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En un ambiente de optimismo, democristianos y socialdemócratas alemanes encararon este viernes la segunda y decisiva fase de las negociaciones para formar una coalición de Gobierno. Es una negociación extraña, sin dramas ni suspense, salvo la fecha definitiva en la que Friedrich Merz podrá ser investido canciller. Aunque queden puntos de fricción, como la política migratoria o la fiscalidad, está fuera de duda que habrá un acuerdo. Pero queda, al menos, un interrogante: ¿cómo se llamará la coalición?

El nombre que viene primero a la mente, y que se ha usado desde las elecciones del 23 de febrero, es gran coalición. Así se han denominado las cuatro coaliciones entre, de un lado, la CDU y su hermana bávara, la CSU, y del otro, el SPD. Sucedió entre 1966 y 1969. Y, de nuevo, entre 2005 y 2009, y, durante dos legislaturas seguidas, entre 2013 y 2021. Era la Grosse Koalition, la GroKo, según su acrónimo alemán. Dos partidos hegemónicos, los que, en sus mejores tiempos, superaban el 90% de votos en las elecciones y el 96% de escaños.

Pero, ¿puede llamarse gran coalición a dos partidos que, juntos, hoy suman un 45% de votos y un 52% de escaños? ¿Es una GroKo la que reúne a una CDU/CSU disminuida y por debajo del 30% y a un SPD en el 16%, tercera posición y por detrás de la extrema derecha de AfD? ¿O en realidad no es más que una KleiKo, una Kleine Koalition, pequeña coalición en alemán?

Hace unos días el democristiano Merz lanzó el debate en las páginas del diario Bild: “Con estas mayorías tan ajustadas en el Parlamento no se puede denominar GroKo a la coalición que prevemos”. Merz sugería “coalición negrirroja de trabajo”. Una manera de reflejar los colores de sus componentes (los negros son los democristianos y los rojos, los socialdemócratas), y de enviar un mensaje: los socios no se entretendrán en peleas internas como la coalición anterior e irán a lo importante. Otra opción es “coalición del despertar y la renovación”.

Demostrar valía

“Es una pequeña gran coalición que debe demostrar su valía”, aporta por teléfono el diputado socialdemócrata Nils Schmid. “La idea es que esta coalición deberá realizar un muy buen trabajo para merecer el adjetivo grande”, añade Schmid, que participó en la primera fase de las negociaciones con los democristianos, 17 grupos de trabajo que han preparado los documentos para la fase final que empieza ahora.

La futura oposición también ha hecho sus propuestas. Los liberales de FDP, indignados por el plan de endeudamiento adoptado la semana pasada en el Bundestag, llaman al Gobierno de democristianos y socialdemócratas la coalición de las deudas, o Schuldenkoalition. En su acrónimo alemán, SchuKo. Los Verdes les llaman BlackRot. Black es negro en inglés, el color de la CDU/CSU. Rot, rojo en alemán. BlackRot suena como Blackrock, el mayor fondo de inversiones del mundo, para el que Merz trabajó, y en el que se enriqueció, cuando se apartó de la política.

Si es difícil bautizar a esta nueva coalición, no es porque a los alemanes les falte creatividad, como demuestran hallazgos como la BlackRot. La coalición que gobernó entre 2021 y noviembre de 2024 era el semáforo, por los colores de sus tres partidos: el rojo del SPD, el amarillo liberal y Los Verdes. A la hora de especular sobre posibles combinaciones de partidos tras cada elección, surgen nombres que reflejan las banderas de distintos países. Está la coalición Jamaica, entre negros, amarillos y verdes. O la coalición Kenia, entre negros, rojos y verdes. Incluso la coalición Alemania: negros, amarillos y rojos.

En lo inmediato, Merz y el SPD deben pactar el llamado contrato de coalición, y es lo que harán en sesiones alternadas entre la sede del SPD, la CDU y la embajada en Berlín de Baviera, Estado federado gobernado por la CSU. Esta es la misión de los 19 dirigentes que este viernes empezaron a negociar los flecos en cuestiones fundamentales como qué impuestos suben o bajan, las políticas para reducir el número de demandantes de asilo o la reforma constitucional para invertir hasta un billón de euros en defensa, infraestructuras y medio ambiente.

La adopción de la reforma constitucional en el Bundestag “ha facilitado las cosas [para la negociación], porque ha creado margen de maniobra presupuestaria”, dice el diputado Schmid. “Es una bendición para el próximo ministro de Finanzas”. Al mismo tiempo, el plan de endeudamiento socava la credibilidad del futuro canciller, que hasta el mismo día de las elecciones negó que este fuera su proyecto.

Se le acusa, principalmente entre los conservadores, de haber roto su palabra, y de alimentar así —y este un reproche que se escucha en la izquierda— la desconfianza en la política y de disparar el voto extremista. “Tiene un problema estratégico”, comentaba hace unos días una veterana diputada ecologista en los pasillos del Bundestag. “No piensa las cosas hasta el final”.



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