Entre agosto y septiembre del 2001, el diario El Comercio publicó una serie de tres entregas bajo el título “Carta de París”. En ellas, Mario Vargas Llosa repasaba en primera persona sus años de formación como escritor en Europa, desde su llegada a París en los años 50 hasta su paso por Londres y su traslado a Barcelona durante el auge del llamado “boom latinoamericano”.
En estas crónicas, el Nobel peruano reconstruye episodios clave de su trayectoria: sus primeras dificultades económicas, sus lecturas fundamentales, el descubrimiento de la literatura latinoamericana, la vida entre cafés y teatros, el inicio de su carrera literaria y su posterior incursión en la política.

Mario Vargas Llosa en la oficina de su casa de Barranco, Lima.
/ NANCY CHAPPELL VOYSEST
Vuelta al pasado (I)
Sábado, 11 de agosto del 2001
Vargas Llosa vive en París cerca de la Place Saint Sulpice, a pocos metros del primer departamento que ocupó en la rue de Tournon. Cuarenta años después y millones de libros más tarde, con fama y fortuna en el bolsillo, el gran señor de la literatura de lengua española volvió a París “para escribir y poder ir al cine”. Todos los días. Su rutina es invariable y luego de pasar seis horas escribiendo, bajo el retrato que le hizo Botero —mofletudo, con vaga pinta de enano en el más puro estilo boterista, pero inconfundiblemente Mario, se marcha al cine. Ve de todo con igual ilusión. Solo París tiene la cartelera con la que sueña y el anonimato para pasear tranquilo por las calles y sentarse en los cafés que conoce tan bien.
Ese día, en la planta baja del Café de Flore, británicamente puntual, sentado en medio del bullicio de esa tarde de canícula de principios del verano, recuerda cómo hace casi medio siglo aterrizó en París:
“…llegué en el auto de un boliviano, compartíamos la gasolina, venía de España con Julia, con la promesa de una beca que no me dieron. Anduvimos buscando un hotel, nos mandaron a uno pero estaba lleno. La dueña nos envió entonces al Wetter Hotel, que significa tiempo en alemán… lo divertido es que años antes allí había vivido García Márquez, eso solo lo supe años después, pero la patrona del hotel era la misma. Cuando me di cuenta que no tenía ni beca ni dinero para pagarle, hablé con ella, con Madame Lacroix, que era ‘auvergnate’, gente que tiene fama de ser muy tacaña. Le dije que no tenía dinero para pagarle. Nunca me olvidaré de esa señora… Sin ningún tipo de sentimentalismo me dijo: ‘No le voy a dar ese cuarto, lo voy a mandar a la buhardilla, que es el cuarto más barato. Es bastante incómodo pero le voy a permitir que tenga un primus para cocinar.’ Tengo una gratitud eterna con ella. Al día siguiente con Julia salimos a buscar trabajo.
Julia encontró trabajo en la Librería Española, no la de la rue de Seine sino una en la rue Monsieur le Prince. La librería todavía existe pero el librero ya murió. El dueño era un anarquista casado con una francesa. La mujer era la pragmática. Julia pasaba los esténciles.
Vivía esa época con gran entusiasmo, comencé a leer a los franceses, a los clásicos, yo desde chico había leído a Alejandro Dumas, pero aquí descubrí la literatura latinoamericana que yo no conocía ni tampoco me importaba antes… aquí conocí a Cortázar, a Carlos Fuentes, a Carpentier… iba mucho al teatro que entonces era muy barato y muy bueno, a ver a Corneille, Racine, Molière, a oír el acento de la Comédie Française; yo siempre había soñado con ver eso. Iba al Teatro Nacional Popular a ver a Jean Vilar, también llegué a ver a Gérard Philipe, a Pierre Brasseur…
Empecé a buscar trabajo como loco, por todas partes, como profesor de español, como traductor. Ya estábamos casi sin dinero, al borde de la catástrofe, comíamos solo una vez al día, cuando me llamó un amigo, Carlos Espinoza, que era profesor de la escuela Berlitz, y me avisó que había un concurso para profesor de español. Me presenté, pero exigían la pronunciación castellana, o sea que durante el cursillo me impuse a hablar con z’s y c’s y ‘vosotros’ y gané el concurso.
El primer mes me pagaron 10 mil francos que son 100 francos ahora, pero con lo cual ya comíamos tranquilos. Yo quería tanto ser escritor que para mí era como la prueba de fuego. Yo me decía: si consigo sobrevivir en París, entonces yo voy a ser escritor.
