No veo una tregua política posible a corto plazo entre dos poderes del Estado enfrentados a golpes bajos ni entre dos eventuales antagonistas del escenario del 2026, colocados en carrera electoral.
La capacidad destructiva de las reglas de juego del sistema democrático peruano la hace imposible.
La civilización del diálogo, del respeto por el otro, de la reconciliación y del entendimiento sobre las diferencias, no pertenece al mezquino mundo político nuestro.
La Presidencia de la República y la fiscalía seguirán haciéndose un mutuo perverso daño. Dina Boluarte quiere fuera de su cargo a la fiscal de la Nación, Delia Espinoza, por su abierto espíritu de cuerpo con sus colegas imputados y desacreditados. Espinoza propicia la vacancia de Boluarte, no importa cuánto pueda llegar a afectar la privacidad e intimidad de la mandataria, más allá de sus cirugías plásticas.
Bajo los odios y pasiones que desata la política en tiempos de interminable confrontación radical no tendremos que extrañarnos más adelante que apasionados odiadores de Keiko Fujimori terminen votando por Rafael López Aliaga o que apasionados odiadores de López Aliaga, entre ellos militantes y seguidores de la izquierda caviar, acaben votando por Keiko Fujimori. Es de veras triste que dos bandos políticos con creencias, propósitos y proyecciones comunes tengan que tragarse sapos electorales a nombre de una polarización que tiene mucho de degradante.
Algo más insólito pasa en las entrañas de la política peruana. Los odios y pasiones que despierta el sillón presidencial entre quienes buscan conquistarlo, son los mismos que buscan después destruirlo. Como los odios y pasiones que encumbraron a Pedro Castillo y Boluarte en el poder, son los mismos hoy afanados en vacar a la primera mujer que llegó a la presidencia.
El mal de amores por el poder y por mantenerlo se cruza permanentemente en una sola persona con el mal de temores por perderlo en cualquier momento. Es el mal que consume hoy a Boluarte, como ha consumido a muchos de sus predecesores. Es el mismo mal de amores que lleva de la gloria de gobernar al mal sin honores del destierro, de la prisión, del indulto o la amnistía.
Por alguna extraña razón que no es la defensa de la integridad del sistema político democrático, la prerrogativa de la vacancia presidencial por el Congreso y la facultad de la disolución del Parlamento por el Ejecutivo, lejos de ser mecanismos de sanción garantes de estabilidad, son mecanismos generadores de inestabilidad. Al margen de estas cuestionables figuras constitucionales , no hay nada entre los dos principales poderes del Estado que les impida trabajar en diálogo, armonía y en consenso, por dispares que sean sus competencias y sus controles mutuos.
La tregua imposible parece ser un signo incorregible entre una presidenta Boluarte que se niega a transparentar sus actos y una prensa libre con el deber de darlos a conocer.
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