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Salió bonito”, dijo. Con la misma naturalidad, podríamos decir que salió bonita su vida, tan bien vivida. Que salieron bonitas una veintena de novelas. Igual de bonitas, las miles de columnas de opinión que servían de brújula a sus lectores frente a una realidad siempre incierta. “Salió bonito” era la frase típica de MVLl para enfrentarse a los tributos, reconocimientos o exposiciones biográficas y bibliográficas. “Yo he dado todas las facilidades, pero no sé de qué se trata. Voy a ver con qué me encuentro”, me dijo cuando le formulé la pregunta tópica sobre los homenajes, en una entrevista previa a una de esas exposiciones sobre su vida a las que él asistía con cierto sentimiento de compromiso, confesando una sensación ambigua. Si fuera por él, habría seguido en su estudio, escribiendo. Eso era, para él, lo más bonito.

Mario Vargas Llosa en el banquete tradicional en honor al Nobel de Literatura. | Foto: AFP

Mario Vargas Llosa en el banquete tradicional en honor al Nobel de Literatura. | Foto: AFP

Mario Vargas Llosa ha muerto. La noticia que ningún periodista había querido escribir la confirmó su hijo Álvaro en las redes sociales. Su mensaje es lacónico: “Nuestro padre ha fallecido hoy en Lima, rodeado de su familia y en paz”. Acompaña su mensaje la carta escrita por los tres hijos, con Gonzalo y Morgana. Reconocen la tristeza que genera su partida, pero nos comparten también su consuelo: “el hecho de que gozó de una vida larga, múltiple y fructífera”. Según las instrucciones del novelista, no habrá ceremonias públicas. Los oficios fúnebres serán solo para el círculo familiar y amigos cercanos. Sus restos serán incinerados.

Tocará a los periodistas escribir sobre su vida y sus múltiples facetas, sus novelas, su influencia política, la huella del cine en su obra, su pasión por el teatro, su labor como periodista, cronista y académico. En estas líneas, empezaremos por recordar al hombre que, sin fingir modestia, consideraba bonita la ceremonia del Nobel. Su amiga, la brasileña Nélida Piñón, me dijo una vez sobre su colega: “Nunca descubrí en él trazos de cinismo”. Ahora reviso sus palabras y advierto su razón. Vargas Llosa estaba siempre lejos de esa actitud escéptica tan de moda en el medio intelectual. Para los creadores latinoamericanos de su generación, fue una batalla constante el poder asumir su vocación de artistas. Por eso, el autor de “La Casa Verde” nunca tomó su vocación como un juego. “Nunca creí que yo podría ser solo un escritor. Siempre pensé que iba a luchar toda la vida para defender un pequeño espacio donde pudiera hacer lo que realmente me importaba. Estoy profundamente agradecido a los dioses o a los diablos de poder dedicar mi vida a lo que me gusta”, me dijo alguna vez. Qué bonitas palabras.

Otro de sus buenos amigos, el escritor Alonso Cueto, señalaba que una de las definiciones de la obra de Vargas Llosa es que se trata de una meditación sobre el poder, la historia de quiénes lo ejercen y de quienes se someten a él. “Si tú quieres ser coherente contigo mismo, si te atreves a hablar de temas sociales, políticos o morales, tienes que mantener una coherencia y ser explícito para tener alguna credibilidad”, nos dijo en otro intercambio de palabras el desaparecido escritor arequipeño. “Siempre hay un riesgo en ello. Y uno de ellos es el de perder amigos”.

Perder amigos no es bonito pero es lo que sucede cuando se mantienen férreas posiciones en tiempos en que todo parece ambiguo y negociable. Abjurar del socialismo y criticar a Fidel Castro en momentos en que ser de izquierda daba los mejores réditos al intelectual barato; definir al PRI en México como “La Dictadura Perfecta” frente a un ofendido Octavio Paz; ganarse enemigos en Israel al defender los derechos de Palestina o sufrir la condena de los sectores más conservadores por su reivindicación del derecho al aborto. Pero había principios que para el escritor era importante mantener.

Por muchos años, una actitud dogmática definió a Vargas Llosa como un escritor de derechas. Luego, su defensa a la democracia corrompida por el gobierno de Fujimori-Montesinos le granjeó enemigos al otro extremo del espectro político. Mario Vargas Llosa nos enseñó a muchos lo importante que es no prejuzgar sin analizar y cotejar la realidad. Que una realidad viva, humana, nunca se puede expresar cabalmente en base a dogmas ideológicos. Que resulta clave advertir los matices y variantes. Esa fue una de las razones por las que escribía los artículos de su columna “Piedra de Toque”: explicar su posición, definirla en función de hechos concretos, anteponiendo siempre sólidos principios. Ello hacía que el escritor siempre escapara a tantos esquemas prefabricados urdidos sobre él.

Diez de diciembre del 2010. Mario Vargas Llosa recibe el Premio Nobel de Literatura del rey de Suecia Carl XVI Gustaf en el Concert Hall de Estocolmo.

Diez de diciembre del 2010. Mario Vargas Llosa recibe el Premio Nobel de Literatura del rey de Suecia Carl XVI Gustaf en el Concert Hall de Estocolmo.

/ HENRIK MONTGOMERY / SCANPIX

Una vez le pregunté si nunca le había tentado la tan humana autocensura, temer quedar mal con alguien por defender algún principio. Recuerdo tal cual su respuesta al ser su énfasis tan claro: “Si actúas así, eres básicamente un oportunista”, disparó. Revisamos el archivo y consignamos el resto de sus palabras: “Si tú crees en las ideas, si tú crees que un intelectual debe opinar y participar en el debate cívico porque tiene un público que puede escucharlo, tienes que tratar de ser honesto y no actuar en función de tus conveniencias. Es justo pensar en ellas, pero no sacrificando cosas en las que crees. A mí siempre me ha parecido eso repugnante. Para eso, mejor no opinar”.

Estos son los momentos en que la inmensa pena que sentimos por la muerte de Mario Vargas Llosa se funde con la obligación de tener que informar sobre ella. Sobre la muerte y la pena. Una pena que gran parte del país empieza a sentir muy cercana. Pero son sus hijos los que, con madurez, nos animan a recordarlo celebrando una vida pródiga e inspiradora. Nos queda a sus lectores ofrecerle el mejor elogio que se puede hacer a un escritor que ya no está: volver a sus libros. Ficciones que siempre nos parecen escritas ayer porque, en el fondo, siempre vuelven al inicio: la denuncia del poder en un país jodido. Hace pocas semanas le pregunté al colombiano Carlos Granés, atento compilador de su obra periodística, qué escribiría MVLL de la coyuntura reciente. Él respondió: “sería aún más pesimista”. En efecto, Vargas Llosa escribiría sobre ese Perú cuyos caminos parecen no conducir a ningún lado salvo hacia el corazón de sus propias tinieblas. Ese país al que no queríamos mirar mientras Vargas Llosa nos animaba siempre a abrir los ojos. Un país tan mal escrito que ha perdido a tan genial escritor.



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