El día de su mayor victoria legislativa, Friedrich Merz no lo celebró con su familia, ni sus colaboradores, ni su partido. El martes, tras lograr el sí del Bundestag al plan para invertir centenares de miles de millones de euros en defensa, infraestructuras y medio ambiente, el futuro canciller alemán se fue a cenar en Berlín con el presidente francés, Emmanuel Macron.
“Juntos podemos aprovechar la fuerza económica de Europa y reforzar de manera duradera nuestra seguridad”, celebró el democristiano Merz. Antes de la cena, y en una declaración junto al canciller saliente, el socialdemócrata Olaf Scholz, Macron reaccionó al voto parlamentario: “Es una buena noticia para Alemania y para Europa”.
Merz, vencedor en las elecciones del 23 de febrero, todavía no es canciller, y a Macron solo le quedan dos años en el poder. Pero Donald Trump ha vuelto a la Casa Blanca, ha puesto patas arriba la relación transatlántica, y el motor histórico de la Unión Europea, después de años atascado, da señales de vida.
“La relación con Francia cambiará de manera fundamental”, vaticina, en conversación con EL PAÍS, el veterano democristiano Armin Laschet, que fue candidato a la cancillería en 2021 y presidente del Estado de Renania del Norte Westfalia. “Si yo hubiese ganado, habría sido mi prioridad. Todo con Francia. Los viajes a Moscú, antes de la guerra [de 2022], Macron no por su cuenta y Scholz, no por su cuenta, sino juntos…”, dice. “La mesa era suficientemente grande”, añade, ironizando sobre las dimensiones de la mesa en la que el presidente ruso, Vladímir Putin, recibía a los líderes que le visitaban en vísperas de la invasión de Ucrania.
Merz es un democristiano clásico. En la tradición de su mentor, Wolfgang Schäuble, no concibe Alemania sin el doble anclaje con Estados Unidos y la OTAN, de un lado, y con Francia, del otro. En su despacho, tiene una foto del canciller Konrad Adenauer y el general Charles de Gaulle en la catedral de Reims en 1962, imagen icónica de la reconciliación franco-alemana.
Merz es más francófilo que Scholz, y esto ayuda, como puede ayudar una audacia —o temeridad, según sus críticos— que le acerca a Macron, en contraste con la cautela de Scholz. Pero el auténtico revulsivo para el motor franco-alemán es Trump. Sus ataques a Europa, el acercamiento a Rusia y el apoyo a la extrema derecha alemana han supuesto, para Merz, un electrochoque. De repente, Alemania, y su futuro canciller, abrazan posiciones que hasta ahora rechazaban. Las posiciones de Macron.
Ya en 2017, tras llegar al poder, el presidente francés reclamó la “soberanía europea” ante “la retirada progresiva e ineluctable de Estados Unidos”. En 2019, decretó la “muerte cerebral” de la OTAN. En 2020, y de nuevo en 2024, ofreció ampliar el paraguas nuclear francés a Alemania. En los tres casos, la respuesta alemana fue tímida, o directamente negativa. En los tres casos, Merz ha dado un giro y se acerca a Macron. Ha declarado la “independencia” de Europa; urge a prepararse ante la hipótesis de que la OTAN deje de existir; y acepta el debate sobre la europeización del paraguas nuclear francés.
“No es que nos estemos convirtiendo en antiamericanos, ni antiatlánticos”, subraya Laschet, “sino que reforzamos la parte europea de la alianza. No lo hacemos porque queramos, sino porque quizá los americanos ya no estarán ahí. Se trata más de una precaución de que un cambio de dirección”. Y recuerda que, ya en los años sesenta, su partido se dividió entre gaullistas, partidarios de una mayor cercanía a París, y atlantistas, más próximos a Washington. La balanza entre ambas tendencias se inclina hacia el gaullismo. O, en palabras de este político democristiano, el europeísmo: “Hay una dinámica entre Francia y Alemania ahora, y entre Alemania y Polonia también”.
Laschet señala una evidencia. Aunque con Merz se revitalice el motor franco-alemán, hoy ya es insuficiente en una Europa en el que el centro de gravedad se desplaza hacia el este, y las amenazas, y en el que países como Polonia o los bálticos pesan más. Los recelos de París hacia Berlín no han desaparecido, e incluso el plan de rearme adoptado en el Bundestag, pese a los aplausos en Europa, suscita interrogantes: ¿servirá el dinero para comprar material militar francés?
Y otro obstáculo es el apego alemán a la relación transatlántica, pese a Trump. EE UU tiene todavía más de 30.000 soldados estacionados en Alemania, y bombas atómicas en su territorio. Los alemanes no renunciarán definitivamente a esta relación. Ni quieren, ni en realidad tampoco pueden.