Cuando le diagnosticaron un cáncer de pulmón con metástasis, se quedó sin palabras. Le encontraron 50 tumores en el cerebro y otras ramificaciones en los huesos, el hígado y los ganglios linfáticos, que hicieron que la enfermedad alcanzara el grado cuatro, es decir, incurable.
De un día para otro pasó de ser una persona sana a un enfermo con cáncer terminal.
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“Estaba en shock”, cuenta Bryant Lin, profesor de Medicina en la Universidad de Stanford, California, Estados Unidos.
¿Qué le diría a sus hijos, Dominic de 17 años y Atticus de 13, y a Christine Chan, su esposa?
El doctor Lin, como le dicen sus pacientes, dice que en un par de semanas pasó por las cinco etapas del duelo, una reacción bastante inusual, cuando la mayoría de las personas demora mucho más tiempo en procesar las emociones.
“Comienzas con la negación, sigues con la ira y así vas avanzando y retrocediendo, das un paso adelante y un paso atrás, hasta llegar a la última etapa que es la aceptación”.
Pronto llegó el día en que decidió que ya era suficiente, que las lamentaciones no lo llevarían a ninguna parte, que había que seguir hacia adelante.
Es realmente difícil imaginar un ser humano que en tan poco tiempo reciba una sentencia de muerte prematura y se ponga de pie.
“Por supuesto que es malo tener cáncer, pero me pregunté, ‘¿cómo puedo convertir esto en algo positivo?’”, dice en diálogo con BBC Mundo desde su casa en Menlo Park, Silicon Valley.
“Frecuentemente esa es la manera en que pienso frente a todas las cosas, no sé, creo que mi cerebro debe estar programado de esa manera”.
Sin haber fumado nunca en su vida, el cáncer atacó sus pulmones y desde ahí se expandió por el resto del cuerpo.
El diagnóstico fue en mayo de 2024 y al mes siguiente ya estaba pensando de qué manera diseñar un curso para contar su historia personal.
En este caso, en vez de profesor sería paciente, y en vez de poner el foco exclusivamente en las implicaciones médicas del diagnóstico, lo pondría en las emociones.
Diseñado originalmente para estudiantes de medicina, a la convocatoria también llegaron alumnos de otras carreras. Los cupos se llenaron rápidamente.
Así fue como nació MED 275, un curso que Lin tituló “Del diagnóstico al diálogo: la lucha de un médico contra el cáncer en tiempo real”.

Lin fue diagnosticado en mayo de 2024. Al mes siguiente creó un curso llamado «La lucha de un médico contra el cáncer en tiempo real».
En la primera sesión los estudiantes abarrotaron la sala 308 de la Facultad de Medicina. Había tanto interés, que Lin y sus alumnos tuvieron que trasladarse a otro sitio para hacerles espacio a todos.
¿Por qué compartir su experiencia personal?, ¿por qué dedicarle tiempo cada miércoles durante varias semanas a contar su historia con un cuerpo frágil atacado por una enfermedad en estado avanzado?
“Quería que todos ellos comprendieran que la humanidad está en el centro de la medicina”.
En vez de retraerse, Lin quería abrir las puertas, salir al mundo y dejar una huella a partir de su testimonio antes de que llegue el día en que la enfermedad no le permita hacerlo.
Para él es como escribir cartas que van a trascender en el tiempo.
Cartas escritas en papel, en una clase, en un diario de vida, en una conversación. Cartas para su familia, para sus pacientes, para sus colegas, para el mundo entero.
Mensajes que no desaparecen.
Cartas que celebran la alegría de vivir, sin importar que se acabe de la manera menos pensada. Cartas para mí, para ti, para todos los que quieran darle gracias a la vida y compartir con otros la felicidad de haber pasado por este mundo.
Como la carta que le escribió uno de sus pacientes poco antes de morir.
“Querido doctor Lin, gracias por cuidarme bien”, recuerda emocionado parafraseando el mensaje.
“Me trataste como lo habrías hecho con tu padre”. Y fue precisamente esa carta la que leyó en la primera clase del curso en Stanford.
Le tembló un poco la voz frente a los alumnos, es cierto. Nadie dijo que sería fácil.
Pronto volvió la sonrisa habitual que siempre lo acompaña y el doctor Lin volvió a ser el doctor Lin, el mismo hombre que se hizo conocido en la Facultad de Medicina por sus logros científicos, pero al mismo tiempo, por esa actitud optimista frente a la vida.

