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Con un puñado de personajes, con altas dosis de humor y escasas de piedad, Antonio Gasalla fue durante décadas uno de los grandes retratistas de la sociedad argentina, un artista capaz de detectar y dar vida a criaturas que resumían la sensibilidad y las inconsistencias de cada época. Multifacético actor, guionista y director de teatro, su talento inmortalizó a sus hilarantes creaciones en el imaginario popular, a donde las llevó primero desde los escenarios y después desde las pantallas. Sus personajes lograron ser más famosos que él mismo, cultor de la reserva personal, y quizá esa sea la mejor medida de su arte. A los 84 años, falleció este martes en Buenos Aires.

Gasalla sufría demencia senil desde hace cinco años y estaba alojado en una clínica especializada. Hace dos semanas había sido internado por una neumonía y su salud se había deteriorado abruptamente en los últimos días. Su muerte fue ampliamente lamentada por la comunidad artística. “Indiscutido referente del humor, creador de personajes que forman parte de la cultura popular argentina”, lo definió la Asociación Argentina de Actores.

Nacido en la localidad bonaerense de Ramos Mejía en 1941, Gasalla se rebeló al mandato familiar que le deparaba dedicarse a la odontología y siguió la vocación que, desde chico, lo había llevado a ver una decena de películas a la semana. Estudió en la Escuela Nacional de Arte Dramático y allí conoció a Carlos Perciavalle, con quien conformaría un inolvidable dúo.

“Empezamos a hacer en clave de humor las escenas que hacíamos en serio durante las clases de arte escénico (…): la escena del balcón de Romeo y Julieta o La gaviota de Chejov. En las horas libres, cuando faltaba algún profesor, no nos dejaban salir de clase, así que nosotros ensayábamos, pero un poco pasados de rosca”, contó alguna vez. Juntos, Gasalla y Perciavalle fueron protagonistas, durante las décadas de 1960 y 1970, del auge del café-concert y el llamado teatro de revista en las noches de Buenos Aires, donde el discurso político y la crítica social se aunaban con el show más o menos glamoroso. En ese mundo de la comedia trabajó también con Enrique Pinti.

Con escasa presencia en el cine, después de la última dictadura militar (1976-1983), ya en los años 80, comenzó la etapa televisiva de Gasalla, la que masificaría a sus personajes y se extendería hasta la primera década de este siglo. “El mundo de Gasalla” y “El palacio de la risa” fueron algunos de los ciclos donde se sucedían monólogos y escenas de ficción, donde tuvieron lugar nuevas generaciones de artistas entonces relegados a circuitos marginales. Al amparo de la sátira y la parodia, que fueron los mejores registros de Gasalla, tensadas al filo del grotesco y el costumbrismo, allí se desarrollaron sus criaturas más recordadas.

Como la anciana Mamá Cora, despistada y deslenguada, aparecida originalmente en la película Esperando la carroza (Alejandro Doria, 1985) —parienta cercana de “La Nona” que encarnó Pepe Soriano en la obra teatral y en la película homónimas—. O Flora, la empleada pública que ejercía la vagancia y el maltrato con gritos estridentes, desidia y eficiencia burocrática. O la oscura y depresiva Soledad Dolores Solari, entre tantas otras. La mayoría de sus grandes personajes representaban a mujeres, que todavía hoy tienen vida y voz propias. Y siguen haciendo reír.

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