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Arana es como el abogado en el juicio de la lideresa. Mientras el coro de los leales se rasgan las vestiduras y gimotean su respaldo incondicional a la jefa encabritada, él es el único que puede decirle ‘esto sí, esto no’, gozando de su atención. Arana se ganó el apelativo de ‘premier en la sombra’, validad públicamente por el ex premier Alberto Otárola, una fuente autorizada. Otárola solo convivió 5 meses con Arana en el gabinete; pero conversé con alguien que tuvo el fajín una temporada más y me dijo, sin dudarlo: “es el premier en la sombra, es inteligente y si no lo ves adulando a la presidenta es porque ha sabido marcar su espacio, sus maneras”. Es cierto que lo ayuda su función de Minjus que es, precisamente, la de una suerte de abogado del poder presidencial; pero su personalidad yin es clave para lograr sus objetivos sin pecar de franelero.

Nota sobre Otárola y su sucesor Gustavo Adrianzén: no era ni adulón ni distante con Dina mientras presidió la PCM (ahora mete cuchillo si lo maltratan). Tiene una notoria diferencia con Adrianzén. Alberto impuso su experiencia política y su aplomo en la primera mitad del gobierno de Dina, al punto que llegó a apantallarla. No era ‘premier en la sombra’ sino auténtico premier haciendo sombra a la presidenta. Gustavo, en cambio, nunca desborda su posición de segundón ni interfiere en el camino de los ministros que se acercan a adularla o, como el recientemente censurado Juan José Santiváñez, a abrazarla. Uno podría pensar que ‘Juanjo el intenso’ se pasó de confianzudo con esas sobaditas a la paletilla presidencial, pero ella le correspondía con palmaditas en sus omóplatos. No hay nada sexy en esto, no se confundan, es un asexuado ritual del primer matriarcado presidencialista peruano. Adrianzén también se somete a él sin chistar ni trastabillar en las entrevistas donde hace inevitablemente de escudero; aunque muestra su fastidio de forma mucho más perceptible que el leve rictus de Arana, frunce el ceño como un acordeón.

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Morgan Quero es el yang -el polo expansivo, abierto, elocuente-, una suerte de ideólogo querendón de la figura presidencial, el que más fuerte gritó, ¡golpe blanco!, cuando el asunto de la cirugía se puso urticante. Probablemente, fue él quien sugirió utilizar la teoría del estrangulamiento jurídico mediático de un presidente, inspirado en el concepto ‘soft coup’ de Gene Sharp. No es un mero adulón o ayayero, eso sería minimizar su rol en el ‘dinismo’ o ‘boluartismo’ si tal cosa existe y pasa a la historia.

Quero quiere a Dina de veras, lo dice y lo ha demostrado desde que fue su jefe de gabinete de asesores en el Midis. No insinúo una relación sentimental para nada; sino una verdadera admiración por su lideresa, de esas que ya no se ven en el Perú, con la excepción, tal vez, de algunos fujimoristas por Keiko. Una de las razones de la querencia de Morgan por Dina es que se trata de un politólogo que ha estudiado la naturaleza del poder y, una vez en el Estado, se apasionó con la primera concreción de un liderazgo nacional al que le tocó servir. Precario, limitadísimo, frívolo, inescrupuloso; pero es lo que le tocó, es lo que hay.

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A pesar de que fue apartado de mala manera de la jefatura del gabinete técnico de la presidenta en diciembre del 2023; no rompió palitos con ella, sino que volvió el 1 de abril del 2024, empoderado como ministro de Educación. Ya no era un funcionario, ahora era un político. Su reemplazo en el gabinete técnico, Fredy Hinojosa, dio un paso atrevido en el dinismo, se convirtió en vocero presidencial. Pero no podía trasmitir su opinión ni comunicar decisiones de Estado, sino, tan solo, defender a la presidenta, que es de lo único que se le preguntaba en las conferencias de prensa. Mientras duró su aventura (la cortó el escándalo de Qali Warma, el programa del que había sido jefe), no fue ni un político ni un intelectual orgánico, sino alguien más próximo a la figura del ‘piquichón’.