La doctora Heather Wakelee, oncóloga de Lin, es una de las personas que lo ha acompañado durante el tratamiento.
Más que una mente brillanteAtraído por las matemáticas, Lin, quien actualmente tiene 50 años, no era médico en su juventud. Se graduó en la prestigiosa universidad MIT (Massachusetts Institute of Technology) de Ingeniería Eléctrica y Ciencias de la Computación. Pasó un año trabajando en el sector empresarial hasta que descubrió que no era realmente lo suyo.Apasionado por los idiomas y las artes y con tanto deseo de aprender cosas nuevas, terminó estudiando medicina y se fue a Stanford a aprender sobre biociencias y medicina cardiovascular.Sí, una mente brillante. Pero Lin llegó a ser mucho más que una mente brillante.Stanford se convirtió en su segundo hogar. Casi 20 años después, Lin ha realizado investigaciones que lo llevaron a obtener varias patentes por la creación de sofisticados dispositivos médicos.Al día de hoy, continúa investigando, da clases, atiende a sus pacientes, tiene a cargo el área de Humanidades y Artes Médicas y es codirector del Centro de Investigación y Educación en Salud Asiática de la misma universidad.Mientras estaba desarrollando una de sus investigaciones, le llamó la atención que en la comunidad asiática fuera muchísimo mayor la incidencia del cáncer de pulmón en personas que nunca han fumado, en comparación con el resto de la sociedad.“¿Qué extraño, no?”, se preguntaba. Como no se conocían las razones que expliquen esta diferencia, a Lin le pareció fascinante intentar encontrar respuestas para explicar ese misterio.Lo que no sabía es que él mismo se transformaría en el objeto de estudio.
La importancia de contar historias
Al principio, Lin tenía una tos persistente. Pensó que no era más que una alergia, pero como la tos persistía, fue a hacerse un examen pulmonar de rutina.
Cuando los médicos -sus amigos- confirmaron que no solo tenía cáncer en los pulmones, sino que además había metástasis por todas partes, Lin entró en estado de shock.
“Quedé atónito. He visto muchos pacientes con metástasis, pero 50 tumores en el cerebro es muchísimo”, señala.
“Hubo un momento en que pensé, ‘espera, esto no me puede estar pasando a mí, ¿verdad?’”.

«La narración de historias ha sido muy importante en mi vida», dice Lin.
Los estudios finalmente arrojaron que tiene un subtipo de cáncer llamado adenocarcinoma, vinculado con la mutación del gen EGFR, una mutación más predominante entre los asiáticos.
La ironía es al mismo tiempo predecible y sorprendente. Tanto que a Lin le da risa, porque no es común que el médico se enferme de lo mismo que está estudiando. Pero puede pasar, ¿por qué no?
Aunque estamos conversando sobre una enfermedad terminal, el tono de Lin no puede estar más lejos del fatalismo. Habla calmadamente, con la convicción y la honestidad de una persona que sabe lo que quiere en la vida.
Quizás por eso Lin se ríe muchas veces. Y quizás se ríe porque, aunque le está pasando a él, no deja de ser una historia apasionante, especialmente para un hombre al que le apasionan las historias personales.
No es extraño entonces que en los últimos años le dedicara tiempo a las Humanidades Médicas, un campo que se apoya en los conocimientos de diversas disciplinas como la literatura, la música, la escritura creativa, las ciencias sociales, la filosofía de la medicina, su historia, la ética, y su aplicación en la práctica médica.
“La narración de historias ha sido muy importante en mi vida”, dice Lin, y las Humanidades Médicas se centran en contar historias y apoyar la interacción humana.
Incluso en tiempos de aislamiento.
Cuando llegó la pandemia en 2020 y la gente no podía salir de sus casas, Lin se pregunto cómo mantener la conexión entre las personas que forman parte de la comunidad médica, incluidos los pacientes.
La música, se respondió.
Entonces organizó una serie de conciertos por internet. Tal fue el éxito de los conciertos online que, cuando se acabaron los confinamentos, se formó una orquesta.
El mismo éxito tuvo el curso creado por Lin para compartir su experiencia como paciente con cáncer y abrir un espacio para contar historias.
A cada sesión del curso Lin llevaba invitados que estuvieran realcionados de alguna manera con el tema de la clase.
Cuando fue la sesión sobre el tema de los cuidadores de personas con cáncer, invitó a su esposa para que contara su historia, y cuando fue la sesión sobre espiritualidad, invitó a personas de distintas creencias para que contaran sus historias.
“No soy religioso, pero no diría que no soy creyente”, dice riéndose. “Soy creyente porque creo que hay algo más allá del mundo físico. ¿Qué es?, no tengo idea”.

