La merecida censura a Juan José Santiváñez marca el inicio de un quiebre en la relación Legislativo-Ejecutivo. Este punto de inflexión ha sido alentado más por la proximidad de los plazos electorales del 2026 que por la reflexión, la conciencia o el clamor de una ciudadanía azotada por el sicariato y la extorsión. Para justificar su inacción fiscalizadora, algunos de sus escuderos parlamentarios repetían este pretexto: la salida de un ministro del Interior no va a resolver la crisis de la delincuencia. Nadie es iluso para creer eso. Pero la incompetencia no puede quedar impune. Sobre todo cuando de por medio están las vidas de ciudadanos que son asesinados día a día por bandas criminales. La salida de Santiváñez, aunque tardía, es un merecido remezón al Ejecutivo por la indolencia con la que ha enfrentado el principal problema del país.
Es difícil creer que este primer campanazo del Congreso hará salir a la presidenta de la dimensión paralela en la que vive, en la que los aduladores que la rodean le han hecho creer que canta bonito, que sus chistes son graciosos y que el país está mejor que nunca. Dina Boluarte es capaz de nombrar próximo ministro del Interior a alguien igual o peor que Santiváñez. En su mensaje del viernes en el que dijo que aceptaba la decisión del Parlamento (como si no aceptar fuera una opción), adelantó que pondrá en su reemplazo a otro ciudadano “tan valiente” como él. También dijo que el censurado “puso alma, vida y corazón para afrontar la lucha contra la seguridad ciudadana (sic)”. Si Santiváñez luchaba contra la seguridad ciudadana, ya entendemos por qué la criminalidad ha ganado terreno.
Mención aparte merece Perú Libre. Durante la semana, anunció que votarían a favor de la censura, pero a la hora de la verdad, se ausentaron del pleno o se pronunciaron en abstención. Se nota que el prófugo Vladimir Cerrón estaba cómodo con su perseguidor.
Estemos atentos en los próximos días a las normas legales de “El Peruano”. Podría ser que pronto conozcamos cuál será el premio consuelo de Santiváñez.
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