Un grupo de cadetes del colegio Leoncio Prado empieza a trotar. No es una mañana cualquiera en el recinto militar donde Mario Vargas Llosa comenzó a forjarse como un hombre de letras, escribiendo cartas de amor a pedido para sus compañeros de cuarto, incapaces de cortejar a quinceañeras de inicios de los años cincuenta. Un dron sobrevuela el colegio, pegado al océano Pacífico, en el Callao. El alumno más ilustre del Leoncio Prado está de cumpleaños y los uniformados le han rendido homenaje formando sus iniciales. Es uno de tantos actos celebrativos en este 28 de marzo, pero acaso el más ilustrativo.
El peruano que mejor ha retratado la complejidad de Perú ha llegado al peldaño 89 de la vida y es en estos momentos en los que más aflora la admiración de sus seguidores e incluso de sus adversarios. Todos lectores de una obra mundialmente aplaudida, galardonada en 2010 con el Premio Nobel de Literatura y reconocida en 2023 con el ingreso del autor a la Academia Francesa, convirtiéndose en el primer escritor de habla hispana en lograrlo.

Retirado de la ficción y el quehacer periodístico, Vargas Llosa ha pasado sus últimos meses en Lima, abrigado por su familia en Barranco, ese distrito que mira al mar y todavía no ha sido invadido por el boom inmobiliario. Ha salido de sus cuarteles de invierno para dar unos paseos discretos por la ciudad, junto a su hijo Álvaro, su gran cómplice de aventuras.
En octubre asistió a una función privada de teatro, donde se adaptó su novela ¿Quién mató a Palomino Molero?; en noviembre recorrió el Leoncio Prado donde escribió La ciudad y los perros y luego se dio una vuelta por el bar que inspiró Conversación en la Catedral. Apoyado en su bastón, hace poco caminó por Barrios Altos y el mítico Cinco Esquinas. Además pasó por la casa de Felipe Pinglo, el compositor de música criolla que destilaba poesía, y uno de sus personajes en su última novela, Le dedico mi silencio. Anduvo también por la Quinta Heeren, una hermosa zona fundada por un alemán a fines del siglo XIX y que estuvo habitada por la aristocracia limeña hasta que un comerciante japonés se suicidó y empezaron a ver fantasmas. En suma, paseos de quien desea revivir añoranzas.
“Hay dias en los que está alicaido y en otros animados. Pero hoy está súper animado. Eso ayudará a que el ambiente sea festivo y agradable. Ha recibido muchas felicitaciones de distintos lugares. Es un dia que lo llena de emoción y alegría”, le confía Álvaro Vargas Llosa a EL PAÍS. El también escritor cuenta que hoy el Nobel almorzará en compañía de sus hijos y sus nietos. Gonzalo ha llegado de Siria, donde dirige la oficina de ACNUR que vela por los refugiados y también estará Morgana, la sensible fotógrafa que lo acompañó al Medio Oriente. Juntos produjeron El diario de Irak a inicios de la década de los 2000.
Para la tarde, cuenta Álvaro, se ha organizado una reunión privada, menos numerosa de lo acostumbrado, para no más de 40 personas. “El tumulto lo aturde un poco a estas alturas. Será una cosa muy simpática. Hemos conversado mucho en los últimos días”, dice. Por estos días han sucedido dos sucesos literarios: su biografía política, escrita por Pedro Cateriano (Vargas Llosa, su otra pasión de la editorial Planeta); y un minucioso ensayo de su obra bajo la pluma de Alonso Cueto (Mario Vargas Llosa. Palabras en el mundo de Penguin Random House). Tanto Cateriano como Cueto tienen dos asientos reservados entre sus amigos más entrañables.
Columnista del diario EL PAÍS durante 33 años ininterrumpidos, puso el mundo bajo su lupa en Piedra de Toque. Pero nunca se desconectó del Perú, el país que inspiró lo mejor de su obra y que casi lo elige como su presidente en 1990. “¿Cómo voy a agradecer al Perú si yo soy el Perú?”, dijo allá por el 2010 tras ganar el Nobel. Mario Vargas Llosa cumple 89 años, y sus lectores están de fiesta.