Como yo era recién llegado no tenía muchos alumnos y trabajaba en los cafés, escribía como un loco… ¡Tenía un entusiasmo! Para sobrevivir en Lima había tenido siete puestos, esto era como tener una beca. Estaba escribiendo “La ciudad y los perros.”
La venida a Europa fue muy interesante porque si alguna vez había tenido la idea del desarraigo, en Europa me di cuenta que yo nunca sería un francés. Aquí descubrí que era un latinoamericano, que había una comunidad latinoamericana, de la cual el Perú era apenas una parte.
Yo decidí el año 58 en Madrid que iba a tratar de ser escritor y que iba a organizar mi vida enteramente alrededor de eso. Que probablemente tendría que ahorrar para publicar mis libros y que eso siempre sería mi destino hasta que me muera…”
Vuelta al pasado (II)
Sábado, 18 de agosto del 2001
“…Nadie podía entonces sospechar que un escritor latinoamericano iba a vivir de sus libros. Eso era totalmente inconcebible. La gran revolución es a partir de los años 60, empieza en España, con Seix Barral y con el premio Biblioteca Breve de Seix Barral… también en Francia empieza una moda… el año 63 llega aquí Borges que deslumbró.
Dio dos conferencias en el Institut de l’Amérique Latine y fue absolutamente brillante. Los franceses quedaron muy impresionados. Era capaz de hablarles en francés con una elegancia, con una desenvoltura… Era capaz de hacer unas combinaciones que muy difícilmente un escritor francés puede hacer… un escritor francés nace con el peso de su tradición, nace dentro de una tradición tan rica que es como una camisa de fuerza.
Viví un año y medio en el Wetter Hotel. De allí me mudé al 17 de la rue de Toumon, a escasos metros de donde vivo hoy, a un departamentito que me cedió Daniel Bailón, un crítico de arte argentino que ya murió. Gérard Philipe era el dueño de la casa de la cual este departamento era algo así como la cola. Cuando yo me mudé Gérard Philipe ya había muerto, y contaba Bailón que cuando él vivía allí, había oído a veces tardes o mañanas enteras a Philipe ensayando un solo párrafo de una obra que iba a representar, horas de horas, una y otra vez.
El trabajo y el éxito
Después tuve un trabajo más estable, mejor pagado y sobre todo más cómodo en la Radio Televisión Francesa (RTF). Este trabajo era de noche, y en Francia las horas de noche se pagan el doble. Eso me dejaba las horas del día libres para escribir. Tenía un programa que me divertía mucho hacer y que se llamaba ‘La literatura en debate’. Cada semana comenzábamos un libro… así fue como descubrí a García Márquez. La editorial Julliard me mandó un librito en francés que se llamaba ’Pas de lettre pour le colonel’ (’El coronel no tiene quien le escriba’), me pareció una novelita preciosa… Allí me quedé hasta que me fui de París.
Estos años en París fueron fundamentales porque de pronto empezaron a ocurrir cosas absolutamente estimulantes para mi trabajo: empecé a ser editado, a ser traducido, a ser conocido. Cuando me fui ya había publicado ‘Los jefes’, ‘La ciudad y los perros’, ‘La casa verde’ y había empezado a trabajar ‘Conversación en La Catedral’. La gran transformación para mí fue ‘La ciudad y los perros’. Cuando la terminé aquí en París pensé: ¿Y ahora cómo publico esto? Empecé a buscar editores. El libro fue rechazado por muchas editoriales. Lo rechazó una editorial española que salía aquí en Francia y se llamaba Ruedo Ibérico. Sebastián Salazar Bondy, a quien le había mandado una copia, lo ofreció a la Editorial Losada en Buenos Aires, que también lo rechazó… a mí quien me consiguió el editor fue un crítico francés que se llamaba Claude Couffon, profesor de la Sorbona que impulsaba mucho la cosa iberoamericana. Leyó la novela y le gustó. Trató de que se publicara traducida al francés, pero también falló. Finalmente se la propuso a Carlos Barral, quien la leyó y decidió publicarla pese a la censura de Franco. Habían pasado seis meses y yo estaba deprimido cuando recibí el telegrama de Barral que cambió mi vida. Publicó la novela y el libro tuvo un éxito que Carlos Barral no había esperado nunca…
Cuando llegué a Francia todo me deslumbraba. Ninguna ciudad en el mundo tiene esa aureola mítica que la literatura le ha dado a París. A Sartre lo escuché por esos años en la Mutualité pidiendo la libertad para Hugo Blanco. Malraux era una persona por la cual he tenido gran admiración, y cuando era ministro, yo como periodista tenía que cubrir muchas de sus actuaciones públicas. Era un orador absolutamente deslumbrante: hablaba como escribía. Cuando la visita oficial de Prado a París, le tocó hablar a nombre del gobierno en el Square de l’Amérique Latine. Nunca me olvidaré su discurso porque en cinco minutos se inventó un Perú. En un momento dado habló de ‘esas princesas inca que morían sobre las nieves de los Andes abrazadas a sus papagayos multicolores’.
