Tal vez hemos buscado la felicidad de forma incorrecta. Nadie nos enseñó a hacerlo, así que no debemos sentirnos mal. No es necesario hacer transformaciones drásticas, solo cambiar el enfoque con el que vemos las cosas.
Para el académico Arthur C. Brooks, profesor de Harvard, la felicidad no reside en conseguir todo lo que queremos, sino en saber discernir entre lo que podemos transformar y lo que debemos, con humildad y madurez, aprender a dejar ir.
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Siempre se ha pensado que la felicidad se obtiene a través de la conquista de nuestros objetivos. Y, aunque tomar acción es parte del proceso, debe ir acompañada de otra llave: la aceptación.
El catedrático sugiere, en una reciente conversación en el podcast de Rich Roll, que la vida es una danza entre la voluntad firme y la rendición consciente, donde aprender a soltar es tan importante como aprender a actuar. El dominio de esta dualidad es, en esencia, el camino hacia una vida más liviana y con mayor significado.

Arthur C. Brooks.
/ arthurbrooks.com
Brooks ilustra este equilibrio con ejemplos concretos. Durante los incendios forestales en Los Ángeles, la prioridad era actuar: evacuar, proteger a los seres queridos, salvaguardar lo esencial. Pero una vez hecho todo lo humanamente posible, lo siguiente era entregarse a la incertidumbre del desenlace. En palabras de Rich Roll, entrevistador y testigo de esos incendios: “haces todo lo que puedes, y luego te rindes”.
En el ámbito familiar, muchos padres se angustian por el futuro espiritual o moral de sus hijos, deseando controlar sus creencias, decisiones y destino. Sin embargo, Brooks sugiere que, tras guiar y educar, llega un momento en que debemos soltar y confiar en su camino.
Este equilibrio entre acción y aceptación se vuelve especialmente conmovedor cuando se trata del dolor y la pérdida. ¿Qué hacer ante la devastación de perder un hogar o sufrir una tragedia personal? Para Brooks, el sufrimiento es inevitable, pero hay una vía inesperada para atravesarlo: ayudar a otros. Estudios de neurociencia respaldan esta idea, mostrando que aliviamos nuestro propio dolor cuando nos enfocamos en aliviar el ajeno. En lugar de girar en torno al vacío, actuar desde la compasión puede devolvernos un sentido renovado.
Así, la felicidad no se trata de tener más, sino de sufrir menos por lo que no controlamos. Es un equilibrio que se cultiva día a día entre el hacer y el soltar, entre la ambición y la serenidad.