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Nunca habíamos hecho tantos malabares para informar como los que venimos haciendo desde hace más de tres meses, después de que la Administración del presidente Donald Trump cancelara los fondos de la cooperación estadounidense que eran claves para sostener a Divergentes. Es decir, un medio de comunicación independiente de Nicaragua, basado en el exilio debido a la sistemática represión de la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

A ver, no es que no estemos acostumbrados al malabarismo. Cuando investigas, informas y dirigís un medio de comunicación crítico bajo un régimen totalitario y machacador, los periodistas nos convertimos en una suerte de malabaristas. Malabares entre lo emocional, lo económico, la logística, la seguridad y la autocensura. En otras palabras, no dejar de publicar ni un sólo día mientras gestionamos estos frentes que resultan más difíciles cuando estás en el exilio.

A partir de 2018, el régimen Ortega-Murillo (ahora “copresidencial”) puso en su lista de enemigos prioritarios al periodismo nicaragüense. Los reporteros fueron claves para documentar los crímenes de lesa humanidad que se cometieron durante las protestas sociales de ese año (y los que siguen cometiendo). Si bien el régimen sandinista ha desarticulado a la oposición en general, partidos políticos, organizaciones de sociedad civil, al empresariado crítico, a la Iglesia católica, universidades, médicos, a la cultura (similar al dictador camboyano Pol Pot) y organismos de derechos humanos, a los medios de comunicación no ha podido exterminarlos.

La pareja “copresidencial” nos sigue pegando abajo, allí donde más duele: ha asesinado un periodista, encarcelado, desaparecido y exiliado a más de 280 reporteros, directores y funcionarios de medios. Ha criminalizado el oficio con la confiscación de redacciones y casas particulares. Ha despojado nacionalidades, congelado cuentas, perseguido y hostigado a nuestras familias; extinguido los periódicos impresos (somos el único país del hemisferio occidental sin uno) y recientemente bloqueado sitios webs. Pero no hemos callado y lidiamos con la logística que implica sacar adelante una publicación en un contexto tan enconado.

Nicaragua

Antes, cuando estábamos en Nicaragua, era torear la inminencia de un arresto, vivir en fuga, escondido, de casa en casa, con el temor de los familiares por nuestro oficio. Nos volvimos apestados y nuestros allegados nos rechazan por un terror entendible. Eso pasa factura emocional. Los que amas te dejan o se alejan. Y desde hace casi un quinquenio, resistimos en el exilio con la variante económica, ya que Costa Rica, donde nos concentramos muchos, es un país carísimo para comer y alquilar un techo. Sufrimos una creciente precarización del oficio y hemos venido perdiendo nuestro país cada día, sin pasaportes o viendo morir a nuestros familiares sin poder acudir a enterrarlos. La represión extraterritorial es una nueva arma del régimen y la cooperación internacional ha sido clave para sortear ese panorama que, para no alargar más este artículo, aún es más denso y solo queda pintado en estas líneas de manera general.

Hay que hablar sin ambages, con sinceridad porque, como dijo nuestro poeta Rubén Dario, “ser sincero es ser potente”: Los usuales malabares para sostener un medio de comunicación nunca habían sido tan complejos como ahora, tras la baja de la cooperación internacional, especialmente la de Estados Unidos. ¿Se imaginan lo que implica mantener un periodismo riguroso, de investigación, útil –que por su naturaleza es costoso– y con cada vez menos fuentes disponibles por el miedo, siendo más metódicos con la administración del anonimato necesario para proteger? ¿Producir en formatos multiplataformas como lo hacemos en Divergentes, mientras, al mismo tiempo, buscamos cómo sacar de Nicaragua por “puntos ciegos” a un periodista asediado policialmente durante su tratamiento de cáncer? ¿Traer a ese periodista a Costa Rica y buscar las maneras de garantizarles sus quimioterapias en tanto logramos inscribirlo en el seguro social tico? Somos periodistas exiliados sin garantías sociales. Nos pasó y nos sigue pasando.

En las últimas semanas, con dolor, ya hemos tenido que prescindir de talentosos reporteros y colaboradores. Es duro porque recuperarlos será cuesta arriba, porque no existe relevo generacional. Ya casi nadie quiere ejercer este oficio de riesgo en Nicaragua. Hemos recortado aquí y allá, tratando de alargar lo más que podamos nuestra operación. Eso es solo un ejemplo de nuestra redacción, pero hay centenares de casos de colegas que con el recorte de la cooperación han dejado el oficio para ponerse a hacer Uber, despachar en carnicerías o buscar otros trabajos para mantenerse ellos y sus familias, entre las que hay mucha niñez. Si bien pierde el periodista, pierde toda la sociedad nicaragüense, regional y hasta el mismo Estados Unidos. Se pierden voces con método periodístico. Megáfonos que resultan invaluables porque desnudan los autoritarismos y las satrapías que tienen implicaciones comunes, empezando por la migración.

