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La voz de John F. Kennedy (JFK) era distintiva y memorable: hablaba con tono firme y claro, con un acento característico de Boston, que deja caer algunas erres, relaja algunas tes o hace algunas oes sonar como aes. Su oratoria era pausada y persuasiva, con un ritmo cuidadosamente medido, pausas estratégicas y una notable capacidad para transmitir pasión y urgencia. La voz de Kennedy proyectaba confianza e idealismo.

Con su inquebrantable fe en el progreso y la tecnología, JFK comprendió como pocos líderes de su tiempo algo que hoy resulta difícil transmitir: la centralidad del agua en el desarrollo económico, la seguridad a largo plazo y la cohesión social. Su visión apostaba por una gestión federal fuerte, inversiones en infraestructura y avances tecnológicos audaces para abastecer de agua a una nación en expansión. Pero, ¿seguirían vigentes hoy sus ideas? Conviene analizar sus posiciones a la luz de desafíos contemporáneos.

Naciones Unidas estima que el consumo mundial de agua ha aumentado seis veces en los últimos cien años y sigue creciendo a un 1% anual debido al crecimiento demográfico y urbano, las pautas de desarrollo y los cambios en los patrones de consumo.

Kennedy creía inequívocamente en la infraestructura. Durante su mandato (1961-1963), impulsó proyectos emblemáticos como la presa Glen Canyon y el Acueducto California, confiando en que la ingeniería podría resolver la escasez crónica de agua. Entonces, Estados Unidos consumía aproximadamente 1,13 millones de metros cúbicos de agua diarios (20 veces la capacidad de embalse de agua en España). Hoy, a pesar de avances en eficiencia, el país sigue utilizando 1,22 millones, según el Servicio Geológico de EE UU. La escala de la actividad económica anula las ganancias en eficiencia.

La realidad actual es más compleja. Las cada vez más frecuentes e intensas sequías en el oeste estadounidense y la sobreexplotación en los siete estados ribereños del río Colorado han puesto en entredicho la sostenibilidad de este enfoque. La dependencia de infraestructuras convencionales, rígidas, ha mostrado la vulnerabilidad de muchas regiones. En contraste, países como Australia han optado por soluciones más flexibles, incluyendo la reutilización de aguas regeneradas y la gestión adaptativa de acuíferos. De hecho, en 2023, Australia logró reducir un 40% el consumo per cápita de agua en algunas de sus ciudades más afectadas por la sequía, demostrando que la eficiencia y la gestión de la demanda pueden ser tan eficaces como la construcción de nuevas infraestructuras.

John F. Kennedy en las cataratas del Niagara.

JFK, por otro lado, creyó firmemente en el papel del gobierno federal como garante del suministro de agua y como coordinador de los esfuerzos estatales y locales. Su discurso en la Conferencia sobre Recursos Hídricos de 1962 subrayó la necesidad de una “estrategia nacional de agua”. Hoy, este tipo de liderazgo sigue siendo crítico, pero ha evolucionado hacia una gobernanza descentralizada y colaborativa, en la que a veces se confunde la descentralización con el centrifugado, pues se debilitan algunas capacidades a escala estatal (o federal) que serían imprescindibles para enfrentar desafíos que superan ampliamente las cuencas hidrográficas o los gobiernos regionales.

En el mundo actual, la gestión del agua depende de redes complejas. La Unión Europea, por ejemplo, puede presumir de una legislación única para sus 27 Estados miembros desde 2000, que prioriza la gestión por cuencas y la participación de actores locales. Mientras, en EE UU, las disputas entre California y Arizona por el acceso al Colorado revelan la tensión entre enfoques centralizados y regionales. El agua es un caso particular de la dialéctica entre integración y principio de subsidiariedad, que establece que una autoridad superior solo debe intervenir cuando una instancia inferior no pueda resolver un asunto de eficazmente.

JFK impulsó la investigación en desalación como una solución revolucionaria para la escasez de agua. En un discurso en Phoenix, en 1960, el entonces senador Kennedy dijo: “Si logramos este avance tan espectacular, no solo enriqueceremos inmensamente nuestra propia tierra, haremos florecer nuestro desierto y pondremos fin para siempre a la disputa de California con sus estados hermanos”. Hay que tener cuidado con las metáforas aspiracionales; la gente se las cree, como puede observarse con la expansión de la agricultura de riego a nivel mundial en zonas con estrés hídrico.

21.000 plantas desaladoras

En los sesenta, la desalación era costosa e incipiente; hoy, más de 21.000 plantas desaladoras, casi el doble que hace una década, producen 95 millones de metros cúbicos de agua potable al día, equivalentes al consumo doméstico diario de unos 630 millones de personas (a un promedio de 150 litros por persona y día). El futuro de la seguridad hídrica, en todo caso, no depende solo de la desalación, sino también de tecnologías similares como la reutilización de aguas regeneradas. Singapur, con su programa NEWater, reutiliza el 40% de sus aguas residuales y será el 55% en 2060. Mientras tanto, California ha invertido 8.600 millones de dólares en proyectos de reutilización, 570 millones solo el último año. La digitalización también juega un papel clave: el uso de sensores inteligentes para detectar fugas permitió a ciudades como Copenhague reducir pérdidas en un 25% entre 2009 y 2014.

El cambio climático ha transformado el panorama hídrico global. Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), la frecuencia de sequías extremas ha aumentado un 29% desde el año 2000. Mientras JFK veía el agua como un recurso de expansión y desarrollo, hoy se percibe también como un factor limitante de ese mismo desarrollo y como fuente de conflicto e inseguridad. La ONU estima que para 2050, 5.000 millones de personas vivirán en áreas con escasez de agua.

El Nilo, que abastece a Egipto (116 millones de personas), Sudán (50 millones) y Etiopía (132 millones), muestra cómo el acceso al agua puede generar tensiones geopolíticas. La Gran Presa del Renacimiento, terminada en noviembre de 2024, ha avivado disputas que podrían derivar en conflictos armados. La visión de JFK sobre la cooperación internacional sigue siendo relevante, pero hoy requiere una diplomacia del agua mucho más sofisticada ante la actual fractura del orden mundial.

La voz de JFK en la Universidad de Rice (Houston), en 1962, aún resuena: “Elegimos ir a la Luna […], no porque sea fácil, sino porque es difícil, porque ese objetivo servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y habilidades”. Articulaba así un propósito desafiante, una invitación a superar límites aparentemente infranqueables mediante esfuerzos colectivos. Si bien su liderazgo fue clave para desarrollar infraestructura vital, el mundo de hoy exige un enfoque más matizado, complejo y diverso. La combinación de gestión adaptativa, tecnologías innovadoras y, sin duda, una mejor gobernanza serán cruciales.



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