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¿Cuántas veces ha oído la frase “no me da la vida”? ¿Cuántas veces la ha pronunciado? Si es usted de esos a los que la agenda les controla el día, consuélese, sepa que está entre la mayoría. Da lo mismo que sea directivo, mando medio o empleado de base. La sensación es la misma, y la resume así una persona que pide anonimato: “Precisamente ayer se lo comentaba al psicólogo: me he convertido en un autómata, digo a todo que sí, lleno mi agenda de reuniones y luego no me da tiempo a hacer el trabajo importante. He abandonado el pensamiento crítico y no me cuestiono si realmente es necesario que acuda a esa reunión. Voy a toda prisa sintiendo que la vida me pasa por encima”.

Vivimos una epidemia de falta de tiempo, sostiene Mapi Hermida en su libro Sí me da la vida (Plataforma Editorial), que nos impide relajarnos porque estamos siempre alerta con la sensación de que no llegamos a todo por más que nos esforcemos en organizarnos: es como si la vida decidiese por nosotros. Un fenómeno que se conoce como cronopatía, que describe la preocupación malsana por ocupar el tiempo, por ser productivos y llenar cada momento del día, explica Isabel Aranda, vocal del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. No se trata de una patología, aclara, sino de la forma en cómo pensamos, pero tiene consecuencias: estrés, agotamiento, aislamiento, insatisfacción vital…, enumera. Y aunque no suele ser un motivo habitual para acudir a la consulta, “sí que sale muy a menudo cuando se hace terapia”.

“Somos esclavos de nuestras agendas porque vivimos en una cultura de hiperproductividad, donde el valor personal lo medimos en términos de ocupación, nos identificamos con lo que hacemos y parece que estar siempre a tope es un sinónimo de éxito, cuando en realidad lo es de falta de productividad y de agotamiento crónico”, sostiene Marta Romo, directora general de BeUp. “Estar ocupado está muy bien visto y mucha gente en las empresas va como pollo sin cabeza”, apoya Aranda. Es verdad que existe una sobrecarga de tareas en la mayoría de las organizaciones y que la inteligencia artificial nos lleva a acumular nuevas labores, pero también que el síndrome FOMO de no querer perderse nada ataca cada vez más a los trabajadores, prosigue. Ambas se retroalimentan, según Romo, “la sobrecarga nos mete en la rueda de la hiperactividad constante y el FOMO, que es consecuencia directa de la hiperconectividad y ha entrado de lleno en nuestra vida, nos impide saltar de la rueda”.

“No pensé que haría falta a estas alturas revisitar la gestión del tiempo, pero la verdad es que ha vuelto a ser un tema top dentro de las compañías, que demandan formación para sus empleados”, añade Isabel Aranda.

Ya criticaba Charles Chaplin en Tiempos modernos (1936) cómo el frenético ritmo de la fábrica donde trabajaba como obrero metalúrgico le llevaba al hospital de cabeza. Precisamente esta película se muestra en la última exposición del Banco de España en Madrid: La tiranía de cronos, donde una vez más queda patente la preocupación actual por el tiempo (o, mejor dicho, la falta de él). En ella se exhiben una veintena de relojes históricos junto a pinturas (los últimos retratos de los Reyes de Annie Leibovitz entre ellas) y fotografías que “pelean” por detener el tictac. Como la composición del artista croata Mladen Stilinovic Artist at Work, donde se le ve en la cama durmiendo. Toda una alegoría de la necesidad que tenemos de parar y pensar para ser creativos.

Que es justamente lo que recomienda por encima de todo Marta Romo: dejar de hacer cosas. “En nuestra agenda ya no cabe nada más. Tenemos que eliminar cosas que hacemos por costumbre, por quedar bien o por perfeccionismo y que no cambian nada. Porque el ritmo frenético está afectando a nuestra salud mental. Estamos fallando con el concepto de productividad, que no tiene que ver con hacer más sino con hacer menos”.

Parar de hacer

Agustín Peralt, experto en efectividad personal y creador del método FASE, opina que la tecnología, que vino para ayudarnos en el trabajo, ha servido justamente para lo contrario: ahora son las invitaciones a reuniones de las plataformas las que controlan las agendas y no dejan espacio para el trabajo real. Peralt cree que hay que acabar con lo que denomina la rueda del hámster llena de M&Ms, es decir, meetings o reuniones improductivas, mails, móviles y mensajes de Teams. “Parece que todo nos empuja a estar todo el tiempo disponibles, conectados, incluso en los momentos de ocio. La hiperconectividad ha diluido las fronteras entre trabajo y descanso: el trabajo nos persigue en el bolsillo a través del móvil”, abunda Romo.

Mariola Martínez se reconoce esclava de su agenda: “A veces tengo hasta tres reuniones en el mismo hueco”, pero se obliga a parar todos los días al mediodía. “Es lo único que gestiono de mi agenda”, admite la presidenta de Canal de Xerox, con siete países a su cargo. Su empresa ha dado este año un día libre a los empleados para cuidar su salud mental. Y ella, claro, se lo ha tomado.

Los dietarios de los altos ejecutivos generalmente los gestiona su secretaria. Gema Abelleira es la asistente de alta dirección del presidente de Vistage Portugal y considera que lo primero que se necesita para ello es conocer los objetivos del jefe y la importancia que da a sus contactos para saber cómo tratarlos. También hace falta flexibilidad porque los imprevistos son el pan nuestro de cada día. Abelleira maneja su agenda sabiendo que el ejecutivo prima la vida personal sobre la profesional, de manera que a primera hora de la mañana y a última de la tarde coloca las actividades más susceptibles de cambios y deja tres días vacíos al mes para imprevistos.

Huecos para la vida personal, que es lo que prima la gente joven; la generación Z es un motivo para la esperanza de acabar con la rueda del hámster en la oficina porque no quieren demostrar su valía estando superocupados, valoran su calidad de vida, concluye Aranda.

Controlar el reloj

Existen unas herremientas básicas para gestionar el tiempo de trabajo, aunque no las solemos considerar, dice Marta Romo, de BeUp. La primera es priorizar las tareas, distinguir entre lo urgente y lo importante y saber delegar. La psicóloga Isabel Aranda añade establecer horarios claros para ello porque la ley de Parkinson señala que, si no, todos los momentos se alargan. La segunda clave es ser asertivo y establecer límites, no por ello se va a ser peor profesional. Los límites también son digitales (apagar las notificaciones y tener momentos de desconexión). La tercera es incluir en el tiempo de trabajo pausas activas, descanso real, sobre todo cuando teletrabajamos. Y adecuar las tareas al nivel de concentración personal.
Las empresas notan los problemas de las plantillas con la gestión del tiempo, señala el experto Agustín Peralt. Las más avanzadas están transformando la cultura empresarial para conseguir formas de trabajo más efectivas y se centran en establecer objetivos claros para los empleados, fomentar hábitos saludables, luchar contra los ladrones de tiempo y tienen una sistemática para medir sus avances, como hacen Pepsico, Bimbo o Siemens, agrega.



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