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Los palestinos suelen ser culpables mientras no se demuestre lo contrario bajo la losa de la ocupación israelí. Lo acaba de experimentar el activista y periodista Hamdan Ballal, codirector del documental No Other Land, que hace solo tres semanas ganó un Oscar. En la tarde noche del martes, Ballal regresa a su pueblo, Susya (sur de la Cisjordania ocupada), tras un día detenido por las autoridades de Israel. También han sido liberados otros dos vecinos detenidos junto a él. Le han recibido sus compañeros codirectores y protagonistas. También le han dado la bienvenida varias decenas de vecinos, activistas, periodistas y hasta el parlamentario comunista israelí Ofer Cassif.

“Venían a matarme”, afirma sobre los colonos y uniformados que el lunes le dieron una paliza en la puerta de su casa. Mientras su mujer, Lamia, observaba impotente junto a sus tres hijos pequeños por la ventana, como ella misma describió antes de que quedara en libertad. El activista y reportero, con la ropa manchada todavía de sangre, describe continuos golpes de los soldados y falta de atención médica durante el periodo de detención, que lo ha pasado casi íntegro maniatado y con los ojos vendados.

Durante su relato, repite varias veces el nombre de un conocido colono que lidera con frecuencia los asaltos a los palestinos en esta zona de los alrededores de Hebrón. Se trata, según cuenta, de Shem tov Luski, que ya lo había amenazado con violarlo y que fue el lunes directamente a por él. Como describen otros habitantes, es alguien que actúa de manera impune y muy violenta, protegido por las fuerzas de seguridad israelíes. Los locales coinciden en que a menudo expulsa a las familias palestinas de sus viviendas y de sus zonas de cultivo. Es precisamente una supuesta denuncia de Shem tov Luski, que dijo que Ballal le había tirado piedras, lo que esgrimen las autoridades israelíes para detenerlo. El ganador del Oscar se ríe al contar que le han hecho firmar un documento antes de quedar en libertad que le prohíbe dirigirle la palabra al colono, del que hay repetidos informes sobre su violencia por diferentes organizaciones humanitarias.

Hamdan Ballal explica que ha sido atacado en ocasiones anteriores, pero que no esperaba que tres semanas después de recibir el galardón en Hollywood fuera a ser agredido de una manera ―entre 15 y 20 minutos de golpes― que le llevó a pensar que podría morir. “Realmente siento que nuestra vida está en peligro tras el éxito de la película y haber ganado el Oscar, pero son muchos los vecinos que reciben ataques de los colonos y los militares”, afirma. Durante los interrogatorios y las horas de arresto, escuchaba sin entender a los soldados hablar en hebreo mientras intercalaban en los diálogos su nombre y la palabra “Oscar”. Sus palabras están acompañadas del estruendo de las pasadas por el cielo de aviones de combate israelíes que participan en la operación de bombardeo de Gaza, a unos 50 kilómetros en línea recta. ”Creo que es una venganza por el activismo de Hamdan y por la atención despertada” por el documental, comenta otro codirector, Basel Adra.

“Seamos claros. Todo forma parte de una estrategia a largo plazo, una política de Estado (de Israel) para echarnos de aquí”, agrega Adra, de 28 años, que en medio del vendaval de la película se ha convertido por primera vez en padre y ahora tiene la responsabilidad añadida de su hija Tia, de tres meses. No Other Land refleja los avatares cotidianos de la población de la zona de Masafer Yata, donde se encuentra Susya, de unos 350 vecinos, bajo el yugo diario de la presión de los colonos asentados en los alrededores de forma ilegal, que suelen operar amparados por la protección de policías o soldados. Hasta 45 “ataques graves” ha sufrido la aldea donde reside Ballal en lo que va de 2025, detalla el activista israelí antiocupación Kobi Snitz, de 53 años, presente en la zona durante el asalto del lunes; apenas a unos metros, se levantan las ruinas bizantinas de la antigua Susya.

Casa en la Cisjordania ocupada de Hamdan Ballal, codirector del oscarizado documental 'No Other Land'.