«Intenté ser positivo en las clases, tal como lo hago con mis pacientes cuando tienen una mala experiencia», cuenta Lin.
Desde la perspectiva del cuidado del paciente, Lin piensa que la energía espiritual positiva tiene beneficios en la salud, no importa cuál sea el enfoque. Lo importante, dice, es el apoyo.
“Hay un lado espiritual que tenemos los humanos. No se si lo tendrán los animales, pero definitivamente no lo tiene la inteligencia artificial”, dice riéndose otra vez.
Lin también invitó a una de las clases a un amigo para que compartiera su experiencia como padre de una hija con cáncer. Y también invitó a médicos especialistas para que participaran en aquellas clases enfocadas en temas como el diagnóstico y el tratamiento.
Y hubo sesiones sobre salud mental, nutrición del paciente y hasta sobre cómo abordar las conversaciones difíciles.
“Intenté ser positivo en las clases, tal como lo hago con mis pacientes cuando tienen una mala experiencia”.
A final de cuentas en medicina, dice, “siempre hay un humano al que estamos tratando de ayudar y por eso quería usar mi experiencia para enseñarles a los alumnos cómo se vive con esta enfermedad”.
¿Va a impartir el curso nuevamente?, le pregunto. “No lo sé, no sé cómo me voy a sentir en el futuro”.
Lo importante para el paciente, dice Lin, es cómo se vive el día a día, el minuto a minuto, y eso también fue parte de las clases.
Tras varios meses de quimioterapia y un tratamiento oral específico para su tipo de cáncer, Lin ha conseguido un respiro. Los tumores en el cerebro por ahora han desaparecido, pero el cáncer en el resto de su cuerpo permanece.
Y si bien ha experimentado una notable mejoría que le permite hacer su vida de una manera bastante similar a la que tenía antes del diagnóstico, lo cierto es que las terapias tienden a ser efectivas temporalmente, dado que las células cancerosas suelen desarrollar resistencia a los medicamentos.
“Por eso me pregunto cada día, ¿vale la pena dedicarle mi tiempo a esto?, ¿vale la pena estar en esta reunión?, ¿vale la pena hacer esto o lo otro?”.

Quiero vivir la vida cada día, quiero estar con mi familia, quiero ir de viaje con ellos, quiero ver crecer a mis hijos, quiero verlos graduarse;, dice Lin.
Lin ha recuperado el peso que había perdido y se siente mucho mejor. En vez de recibir la quimioterapia cada tres semanas, ahora la recibe una vez al mes, y su cuerpo ha respondido bien al medicamento oral que toma diariamente.
“Soy una persona muy afortunada porque disfruto lo que hago. Lo disfrutaba antes de la enfermedad y lo sigo disfrutando ahora”, dice con un tono de alegría en su voz.
Lo único que ha cambiado es que ahora atiende a sus pacientes por video y no en persona, pero aparte de eso, explica, el resto de la vida no ha cambiado mucho.
Le han ayudado en su recuperación temporal el apoyo de su familia y el contacto con otras personas con cáncer que generosamente le han compartido sus historias.
Y, por cierto, sus colegas que lo han tratado. “Estoy muy agradecido”, dice Lin.
“Eso no significa que no me ponga triste”, dice riéndose, como si la pena también fuera una parte normal del proceso.
“Cuando veo una pareja mayor caminando por la calle, pienso que probablemente no podré envejecer junto a mi esposa. No seremos una pareja anciana caminando por la calle”.
Incluso habiendo llegado a la etapa de aceptación del cáncer terminal, “eso no significa que no vayas a sentir tristeza. La tristeza y la alegría son parte de la vida”.
¿Cuánto tiempo le queda de vida?, le pregunto. “Bueno, bueno, ¡es que no es como en las películas!”, responde riéndose una vez más.
Me explica que un paciente promedio con un diagnóstico similar al suyo puede llegar a vivir un poco más de dos años si el cáncer no progresa, es decir, si el tratamiento logra el resultado que se espera.
Pero, advierte, ese es un paciente promedio. Hay un 10% de probabilidades de sobrevivir cinco años, si el cuerpo responde bien al tratamiento y no genera resistencia.
Él, con su espíritu optimista, piensa que estará en el grupo de los que logran llegar a los cinco años, o incluso más.
“Mi hijo menor se va a graduar de la secundaria en cinco años más. Espero estar vivo para ver eso”.
Su esperanza está puesta en el rápido avance tecnológico de los tratamientos y en que, pese a las estadísticas, siempre hay casos raros que baten las predicciones.
“Quiero vivir la vida cada día, quiero estar con mi familia, quiero ir de viaje con ellos, quiero ver crecer a mis hijos, quiero verlos graduarse”.
Pase lo que pase, a sus hijos ya les ha escrito una carta.
“Mamá y yo nos alegramos por las oportunidades que han tenido y las que tienen por delante”, dice una parte del mensaje.
“La verdad es que, por sobre todas las cosas, quiero estar aquí con ustedes, guiar y experimentar sus vidas. Esté o no aquí, quiero que sepan que los amo. De las muchas cosas que le han dado sentido a mi vida, ser su papá es la mejor de todas”.

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