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Cosa de hombres

La presidenta sí es sensible a la adulación, pero no especialmente al floro y la retórica de los elogios. Si hay algo que sorprendió y atrasó a todo su entorno masculino y al país entero, fue la arremetida del gobernador de Ayacucho, Wilfredo Oscorima. Entró a Palacio con la viada del que patea una puerta, tomó el toro por las astas y le regaló -prestó según su defensa legal y la de Boluarte- Rolex y joyas. Ella tuvo que acuñar un término para él, su ‘wayki’ o amigo del alma andina. No era un mero adulador sino un ‘andean lover’ con argumentos de representación política explicados con tal capacidad de persuasión que -tal como ella contó- la convencieron de que una presidenta tenía que lucir alhajada y emperifollada para encarnar al Perú en el extranjero.

“Fíjate que todo esto pasa con hombres, el gabinete empezó casi paritario y ahora quedan apenas tres mujeres”, me subraya mi fuente ex ministerial. O sea, Dina es especialmente sensible a la seducción política y a la adulación de los hombres. Las críticas, vengan de hombres o de mujeres, son acoso político según la ministra de la Mujer, Fanny Montellanos. Eso sí, mujer que pase por esa cartera, debe suscribir la tesis del acoso político, que era una suerte de golpe blanco con enfoque de género.

Recuerden cómo la presidenta defendió a Santiváñez llamándolo “un hombre valiente”; cómo se preocupó por conseguirle un trabajo -¡quiso nombrarlo embajador en el Vaticano!- al ex ministro Julio Demartini, su heredero en el Midis; miren cómo se ha llenado de hombres uniformados en el flamante ‘Cuarto de Guerra’ para monitorear el combate a la inseguridad; pregúntense cómo no hay mujeres en su círculo decisorio: Arana, Quero, Adrianzén, Hinojosa, el secretario del despacho presidencial Enrique Vílchez y, presuntamente, Nicanor Boluarte. Su defensa legal también es masculina (Juan Carlos Portugal y Joseph Campos). Sus amigas y colaboradoras más cercanas, como Patricia Muriano y Grika Asayag, no tuvieron papeles destacados en su gestión y ahora son potenciales enemigas.

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El defenestrar o dejar irse a varias ministras es otro indicador de esta preferencia. A Hania Pérez de Cuéllar, como contamos en una crónica pasada, la sacó por sorpresa, ni siquiera la despidió por teléfono. No la consideraba leal, pues trascendió que se había reunido con Harvey Colchado. A Leslie Urteaga, cuando fue ministra de Cultura, la sacó sin mucha pena. Según mis fuentes, fue una concesión a los empresarios que protestan por la tramitología de los CIRA (Certificado de Inexistencia de Restos Arqueológicos) y a las autoridades de cultura del Cusco con las que esta chocó. Precisamente, fue reemplazada por un cusqueño, Fabricio Valencia, dado a la adulación: dijo, en una ceremonia, que “en 14 mil años de presencia humana, en primera vez que una mujer dirige el destino de todos los peruanos”. Más allá de que ello sea rigurosamente cierto o no, vaya elogio superlativo. Como superlativa fue, la comparación que su entorno y algunos ministros y ministras intentaron hacerle con Micaela Bastidas, la mujer de Túpac Amaru II, a raíz de un retrato de la heroína donado a Palacio. La propia Dina ensayó esa aproximación/apropiación histórica, afirmando que Micaela era apurimeña como ella, algo desmentido por la mayoría de historiadores, que la tienen por cusqueña.

Leslie Urteaga, que adulona no es pero sí leal, se mantuvo en la órbita presidencial y volvió enrocada al Midis. Mi fuente me contó de lo enfática que es Dina cuando reclama a los ministros, en pleno consejo, que sean firmes al defenderse entre ellos. “Si atacan a uno atacan a todos” les dice y los llama a poner en práctica esa máxima. Queda sobreentendido que si un ministro, según la prédica dinista, está obligado a defender con uñas y dientes a su colega, ¡con mayor razón ha de defender a su presidenta!

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Dina Boluarte no es la feminista empoderada que brega por igualdad para su género; es la matriarca que disfruta de la adulación y de la obediencia de sus hombres subalternos. Me contaron que está al tanto de cada defensa personal que un ministro entrevistado haga de ella. Su equipo de comunicaciones le marca esos precisos instantes. Ella no solo toma nota sino que, en más de una ocasión, le ha agradecido o reprochado a un ministro por lo que dijo o no dijo. Hay ministros que dan entrevistas con la prioridad de dejar constancia de que defendieron a la presidenta y, en segundo lugar, para hablar de su sector. Pequeñas miserias, prerrogativas y, a veces, encantos, de la corte de los elogios de Dina Boluarte.



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