Nicaragua

Uno de los principales argumentos para cerrar USAID es que los fondos otorgados “no responden a los intereses” de Estados Unidos. Diferimos mucho de eso porque, desde el terreno y nuestra experiencia, podemos decir con pruebas en mano, gracias a nuestra labor de reporteo, que somos clave para el hemisferio por varios elementos que combinan geopolítica, migración, estabilidad regional, democracia y derechos humanos.

A falta de instituciones y contrapesos efectivos, en Nicaragua los periodistas nos hemos erigido como ese pilar de apoyo para las instituciones, oposición y organizaciones civiles arrasadas por la represión Ortega-Murillo. Les damos voz y alcance nacional e internacional. Aquí sí abundan ejemplos: Investigamos y contamos cómo los nicas no pueden profesar su fe con libertad. O indagamos sobre la relación de Ortega y Murillo con actores antagónicos para Washington como Rusia, China e Irán. Explicamos cómo la pareja presidencial instrumentaliza –y usa como negocio– la migración para chantajear a Estados Unidos. O revelamos la política sandinista ante el narcotráfico que, extrañamente, ha incautado más dinero que cocaína en los últimos años. O las puertas que abren los corruptos para el lavado de dinero, con miras a llevarlos a Miami, otras ciudades norteamericanas y europeas.

Pero sobre todo, pujamos por defender valores y principios occidentales en los que creemos: la democracia –aun con sus complejidades–, las libertades, las instituciones y –en titular grande– la defensa de los derechos humanos. El compromiso insoslayable con las víctimas de crímenes de lesa humanidad. Valores que, a tenor de la historia, nos deberían incumbir a todos, desde aquí en la estrecha cintura de América, a Estados Unidos y Europa.

Pero más que el recorte de la ayuda de USAID, la nueva Administración Trump ha validado la estigmatización que hacen los Ortega-Murillo, Nicolás Maduro en Venezuela y los Castro en Cuba sobre el periodismo: que somos “mercenarios pagados” por Washington o que nos hemos “enriquecido” con esos fondos de cooperación, cuando rendimos cuenta de cada dólar recibido. Así como nuestro trabajo es público, nuestra gestión de recursos es totalmente auditable. Si fuese como dicen estos dictadores, nuestros colegas no estuvieran haciendo Uber ni buscando, desesperadamente, cómo migrar a Estados Unidos o Europa.

Esto es algo que otros colegas de Cuba y Venezuela ya venían comentando, pero que ahora se dice con claridad: al abandonar a los medios de comunicación, la administración republicana le da a estas tres dictaduras lo que por décadas no habían podido: silenciar a los periodistas. Y el secretario Marco Rubio sabe muy bien esto y si no, le contamos: En Managua, por ejemplo, el Gobierno paga vallas de publicidad rodantes que insisten con sus mensajes de que somos “ladrones, corruptos y vendidos al imperio”. Más allá de la cooperación, se trata de una tercia de las libertades contra el autoritarismo y el totalitarismo.

A pesar de eso, el periodismo siempre resiste. Desde Divergentes creemos que los regímenes abyectos y estas visiones castrantes de la libertad pasan y el periodismo queda. En ese sentido, desde nuestra redacción estamos buscando las formas de seguir adelante. Es imposible monetizar de manera tradicional en Nicaragua, en otras palabras vender anuncios, sobre todo cuando estos tiranos atropellan a los empresarios que osan a pautarse. No hay un mercado para cobrar suscripciones a audiencias que viven siempre al borde de la pobreza, priorizando el pan, el queso y los frijoles.

De modo que, desde Divergentes, hemos lanzado una campaña para buscar cómplices urgentes para seguir denunciando e informando en un contexto hostil. Ya no solo somos un periodismo en resistencia, sino uno que debe reinventarse a las nuevas formas de consumo de información, pero también a las realidades actuales, donde las fuentes de cooperación internacional que permitían buena parte de nuestras operaciones merman y la desinformación campea.

Nuestra campaña también busca llegar a una Europa sumida en sus propias dificultades, más cercanas como la invasión de Ucrania. El Atlántico que divide a Centroamérica y Europa nunca había sido tan ancho, sobre todo con esta carrera por rearmarse ante la amenaza latente de Putin. Sin embargo, los dirigentes europeos no deberían olvidar a esta región porque los periodistas, como apuntamos antes, somos clave para entender lo que ocurre en estas latitudes, y que a mediano plazo también tienen efectos en sus países, como la migración y el respeto a los derechos humanos como un principio compartido que no acepta chantajes ni negociaciones.

La campaña “Sé cómplice de la verdad”, insistimos, no pretende vender noticias, sino busca recaudar fondos. Reforzar la conexión con su audiencia y crear una comunidad comprometida con el derecho a la información, tanto en Nicaragua, Centroamérica, Estados Unidos y Europa. El desafío es necesario y compartido.



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