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Con su adiós, ya no quedan más supervivientes de aquella época dorada en que los pesos pesados del boxeo ejercían su soberanía sobre todos los deportes. Eran los reyes absolutos; tanto que bastaba nombrarlos para saber quiénes eran. Sonny, Joe, George y Muhammad no necesitaban de sus apellidos para ser identificados: estaban enraizados en la cultura popular. Por extensión, algunos de sus rivales menos talentosos también alcanzaron reconocimiento: Ringo, Ken o Jerry, por ejemplo. Eran tiempos jurásicos, en los que los dinosaurios gobernaban la tierra del deporte bajo el mantra dialéctico de Ali y el poder devastador del “Foreman malo”. Con el correr de los años, habría un “Foreman bueno” y querible al que todos llamaban “Big George”. Ese, justamente, el T-Rex en la cartografía de los animales prehistóricos, es el que acaba de levantar vuelo hacia lo desconocido.

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La estela que deja la partida de Foreman es difícil de dimensionar, ya que no solo el boxeo pierde a uno de sus buques insignia, sino que el deporte se ha quedado sin una de sus voces más lúcidas. Y es que, tras su extensa, inolvidable y tarantiniana carrera pugilística, Big George, experiencia epifánica mediante, se convirtió en un hombre sabio, capaz de transmitir valores y hacer docencia desde el lugar que le correspondiese. Primero, maleta en mano, haciendo un apostolado verbal a quien quisiera escucharlo y, luego, tras el declive de ciertas habilidades motrices, trasladando sus reflexiones humanas a las redes sociales.

Alguna vez, consultado sobre por qué le pidió disculpas a Ali cuando, en realidad, fue Muhammad quien lo noqueó, lo despojó de la corona y lo envió al retiro, respondió: “Recuerdo que lo conecté en la nuca con muchísima fuerza y él pudo resistirlo, pero emitió un quejido de dolor. Yo quería matar a ese hombre, y él únicamente buscaba recuperar el título y alcanzar la gloria deportiva. Nuestras intenciones no eran las mismas, por eso mi arrepentimiento”. Su rival lo perdonó, y ese gesto fue el inicio de una amistad hermosa que se prolongó hasta el deceso del “Más grande”

En lo estrictamente pugilístico, Foreman es considerado por no pocos críticos como el más poderoso noqueador de la historia del deporte. El poder de sus puños era tan letal que, diecisiete años después de haber colgado los guantes en el 77, pudo volver a coronarse campeón del mundo, noqueando a un monarca invicto como Michael Moorer. Ese regreso es, hasta nuestros días, considerado el mejor retorno en la historia del cuadrilátero.

Con el adiós de Foreman, se cierra el ciclo vital de una generación que caló profundamente en los amantes del deporte. Por eso, quizás, su despedida sea solo una treta. » Big George” andará de distancia, pero no de ausencia. La muerte no puede noquear la intensidad de los recuerdos. Nos quedan las memorias, las crónicasy los videos, para recordarnos que Foreman era, verdaderamente, grande.

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