujica que la prensa o los curiosos lo estaban buscando, pero si esperábamos lo suficiente tal vez podríamos saludarlo cuando “el Pepe” saliera a buscar al vigilante para ver juntos un partido de fútbol o jugar a las cartas, como solía hacer. Nos quedamos varias horas acompañados de un grupo de visitantes de la India, que también estaban atentos a ver si el exmandatario uruguayo aparecía por ahí. La espera terminó cuando llegó una comitiva de políticos brasileños que sí tenían invitación, una señal de que en la casa empezaría una reunión.
Nuestra tercera visita a Rincón del Cerro llegó algunos días después. Tras cumplir la espera de rigor, un José Mujica de 82 años salió de su casa y se acercó a la garita de vigilancia. Poco antes había dejado la propiedad un bus enorme que tenía grabada la palabra ‘Turismo’ y que estuvo estacionado por varios minutos frente a la casa. Mujica tenía el andar pausado y un carácter impetuoso, vestía un pantalón azul oscuro y una polera marrón lo protegía del frío. Su pelo estaba alborotado y vimos un rastro de tierra en sus manos cuando nos saludó amablemente. Le propusimos una entrevista y su lado huraño salió.
“Jódanse, ya estoy harto de los periodistas”, fue lo primero que dijo. Luego lo pensó unos segundos, nos vio fijamente y cambió de opinión. “Está bien, aprovecha el tiempo que tengo que volver con los tomates”, reculó.
— ¿Qué tan podrido está de que todos lo quieran ver?
Lo que pasa es que viene mucha gente de todos lados, a veces de Japón, de Turquía. Ha venido un ganadero de Uzbekistán, una cosa increíble. ¡Hasta mongoles!, ¿puedes creerlo? Yo tengo que agradecerle a la gente, lo que pasa es que no puedo atender a todos y a veces no estoy.
Mujica respondió las preguntas sobre Venezuela, Nicolás Maduro, la corrupción, temas de los que siguió hablando hasta hace poco cada vez que la prensa lo buscaba para saber más de su visión. En aquella conversación con El Comercio en el 2017, el Pepe ya descartaba volver a tener un alto cargo en política, como parte de la ciudadanía se lo pedía: “No quiero saber nada de ser presidente, estoy muy viejo”. “Yo pertenezco a una generación que luchó por cambiar el mundo y ahora estoy viejo y solo trato de mejorar mi barrio, que es lo que puedo hacer”.
El expresidente no pudo evitar emocionarse cuando habló del papel de la política, de lo que dijo que no se podía cansar. Explicó que el hombre es un animal político y antes que nada es un animal social, no puede vivir en soledad. “Pero somos individuos y naturalmente tenemos diferencias en el modo de ver las cosas y por eso siempre va a haber conflicto. Y alguien tiene que lidiar con los conflictos para hacer viable la existencia de la sociedad. Ese es el papel de la política”.

El expresidente de Uruguay José Mujica votando en las elecciones presidenciales y parlamentarias del país, en Montevideo, Uruguay, el 27 de octubre de 2024. (Foto de Gastón Britos / EFE)
/ Gastón Britos
José Mujica falleció este 13 de mayo a los 89 años a causa de un cáncer. Pese a que su salud fue empeorando en los últimos meses, se mantuvo fiel a su amor a la política y su modo austero de vivir. Aunque no le gustaban las visitas, o, más bien, aquellas que llegaban sin invitación, es probable que los viajeros sigan llegando a Rincón del Cerro en busca de la casa en la que vivió uno de los políticos más inusuales de los últimos tiempos.
— La última pregunta: ¿qué le diría a quien piensa visitarlo mañana?
No me van a hacer caso, ¡van a venir igual! Pero si pudiera les diría que hay lugares más lindos a los que ir en Uruguay.