La guerra desatada en Gaza desde octubre de 2023 ha traído un mayor nivel de violencia de colonos radicales, según recogen informes de diferentes ONG palestinas e israelíes.

“Se trata de una versión ridícula” la ofrecida por los colonos para que los soldados arrestaran a Ballal, añade Snitz. “El ataque, además, tuvo lugar de forma deliberada a una hora crítica, justo cuando comenzaba el iftar”, señala en referencia a la ruptura del ayuno que los musulmanes llevan a cabo a la caída del sol durante el mes sagrado de Ramadán. Forman parte de la realidad cotidiana el lanzamiento de piedras, los puñetazos, los disparos al aire, el destrozo de vehículos y propiedades, y las agresiones a los habitantes, explica el activista israelí, que con frecuencia se desplaza desde Tel Aviv para colaborar con los palestinos.

Junto a la entrada de la humilde vivienda de Ballal, el tiempo va ennegreciendo la sangre de las heridas que le causaron los golpes. Dentro, su mujer, Lamia Ballal, de 29 años, rememora y lamenta lo ocurrido. Coincidiendo con el relato del cineasta, cuenta que, al sentirse perseguido, su marido cerró la puerta de la casa para dejar dentro a salvo a Lamia y los tres hijos de ambos, de ocho, siete y un año. Detalla cómo presenció el ataque a poca distancia a través de uno de los ventanucos. “Tres hombres con uniforme militar [la guerra en Gaza ha elevado el número de colonos reservistas] le pegaban con sus rifles mientras otro vestido con una camiseta blanca grababa la escena”, explica. Dice que pensó en abrir la puerta para prestar ayuda a Hamdan, pero que la violencia se había desatado. Los pequeños, dos niñas y un niño, se aferraban a ella presos del pánico entre llantos.

Lamia Ballal, de 29 años, mujer del cineasta Hamdan Ballal, en su vivienda en Susya.

Víctima y testigo del ataque del lunes fue también el activista judío estadounidense Joshua Kimelman, de 28 años, junto a cuatro compañeros. El vehículo en el que trataban de escapar fue rodeado y apedreado por los colonos. “Hamdan es conocido de Masafer Yata desde hace tiempo, pero creo que la alta audiencia (de la película) ha influido”, opina. “Llevo aquí instalado dos meses y los colonos siempre se hacen las víctimas”, añade Kimelman, que forma parte de una organización judía contra la violencia. “Siento vergüenza”, comenta refiriéndose a la política de apoyo a los colonos desplegada por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que ha anulado incluso las sanciones que les impuso su predecesor, Joe Biden. “Mi obligación en este momento es estar con los palestinos”, zanja el activista estadounidense.

Hamdan Ballal es un conocido informador y activista palestino que acabó embarcado en el proyecto del documental, como el resto de participantes, sin saber que iba a llegar tan lejos. Todo arranca con Basel Adra recibiendo en su casa al reportero israelí Yuval Abraham, desplazado este martes también hasta Susya. Ambos acabaron convertidos en protagonistas. El discurso de Adra gira una y otra vez, como en No Other Land, en torno a la ilegalidad de la presencia en tierras palestinas de colonos, militares y policías israelíes.

De Masafer Yata a Hollywood y de Hollywood a Masafer Yata. Cerrado el círculo de la alfombra roja, los esmóquines, los posados y las sonrisas estatuilla en mano, el peso de la realidad ha recuperado su sitio. Vuelta a la vida entre el polvo, las precarias casas, las cabras, las ovejas y los guijarros que sirven de arma a los colonos. ¿Es aquí donde vive el ganador de un Oscar?, se pregunta uno al llegar riscos abajo hasta una vivienda de dos estancias sin muebles, con el suelo de cemento, sin agua corriente y con la luz dependiente de paneles solares. Así es. Nada parece haber cambiado en la vida de estos palestinos pese al galardón y pese a haber pegado un aldabonazo en la comunidad internacional con el documental, que ya se llevó un premio en la Berlinale.



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