Sin embargo, a partir del año 63, 64 o quizás un poquito más adelante, me empecé a sentir absolutamente harto del mal humor de los parisinos…”
Vuelta al pasado (III)
Sábado, 25 de agosto del 2001
“A mediados de los años sesenta el gobierno inglés estaba impulsando una apertura hacia otros idiomas y otras culturas. Yo presenté mi candidatura como profesor de español en Londres y fui aceptado. Cuando llegué a Dover me subí al tren y me pusieron una taza de té y una galleta en la mano, pensé: ahora ya sé lo que quiere decir civilización. Me siento mucho menos en casa en Londres que en París. En cambio tengo una admiración por el civismo de los ingleses que no he encontrado en ninguna parte del mundo. Ese respeto a la legalidad solo lo he vivido en Inglaterra. El inglés, si viola la legalidad, sabe que la viola; en cambio en Francia se está mucho más cerca de lo nuestro, de esos acomodos con la condena que son típicamente latinoamericanos… pero esas cosas que quizás en las relaciones personales hacen la vida más vivible, en cambio no crean una civilización. Mi relación con Inglaterra es distinta a lo que es con Francia y a pesar de que no me siento extranjero en ninguna parte, en Inglaterra todos somos extranjeros.
El otro gran cambio en mi vida es el encuentro con Carmen Balsells. Después de unos años en Inglaterra un día Carmen me llama y me dice: ‘Renuncia a la universidad hoy mismo y dedícate solo a escribir. Tú vas a poder vivir de tus libros’. Yo ya tenía dos hijos y me daba miedo dejar lo seguro. Carmen insistió y entonces comenzó a darme 500 dólares todos los meses como adelanto. Poco tiempo después dejé Inglaterra y me fui a vivir a Barcelona, coincide que es a partir de ese momento que el ‘boom’ cobra mayor difusión. En Barcelona estaban muchos escritores latinoamericanos, era el momento del apogeo…”
El hombre y la política
“Para mí en esa época la política no estaba disociada de la literatura, de lo que se llamaba la ‘littérature engagée’, la literatura comprometida. Yo entré a hacer política por razones más cívicas, más morales. La ilusión de que había un ambiente muy propicio en el Perú para hacer el tipo de reformas que yo estaba defendiendo ya hacía tiempo como escritor, en artículos, en polémicas, y en un momento dado eso nos pareció a muchos peruanos que se concretaba. Estábamos errados, pero en fin, la experiencia fue muy instructiva. Ahora bien, es una experiencia que no repetiría nunca. Entré en eso, entre otras cosas, para tratar de salvar la democracia en el Perú. La democracia desapareció exactamente dos años después con el golpe de Estado del señor Fujimori, que inauguró después de esta campaña un período completamente siniestro, no solamente por las matanzas y las torturas, sino que empezó una era de corrupción que desbordó el ámbito de lo político largamente e infectó a toda la sociedad peruana. Para mí la política era una transición. Si yo hubiera ganado las elecciones hubiera trabajado muy fuerte cinco años para luego regresar a mi escritorio.”
Hay ciertas concesiones que se tienen que hacer para ser un político y que para mí son absolutamente inaceptables. Eso empecé a percibirlo bastante antes del fracaso electoral. Pero mis lazos con el Perú no han cambiado… Para un escritor no hay experiencia mala. Toda experiencia se transforma en material de trabajo.”
La pasión literaria
“¿Qué es un país para una persona? Son unos paisajes, unas imágenes, algunos recuerdos. No hay más. Pero esta es una realidad que a mí me ha formado. Hay ciertos olores, hay una cosa en el lenguaje, hay la manera peruana de hablar el español que es con la que yo escribo. Hay una continuidad en mi vida que es clarísima… mi vocación.
La literatura sigue siendo mi gran pasión. Ahora que soy viejo tengo una comodidad para ejercerla que nunca pensé tener, pero eso no ha cambiado en lo esencial lo que es mi relación con la literatura.”